“Lola”, la canción que se anticipó a la autopercepción de género y que Blur reescribió en los 90
Los Kinks eran un grupo casi secreto en Argentina para principios de los 80 cuando, a cuentagotas, se podían ver en la televisión una “Historia del rock” en blanco y negro y un par de clips en vivo de la extensa gira por los Estados Unidos de 1980 que los mostraban como una suerte de banda new wave senior. La primera era un enlatado que iba de Elvis (Presley) a Elvis (Costello) sumariando la expansión del mercado adolescente hasta desembocar en algunos cameos de lo que se conocía, entre iniciados, como “punk”, algo misterioso sobre lo que la mayoría había leído (el libro La muerte joven, de Juan Carlos Kreimer) antes que escuchado. Allí se veía a The Kinks hacia 1965 en su outfit deudor del estilo eduardiano y la serie Los Vengadores raspando los riff violentos de “You Really Got Me” y “All Day and All of the Night”, la voz levemente lánguida de Ray Davies contradiciendo con movimientos cortesanos el anfetamínico ritmo de esas canciones que cifraban el futuro del hard rock. Los de la gira americana ya eran otro grupo, despojado del estilo mod, una representación cabal de la clase trabajadora londinense de donde provenían, más cerca de la E Street Band de Bruce Springsteen que de David Bowie, sobre quien habían ejercido una notable influencia.
En ese menú bistró (unos pocos platos) que era la televisión musical entonces se repetía una y otra vez “Lola”, una canción que muy pocos habían escuchado en Buenos Aires y que mostraba a Ray Davies corriendo de un lado a otro del escenario con una guitarra acústica levantando la temperatura de la audiencia. Era la antítesis de la imagen anterior: para nada cool, sudoroso, los nervios marcados sobre la sien, la camisa de jean auroleada, llevándose una mano al oído para escuchar al público, el mismo que los había tratado con indiferencia diez años atrás, corear eso de “Lola, la, la, la, Lola”. Formateados en la tele argentina a muchos su imagen se nos confundía con la del popular comediante Alberto Martín. Pero era apenas una ilusión del fin del mundo. Nadie aquí sabía que eso que los Kinks estaban tocando era nada menos que el último gran hit de su larga carrera y mucho menos que era la primera canción pop que hacía una referencia explícita al travestismo, cuando la homosexualidad era todavía criminalizada en Inglaterra, anticipando de un golpe la era glam.

En la biografía oficial del grupo (1984), el brillante crítico Jon Savage (empezar por England’s Dreaming, su ineludible análisis del punk) citaba ese feedback que el mayor de los hermanos Davies (a Dave, el guitar hero, se lo veía de chaleco de jean, casi un AC/DC) había conseguido con el público y el mercado de los Estados Unidos: “Cuando llegue a la palabra C-O-L-A, cola…¿hay algún hombre entre el público esta noche? Quiero oír a todos los chicos cantar ‘C-O-L-A, cola’. Y cuando llegue a las palabra L-O-L-A, lola, quiero que todas las chicas, y todos aquellos que se sientan mujeres o hayan sido mujeres canten ‘L-O-L-A, lola’. Y que los que no puedan cantar, se unan aplaudiendo…Y si no pueden cantar ni aplaudir, no puedo sugerirles ninguna otra cosa”.
Savage indica que la cita es de febrero de 1977, en el Winterland de San Francisco, el mismo lugar donde casi un año después los Sex Pistols se terminarían con un concierto sobre el que Greil Marcus edificó su Lipstick Traces, monumental arqueología del punk que se remonta a los movimientos milenaristas de la Edad Media. En una ciudad como Frisco, pionera en la reinvidicación de los derechos sexuales, lo de Davies parece la rutina de un entretenedor pero en el contexto general de los Estados Unidos, el éxito de “Lola” revelaba una agudeza que anticipó décadas conquistas del siglo XXI como el matrimonio igualitario o debates como el género fluido o la autopercepción sexual. Esa era la gran arma de Ray Davies, ya revelada en esa sonrisa sardónica que se le veía cuando cantaba la obsesiva letra de “You Really Got Me”.

Alguien que participaba y renegaba de todos los mandatos había escrito un estribillo apto para todo público (ese coro baladí en el estilo de “Obladi-Oblada” de The Beatles) cuyos destinatarios eran, sin embargo, aquellos que se salían de la norma: los así llamados desviados. Así, mientras la muchedumbre lo seguía como si asistiera a una función de Plaza Sésamo recibía (y repetía) el mensaje: “Las chicas serán chicos y los chicos serán chicas”. Treinta y cuatro años después de que la canción fuera editada como simple del álbum Lola vs. Powerman and the Moneygoround, Part One en junio de 1970, Blur lanzaría su emblemático Parklife con “Girls and Boys” donde Damon Albarn, consumado kinkómano, canturreaba: “Chicas que son chicos a los que les gustan chicos que sean chicas que se ligan a chicos como si fueran chicas que se ligan a chicos como si fueran chicos, siempre debería haber alguien a quien quieres de verdad”. No era otra cosa que “Lola” reescrito, de country-rock a tecno pop, trazando una línea directa entre la British Invasion y el Brit Pop.

En The Kinks: la biografía oficial, Ray Davies le cuenta a Jon Savage el contexto en el que escribió la canción. “La historia de Lola es larga. Yo atravesaba un tormento entonces. Estaba desesperado por hacer que mi matrimonio funcionara. Es muy fácil decir que te sentís preso de la persona que te ama. Pero yo me estaba haciendo prisionero a mí mismo, y no estaba pudiendo hacer bien mi trabajo. Recuerdo a Rasa (su mujer hasta 1973) muy disgustada diciendo que Lola era el primer simple en el que no había grabado coros. La historia sucedió en un club. Creo que fue Robert Wace (mánager) el que había estado bailando con una mujer negra y dijo: ‘creo que tengo algo aquí’. Y estuvo bien hasta que dejamos el lugar a las seis de la mañana. Entonces le dije: ‘¿No le viste la barbilla?’ Pero él estaba muy borracho como para que le importase. Yo mismo bailé un par de veces con ella… él. Era muy obvio, se sentía ese empuje en la zona pélvica que no es el mismo en una mujer (…) Pero Lola es, al fin, una canción de amor”.
La inesperada palabra prohibida
Como explica Savage, en “Lola” Ray Davies echa a mano todas sus ambigüedades sexuales y las hace explotar frente a todo el mundo a través de su característico humor. Así, la crónica de una noche con una chica que resultó ser un chico va dejando pistas que exceden la anécdota para indagar en la construcción profunda de la identidad sexual: “Sé que no soy el más masculino de los hombres pero estoy contento de ser un hombre y también lo está Lola”. ¿Cuál es el límite entre lo masculino y lo femenino?, parece preguntarse la canción camuflada en ese estribillo de pub y dardos (una puñalada al costumbrismo desde adentro) en sintonía con la pregunta elevada por Moris en la contemporánea “Escúchame entre el ruido”: “¿La voz de ese viejito es de hombre o de mujer?”.

“Lola” marcó el regreso de The Kinks a los charts después del fallido intento con Arthur, un álbum conceptual sobre la nostalgia imperial británica que parecía fuera de época (ni bubblegum ni psicodélico) pero que en perspectiva es uno de sus mejores discos. Los tres acordes acústicos rasgados con furia en la intro de la canción actúan como una suerte de alarma y memoria sobre un grupo que había empujado la evolución del pop inglés pero que a fines de los 60 parecía atrapado entre los demonios internos de Davies y su renuencia a participar activamente en el sistema de la industria discográfica. Era este el mismo grupo que inventó el power chord con esa tríada de simples (“You Really Got Me”, “All Day and All of the Night”, “Till the End of the Day”, entre agosto de 1964 y noviembre de 1965) y esa energía aparecía condensada en esos tres acordes que también, de otro modo, señalaban la misma cuestión de la canción: la identidad.
Aunque el álbum fuera una abierta diatriba contra la industria musical en la que los Kinks participaban con una mueca de disgusto (así como eran actores y críticos del efervescente Swingin London), la edición de “Lola” no tuvo inconvenientes excepto por su mención a “Coca Cola” objetada por la BBC. Eso provocó que Davies tuviera que hacer un viaje relámpago de Nueva York a Londres para cambiar la palabra “coca” por “cherry” en una nueva toma de la voz y conseguir así el salvoconducto para que la radio británica la difundiera. En el álbum, sin embargo, quedó la versión original mientras que en un outtake de la edición aniversario de 2020 se le escucha cantar: “I can’t stand Coca Cola” (“No soporto la Coca Cola”). Como fuera, con “Lola”, los Kinks llegaron al número dos en el Reino Unido y quebraron la resistencia norteamericana alcanzando un lugar en el top ten de Billboard.

Alfredo Rosso fue acaso el primer periodista argentino que se dedicó a historizar al grupo ya en los 70 desde sus notas en las revistas El Expreso Imaginario y Mordisco. Pero además, en su paso por el sello Music Hall, editó dos LP que son hoy curiosidades internacionales: Los Legendarios Kinks y Kinky Gems. Recuerda que en los 60, el sello Pye en el que grababan Los Kinks estaba representado aquí por MH que editó cuatro de los primeros discos del grupo incluyendo Lola vs. Powerman. “Lo sacaron con una diferencia de dos o tres meses y el arte de tapa original, incluyendo las letras. No creo que se haya vendido mucho pero estoy seguro de que Litto Nebbia lo tenía porque compraba absolutamente todo lo que se editaba o importaba”, señala Rosso.
Por otra parte, el obsesivo trabajo de archivo de Pablo Alonso en su libro sobre Sandro (Gourmet Musical) revela que la primera pista argentina sobre los Kinks estuvo en la versión que el ídolo popular hiciera de la ácida “A Well Respected Man” para su cuarto álbum Alma y Fuego, en 1966, cuando todavía no se había convertido en una estrella melódica. Como se estilaba en esa temprana escena pop argentina, las letras originales eran traducidas por Ben Molar o, como en este caso, su hermano Rafaelmo. Y entonces lo que termina cantando Sandro difiere por completo de la intención original de Davies. “Jamás te olvides que tan solo quiero ser un hombre respetado que ha llorado y tú no sabes comprender”. ¿Qué hubiera pasado si El Gitano en pleno apogeo de su fama hubiera tomado “Lola” con toda su carga de ambigüedad sexual sin cambiarle el sentido? Olvidénlo, jamás hubiera traicionado así a sus “nenas”.
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