Lollapalooza 2017: del debut de The Weeknd a la tercera vez de The Strokes
Lo primero que sonó en el show de The Strokes fue una cumbia. El grupo encargado de cerrar la edición 2017 del Lollapalooza Argentina empezó con un gesto que fue, al mismo tiempo, un guiño al público local y una demostración de relajo respecto de su propia obra. Una vez que se cortó el audio del remix cumbiero "Reptilia" ( ensamblado por Oscar Coronel pero firmado por el alias El Shulian K-Sablan-K), el quinteto salió a escena entre penumbras con las guitarras raquíticas de “The Modern Age” y el verdadero Julian Casablancas aferrado al micrófono.
Con especial hincapié en Is This It (el disco debut con el que vinieron a mostrarle al mundo que en 2001 todavía había lugar para hits guitarreros), el quinteto neoyorquino repasó gran parte de su obra motorizado por el pulso retro que lo caracteriza. De zapatillas de lona, jeans rotos y camperas de cuero, lo de The Strokes se asemejó más a un recital en algún pub maloliente que a una propuesta para estadios y tal vez ahí radique parte de su encanto. Casi sin interactuar con el público, y charlando entre ellos entre tema y tema como si todavía quedaran detalles por ajustar, el doblete “12:51” - “Reptilia” sonó con la clásica desprolijidad medida que invita al público a saltar en un limbo entre el baile y el pogo.
A partir de allí, el grupo fue construyendo su identidad sonora desde los arreglos de guitarra de Albert Hammond Jr –que cataliza casi en partes iguales a Television y a los Talking Heads- y una base monolítica que se mueve en corcheas. Casablancas, el líder díscolo del que nunca se sabe bien qué esperar, mostró una estabilidad que hizo olvidar el paso en falso de 2014 con su proyecto solista en el mismo escenario. Tal fue así que después de que “Last Night” oficie de cierre formal, The Strokes ensayó tres tandas de bises con “Take it or Leave it” como final definitivo. Antes de iniciarlo, el cantante aclaró que de la organización les habían indicado que se habían excedido del horario, pero ellos no querían bajarse. Cosas que suceden cuando las cosas están en su lugar.
Minutos antes, en el escenario opuesto, The Weeknd tenía su bautismo de fuego en Argentina con un show arriesgado y de resultado dispar. “Starboy”, el hit que da nombre a su último disco y cuenta con la participación de Daft Punk, fue el tema elegido para un comienzo que mostró un sonido más áspero que su versión en estudio. Como si tuviese que probar cierta virilidad, el costado rapero del canadiense afloró en “False Alarm” y “Glass Table Girls”, aunque con un flow que siempre privilegió la inteligibilidad lírica por sobre la violencia rítmica.
Pero The Weeknd es, antes que nada, un soulman digital. Bancándose la inmensidad del escenario en solitario (la banda que lo acompañaba estaba dispuesta sobre una plataforma elevada a espaldas del cantante), fue llevando el repertorio a una zona más amena pero también menos excitante. Ni los falsetes a lo Prince ni la arenga constante marcando el pulso y gritando “Argentina” cada vez que pudo, lograron que el segmento central de su set se convierta en una meseta. Y si bien “Wicked Games” y “Ordinary Life” funcionaron como ejemplos de corrección soul, la falta de un elemento desestabilizador las hizo pasar desapercibidas.
Cuando la atmósfera bailable estaba creada gracias a que las pantallas finalmente entregaron imágenes a color, The Weeknd echó mano a sus joyas dance. “Can’t Feel My Face”, el corte que lo llevó a lo más alto de las radios y los rankings en 2015, estableció de una vez por todas el ambiente celebratorio que muchos habían ido a buscar. “Voy a tener que volver”, agradeció antes de cerrar bien arriba “I Feel it Coming” y “The Hills” y así quedar con saldo a favor gracias al viejo truco de saber que la última impresión es la que cuenta.
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