Terminó hace pocos días una gira europea y está embarcado en dos proyectos del cine: ponerle música a una vieja película de Drácula y el documental que se estrena este jueves sobre Nora Cortiñas
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Gustavo Santaolalla habla como si nunca hubiera salido de la Argentina. Lo atraviesan los problemas de estas pampas a pesar de que lleva más de cuatro décadas de residencia en un barrio de Los Ángeles. Al menos dos veces al año se toma el avión y pasa un tiempo en nuestro país, por temas familiares o profesionales.
Si de trayectoria de trata, más allá de que durante la década del setenta estuvo alistado en bandas como Arco Iris y Soluna, su labor como intérprete, productor discográfico y compositor de música para sus proyectos o para películas, se desarrolló prácticamente en los Estados Unidos. Sin embargo, anda de gira con su charango bajo el brazo y ahora, que se dispone a la charla, tiene un mate en la mano. La argentinidad al palo (si acaso sirve en este contexto el título de aquel disco de Bersuit Vergarabat, que Gustavo produjo hace, exactamente, veinte años).
Allá, en los Estados Unidos, ganó dos premios Oscar y produjo discos que son mojones en la historia del rock en español de todo el continente. También fundó un colectivo de avanzada sonora que se nutrió del tango. Unos años antes, convirtió a su charango (ese que por su gran tamaño y escala se llama ronroco) en el mascarón de proa que le marca rumbos y que es, al mismo tiempo, epicentro donde confluyen muchos de sus proyectos artísticos.
Sus proyectos en la Argentina se dan por temporadas. Incluso, se ha dedicado a la producción vitivinícola, no solo a la musical. El jueves se estrenará Norita, un documental sobre la madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas (fallecida en mayo de este año) realizado por Jayson McNamara & Andrea Tortonese, con producción ejecutiva de Jane Fonda, Bárbara Muschietti, Naomi Klein, Avi Lewis, Andy Muschietti y John Flynn, entre otros.
Santaolalla dice que, por primera vez en mucho tiempo, pasará más de un año sin darse una vuelta por la Argentina. Es de los que lleva a este país consigo, a cada lugar adonde va, o en su propio ámbito. Habla buena parte del día en español porque muchos de sus colaboradores son argentinos y tanto sus hijos como sus nietos fueron enseñados en esta lengua. “Son medio argentinos”, dice.
Gustavo tiene la misma edad que Charly García y León Gieco. A los 73 es tremendamente vital. Mucho más que tantos de su generación, esa que acuñó el rock argentino como algo “nacional”. Viene de una muy variada gira europea, llamada Roncoco Tour, en homenaje a ese charango que además de ser el protagonista de uno de sus discos, es el que le abrió las puertas al cine. Por otro lado, acaba de terminar la banda de sonido de una película de Drácula, la versión en español de aquel clásicos de 1931 protagonizado por Bela Lugosi. Spanish Drácula se llamó y tuvo otro elenco, encabezado por Carlos Villarías.
Santaolalla apura otro mate y mientras acomoda su larga cabellera y su larga barba blancas, dice, también, que todos los domingos, sus hijos y nietos lo visitan.
-¿Qué dicen las nietas de este abuelo?
-Todavía son muy chiquitas. Pero tuve la oportunidad de que, la que tiene 7, fuera a verme a un show en Londres. Se fueron con la mamá a un concierto donde después venía gente a saludarme. Había luminarias como Alejandro González Iñárritu. También me ha visto tocar acá [en los Estados Unidos].
-Con una vida musicalmente tan agitada no te imaginaba tan familiero.
-Tengo una relación hermosa con mi exmujer [la madre de su hija mayor], que es abuela de mis nietas. Y a su vez es amiga de mi mujer, Alejandra, con quien estoy hace 40 años. Y cuando llegan los domingos, mis nietas siempre ven al abuelo haciendo algo en el pequeño estudio que tengo en casa. Siempre me ven tocando música.
-¿La vitalidad para hacer música con tu banda o con colectivos como Bajofondo, o para crear música para películas, tiene que ver con pensar que lo mejor está en el futuro?
-Todo es válido. A mí siempre me gustó empujar el límite. Estoy muy feliz. Estoy pasando un momento extremadamente feliz porque acabo de hacer dos cosas. Por un lado, vengo de una gira por Europa y Medio Oriente; por otro, la música de una película de 1931. Dos proyectos totalmente distintos a todo lo que había hecho hasta ahora. La gira es porque estoy celebrando el 25° aniversario de la salida de mi álbum Ronroco que es un álbum que me abrió las puertas al cine. Es tan especial, muy distinto a lo demás. Es un álbum que la gente lo usa para meditar o para escribir. Lo han utilizado en partos y en entierros. Los cirujanos lo escuchan mientras operan.
-¿Cuál es la historia de ese disco?
- Increíble. Porque, en realidad, lo hice a instancias de Jaime Torres. Cuando mi carrera de productor creció y empezaron [a llegar los premios] Grammy y todas esas cosas fui convocado para hacer un compilado de Jaime Torres. Lo admiraba de chico. Recordaba que lo veía en televisión, tocando la Misa criolla. Siempre fue un héroe para mí, además de que siempre me interesó el tema de la identidad. Cómo será de maestro que cuando hablo de él en Estados Unidos digo que es una especie de Ravi Shankar del charango. Yo tocaba el charango ya en la época de Arco Iris. Cuando lo conocí quise hacerle escuchar algunas grabaciones que venía haciendo. Aunque me daba vergüenza, porque la técnica es totalmente distinta y lo que compongo no tiene necesariamente que ver con la música andina. Le dije que escuchara eso que estaban haciendo unos amigos míos. A los tres días me dijo: “Este que toca acá sos vos”. Y cuando le dije lo de la técnica me respondió: “No existe ninguna regla de cómo se toca. Vos le encontraste el espíritu al instrumento. Tenés que hacer un disco con esto. Justo en esa época yo estaba trabajando con el proyecto de mi sello Surco, de música “joven, moderna”. No entraba para nada ese disco ahí. Por suerte conseguí un sello maravilloso, que es Nonesuch. No iba a tener promoción pero de pronto lo empiezan a pasar y un día me dicen que Michael Mann quiere conocerme y usar uno de los temas del disco en la película The Insider. Paralelamente, una amiga que tenemos en común con Iñárritu le da a Alejandro mi disco Ronroco y a mí me dice: ¿Vos no tendrías que trabajar con este director mexicano?
-Y todo creció como una bola de nieve.
-Claro. Alejandro me preguntó un día si conocía a Walter Salles. Le dije que sí, que me había encantado Estación Central. Y me dijo que como estaba haciendo una película sobre el Che (Diario de motocicleta), siendo yo argentino, debería conocerlo. Más tarde alguien me dijo que debería conocer a Ang Lee, que estaba haciendo un western distinto (Secreto de la montaña).
-¿Y cómo es esta celebración de Ronroco?
-No sé si tuviste oportunidad alguna vez de ver el show de Bajofondo en vivo, por ejemplo. O el que hice desandando toda mi carrera. Todos mis shows siempre han sido muy variados. Pero nunca había hecho un concierto donde la música esté toda en un solo lugar. Era un riesgo. Y fue maravilloso lo que pasó. Un músico inglés muy grosso me dijo una cosa hermosa. “Nosotros subimos al escenario y salimos a agarrar al público. Vos le vas diciendo ‘Vení’, muy despacito, en silencio”. Y recién ahora me doy cuenta, también, que esa hora y media [de concierto] se entiende como un viaje.
-¿Y Drácula?
-Justo antes de irme de gira estuve con eso. [Mientras se filmaba el Drácula de Bela Lugosi, estrenado en 1931, por las noches se usaba el mismo set para realizar una versión en castellano, con diferente guion, dirigida por George Melford]. Muchos dicen que la versión en español es mejor. Tiene unas actuaciones que son increíbles, pero pasa algo que tanto la versión en inglés como la versión en español tenían muy poca música. Fue de la primera época de las películas sonoras, cuando todavía los tipos tocaban en vivo.
-Y esos pianistas que venían de la era del cine mudo y tocaban en las salas de proyección se estaban quedando sin trabajo.
-Claro, comenzaban a quedarse sin laburo.
-Habrán pedido que pusieran poca música en las películas.
-Había música al principio y en los créditos. Luego, con los años, la orquesta en los teatros se reemplazó con el “score”. Hace unos años le dieron a Philip Glass la película en inglés, para que la musicalizara. Es un riesgo porque tanto la que se hizo en inglés como la filmada en español, tienen escenas larguísimas, sin diálogo, sin música. Eternas. Y en este caso fue muy distinta la aproximación para componer esta música. Además, fue meterme con algo icónico. Fueron varias cosas que me sacaron de mi zona de confort.
-Imagino que algo similar te habrá pasado con la música de la película Norita, que se estrena el jueves. Vos te fuiste de la Argentina dos años después del comienzo de la última dictadura militar.
-Con Nora hicimos el proyecto de un libro. En realidad, con Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Cada vez que toco allá vienen Madres o Abuelas a verme. Norita siempre me pareció un ser luminoso. Considerando el tamaño que tenía, físicamente, la luz que emanaba era una cosa increíble. Pienso en su capacidad para transmutar el dolor. No imagino que sea lo mismo perder a un hijo por una enfermedad o un accidente que perderlo como sucedió en aquella época. A mí me ponían preso por tener el pelo largo; no pertenecía a ningún partido político. Quería cambiar el mundo con la música, y lo sigo pretendiendo; pero soy consciente, también, que hubo una generación en la Argentina que estaba dispuesta a cambiar el mundo como fuera. Hubo una minoría involucrada en la lucha armada si lo comparás con la gente que, simplemente, pensaba de una manera distinta o hacía trabajo social con la gente más necesitada.
-¿Qué ves con el paso de los años?
-Nosotros teníamos una visión promisoria del futuro. Esperanzadora. Pensábamos: “Vamos a tener coches voladores, la tecnología y la ciencia nos van a ayudar a terminar con el cáncer y con muchas otras enfermedades. Nos vamos a poder comunicar mejor. Y, de hecho, eso nos va a hacer mejores”. Hoy en día, la visión del futuro que tenemos o que tiene un chico es totalmente distópica y apocalíptica. Es horrible. Bueno, y si ya sabemos, por la cuántica, que pasado, presente y futuro están ocurriendo al mismo tiempo y también sabemos que existen universos paralelos, ¿por qué no hacemos un Back to the Future y volvemos un poco a pensar en un futuro promisorio, esperanzador? Saltemos de este universo a otro universo y empecemos a humanizarnos nuevamente. En la Argentina, ya sabemos que hay un público que va a abrazar esta película y otro que no va a querer saber nada. Pero hay un montón de gente que está como en el medio. Los que, a lo mejor, votaron algo porque estaban cansados pero no dimensionaban un cambio de esta índole. Yo los invito a que vayan a ver la película con la mente abierta.
-Gustavo, creo que te estás anticipando a mi siguiente pregunta…
- [Sonríe y, con esa sonrisa, otorga]. Viste que la realidad siempre supera la ficción. Y la verdad que lo que vivimos parece una serie de Netflix. Hay un panelista exacerbado, enojado, que insulta, que agrede y por cosas que tiene nuestra Constitución en torno al voto, termina como presidente. Hay una cosa, sobre esto, que quiero decir. Es porque a veces escucho a gente que dice: “Bueno, está haciendo lo que dijo que iba a hacer”. Y eso es mentira. En realidad, es una parte. Porque lo que quería hacer iba a salir de otro lado. Y eso no es una pequeña diferencia de discurso. Es una gran diferencia. Luego, si querés, podrás decir que, de cualquier forma, estás de acuerdo con lo que se está haciendo. Y no nos olvidemos que, para cierta ideología, la Argentina es un gran laboratorio y somos unos pequeños cochinillos de indias. Por eso creo que es importante que recuperemos la memoria y la humanidad.
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