Lollapalooza 2018: postales de un sábado intenso
Parecía que el clima iba a ser el protagonista de la segunda jornada de Lollapalooza 2018 , pero no. Los organizadores decidieron temprano alterar el cronograma original adelantando horarios de algunos shows y directamente suspendiendo otros. Finalmente, los pronósticos fallaron, la tormenta no llegó y los conciertos principales se hicieron con absoluta normalidad.
Temprano, apenas pasadas las cuatro de la tarde, Mac DeMarco volvió a demostrar que es local en Buenos Aires. Menos disperso y entregado al stand up que en su última visita (en el Music Wins de 2016), el canadiense ofreció un concierto muy celebrado por la multitud que lo acompañó, sólido y sostenido por la convicción y el coraje: en lugar de apoyarse exclusivamente en su faceta new wave, más adecuada para un entorno como el de un gran festival, eligió sumar al repertorio unos cuantos mid tempo, en sintonía con el temperamento relajado de This Old Dog (2017), su disco más introspectivo hasta la fecha. Naturalmente, el rendimiento en vivo de canciones tan chispeantes como "Freaking Out The Neighborhood" (de 2, gran álbum de 2012) es óptimo, pero el sonido cada vez más pariente del soft rock de Fleetwood Mac de su actual banda es muy funcional para sus nuevas canciones. Para muestra, basta un botón: el tema elegido para la apertura, "On The Level", que flotó liviano en un ambiente muy californiano generado con un sintetizador parpadeante y una base rítmica propia del soul. DeMarco es, además, un cantante versátil que sabe acomodar su voz en cada circunstancia, lo que le permite trabajar cómodo en un abanico amplio de climas sonoros.
Y si de voces se trata hubo una inconfundible en la noche del sábado en el Hipódromo de San Isidro, la de Liam Gallagher , que recuperó el punch que no había tenido en el sideshow llevado a cabo el miércoles último en el Direct TV Arena, aseguró que el público argentino es el mejor del universo y apostó a lo seguro: un alto porcentaje de temas inoxidables de Oasis (ocho de los catorce temas de un concierto nostálgico y efectivo) que sirvieron para recordar una vez más que una parte fundamental del poderío y el encanto de esa banda clave de la historia del rock británico descansó siempre en su singularidad como cantante. Esa elección no es para nada casual. Más bien está relacionada con la convicción de que el regreso a la fuentes fue uno de los aciertos de As You Were, el celebrado disco del año pasado que rescató a Liam de la medianía en la que se había sumergido con Beady Eye. En el plan de armar un Oasis sin Noel es importante el aporte de Jay Mehler, ex violero de Kasabian que volvió a la guitarra luego de sumarse transitoriamente como bajista de Beady Eye y parece conocer todos los secretos de esta nueva estrategia de Liam, que en términos futboleros podría definirse como patear el penal fuerte y al medio. Hubo, además, una novedad: Liam tocó el micrófono, algo no muy usual, y terminó tirándolo al público como original ofrenda.
La personalidad dispersa de Lana del Rey ha colaborado para que mucha gente no la tome del todo en serio, pero lo cierto es que su presentación en el Lollapalooza fue de lo mejor de la jornada que le tocó en suerte. Con una puesta en escena inspirada ligeramente en el paisaje de la Costa Oeste y su pose eternamente atribulada, Lana consiguió algo dificilísimo en un escenario de la magnitud del de Lollapalooza: crear un ambiente íntimo y sugestivo que capturó por completo al público (mayoría de chicas que la vivaron repetidamente) y la mostró en completo dominio de la situación. Su terreno es conocido: la evocación indeclinable del glamour del Hollywood clásico (esta vez lució como un update narcótico de la Rita Hayworth de La dama de Shangai) y la exaltación de su figura de víctima constante de los desengaños amorosos. Pero lejos de portarse como una estrella neurótica, Lana se tomó el trabajo de bajar del escenario para sacarse selfies con sus fans en pleno concierto y agradeció más de una vez el cariño de la gente. Para dejar claro a qué linaje pertenece, rescató el famoso "Happy Birthday Mr. President" que Marlyn Monroe hizo famoso en los 60. Y no dejó fuera del menú ninguno de sus platos fuertes: de "Born To Die", "Blue Jeans" y "Video Games", tres bombazos de sus inicios, a la bellísima "High by the Beach", con su magnético estribillo sincopado. El cierre de su noche briilante fue "Off The Races", uno de sus acercamientos más decididos al hip hop, una veta que la crítica casi siempre ha despreciado injustamente. No son tantos los artistas contemporáneos que tienen la personalidad de Lana del Rey. Los prejuicios, su carácter díscolo y algunas licencias que se ha tomado en la ardua tarea de sostener una carrera "prolija" han sido siempre sus peores enemigos.
De inmediato, sin que mediara ningún intervalo para cargar las pilas y predisponerse para entrar en un planeta radicalmente diferente, The Killers montó un espectáculo pirotécnico y efectista que escondió debajo de todo ese ampuloso andamiaje su fatal ausencia de buenas ideas. Al ritmo del hiperkinético Brandon Flowers (probablemente el mormón más inquieto y exaltado de la historia), la banda de Las Vegas desplegó su arsenal de hits hipercalculados ("Somebody Told Me", "Mr. Brightside", "All These Things That I've Done", "The Man") y descaradamente insustanciales. Su estilo parece ser el resultado más acabado de un experimento de marketing destinado a la creación de un grupo ideal para el show de estadio. Suena tanto a fórmula que agota muy pronto. Su caso empieza a delinearse como una fotocopia borroneada del U2 tardío: un elefante que transforma en bazar todo terreno que pisa.
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