Lo que suena: Tarot, desamores, buenos deseos y mucho bolero en el nuevo álbum de Mel Muñiz
Frente a una gran orquesta de música del Caribe, la cantante grabó su segunda producción discográfica, La santa patrona de los corazones negros
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Mel Muñiz. Álbum: La santa patrona de los corazones negros. Canciones: “Harakiri”, “Entrar a la luna” “Corazón negro”, “Ya no manda”, “Adiós”, “Toda esa bronca”, “Mantarraya negra”, “Húyanle a las culebras”, “Beatrix Kiddo” y “La santa patrona de los corazones negros”. Edición: Independiente. Nuestra opinión: muy bueno.
Según los especialistas en este tema, La Luna, Arcano 18 del Tarot representa fantasías, proyecciones, inspiración, sensibilidad poética y receptividad en un contexto onírico. Ese es su reinado. La carta que la cantante y compositora Mel Muñiz levantó para hacer su segundo álbum va por allí. Una decena de historias y situaciones que deslizan de lo cotidiano y real a ese juego en el que aparece una leve distorsión y puertas a lo onírico (buenos y malos sueños), aunque sus frases sean la mayoría de las veces muy concretas. Y, sin duda, lo más personal es un sonido acústico, ante todo, que no parece querer resignar. Y lo bien que hace.
Cuando todavía era Melisa en vez de Mel (al menos en el terreno artístico) dejó que aflorara su pasión por ciertas músicas de mediados del siglo pasado; desde jazz vocal en sus variadas formas hasta la veta latinoamericana encabezada por el bolero. En cada uno de sus proyectos esto estuvo presente, con diferentes dosis. La constante fue una decisión estética determinada por los instrumentos acústicos, que se manifestó en varios grupos que integró. Las Taradas, La familia de ukeleles o el terceto Bourbon sweethearts, solo por mencionar algunos. Además, la formación musical de Muñiz tiene que ver con esto. Con una música que requiere que la mayor parte de su proceso resida en las elaboraciones de los propios instrumentos, casi sin mediación de tecnología y en la voz como herramienta central. Además, el lenguaje de este flamante nuevo álbum que ha decidido bautizar como La santa patrona de los corazones negros, tiene al bolero, el son y la bachata entre otros géneros del Caribe como principal vía de expresión y, al mismo tiempo, vestidura.
Así como Los Amados aparecieron en el último año de la década del ochenta con una propuesta bolerística kitsch, cuando los sonidos de esa época iban para otro lado, Muñiz hoy esquiva todos los clises de la música urbana y se nutre de todos los ingredientes de géneros de casi cien años, para contar sus propias historias. Coquetea con distintas situaciones, se empodera al trazar una semblanza cantada del personaje Beatrix Kiddo o cuando se convierte en la mismísima Santa patrona de los corazones negros (“de todos esos deportistas del amor”, dice en la canción que le da título al disco). Echa mano a giros gramáticos de los años en los que el bolero era muy popular, pero los alterna con frases de este estilo: “Vos sabés que más que cool fuiste un hielo y a mi me gusta ese fuego que ha de quemar”.
Su principal recurso es una voz trabajada, que ha pasado por la escuela de música y ha hecho mérito en materias como interpretación y jazz. No es necesario buscarlo en su biografía. Quizás eso ni siquiera aparezca, pero se nota cuando canta. Y es por esto que puede llegar a jugarse otras cartas (que no provienen del Tarot) para alcanzar lo que busca. La estética conjuga el tradicionalismo con cierto toque psicodélico, a los usos y costumbres de los noventa (como revival de la psicodelia sesentista). Ese gesto, con trazos melódicos de oriente medio ya están anunciados en el primer track, “Harakiri”.
Escuchado en su contexto, este segundo volumen de Muñiz es un bienvenido recreo dentro de la estandariza escena de la música popular actual. Y en el marco de su propia carrera, es un nuevo, seguro y certero paso adelante. Porque La santa patrona de los corazones negros, sin ser un trabajo novedoso, es una construcción apoyada en diez canciones de muy buena factura. El trabajo de su productor Juan Pablo de Mendonça es absolutamente determinante para darle forma a lo que Mel quería expresar, en esta producción con una orquesta popular de 15 o 20 músicos.
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