Liza Minnelli: un símbolo del espectáculo mundial en Buenos Aires
"Arrastro la responsabilidad de ser considerada un purasangre, hija de un soñador y de una hacedora", dijo Liza Minnelli la última vez que pisó la Argentina. Tal vez haya sido porque sabe muy bien que es un purasangre. En lo artístico tal vez sea una de las mayores glorias que dio el espectáculo mundial porque yuxtapone talento a personalidad y ángel. Y en lo íntimo también, porque aunque haya caído una y mil veces, siempre tuvo la fuerza necesaria como para recuperarse. Y no tuvo una historia fácil, precisamente.
Nació el 12 de marzo de 1946, de la unión entre la estrella de Hollywood Judy Garland y el director italiano de cine Vincente Minnelli. Por eso prácticamente creció en los estudios de la MGM, donde ellos trabajaban durante muchas horas. Esa presencia permanente allí la hizo debutar a los 14 meses de edad en la película In the Good Old Summertime , con su madre y Van Jonson. Pero la felicidad familiar se quebraría enseguida. Sus padres se divorciaron cuando tenía sólo 5 años y, al poco tiempo, Judy ya contraería casamiento con el productor Sidney Luft, con quien tuvo otros dos hijos: Lorna y Joey. Entretanto, su padre, un bon vivant , se casó mucho después con Georgette Magnani, y tuvo a Christiana Nina.
Liza creció escapando de hotel en hotel y de casa en casa con su madre, acosada por las deudas y por la prensa. Siempre contó que no fue a una sola escuela, sino a unas veinte. Eso la hizo ser en extremo independiente, aunque muy responsable y atenta a las necesidades de los suyos. Su pasión por la actuación ya había comenzado a los 7 años, cuando participó en el musical Swanee , y se afianzó en el colegio, cuando tuvo que representar El diario de Ana Frank y recibió grandes elogios. A los 16 años se cansó de Los Angeles y se marchó a Nueva York con sólo cien dólares en la cartera. Durmió en el banco de una plaza y, después, en el sofá de la casa de una amiga. De a poco se fue metiendo en el medio; fue coreuta de algunos musicales y despertó la atención de muchos cuando debutó en un rol de reparto en Best Foot Forward , una obra del off Broadway. Pero fue el año siguiente, 1964, uno de los que más marcaron su vida. Su madre la invitó a compartir el escenario con ella en un concierto que ofreció en el Paladium, de Londres. Según cuentan las crónicas de la época, las dos se sacaban chispas en escena y Judy comprendió que Liza ya no era aquella intérprete entusiasta a la que ayudaba a estudiar la letra para sus papelitos televisivos, sino que se perfilaba como una estrella. Fue esa noche cuando conoció al cantante australiano Peter Allen, un amigo de Judy, quien fue su primer esposo. Precisamente, en 2003, el musical The Boy from Oz , sobre la vida de Allen, se refería a su relación con Liza.
A partir de ahí, su carrera ascendería sin parar. En 1965 hizo una serie de recitales en el club nocturno del hotel Shoreham, en Washington, y luego actuó en Montecarlo y en otras ciudades de Europa.
Siempre la comedia musical fue su mayor anhelo. "Todo es actuar. Cantar es actuar con música, y bailar es actuar con el cuerpo", dijo. Es que a los 19 años fue elegida por Harold Prince para protagonizar el musical Flora, la amenaza roja , por el que ganó un Tony y donde conoció a sus amigos de siempre: el letrista Fred Ebb y el compositor John Kander.
En 1967 obtuvo su primer papel cinematográfico en La máscara y el rostro , dirigida por Albert Finney; y luego en Dime que me amas , dirigida por Otto Preminger, a quien llamó "nazi" por su forma rigurosa de dirección. Luego persiguió a Alan J. Pakula hasta que lo convenció de que la contratara para el papel protagónico de Los años verdes , uno de sus mejores papeles. Por su trabajo ganó un Cóndor de Oro, en el Festival de Cine de Mar del Plata, en 1970, y se enteró cuando visitó el país casi diez años después. "Nunca me dijeron nada", declaró. Es que su premio se lo había llevado su compañero Wendell Burton.
Pero su mayor consagración fue la película Cabaret . Harold Prince -quien la había contratado para Flora... - la rechazó para la versión teatral porque cantaba muy bien y él quería concebir al personaje como una mujer derruida. Pero al final convencieron a Bob Fosse (que también tenía sus dudas) y le dio una inmortal figura a su Sally Bowles, además de ganarse un Oscar.
Los años transcurrieron, grabó discos, pero su imagen de Sally, con esos ojos enormes de pestañas larguísimas, nariz respingada y labios gruesos, permanecería perenne en la mente del público. En los años 80 probó ser representada por Gene Simmons, el bajista de Kiss, pero no resultó. También quiso hacer música tecno, producida por los Pet Shop Boys, y hasta congas y rumbas cruzadas con jazz en su disco Noches tropicales . Pero el público siempre prefirió escucharla cantar "Cabaret", "Maybe This Time" y el tema "New York, New York", lo más recordable de esa película que hizo con Robert De Niro.
Se convenció de eso y lo sigue haciendo hasta hoy. Ya sus directores musicales saben cuál es su "yeite" y explotan su presencia. Lo mismo que ocurrirá en el Gran Rex dentro de diez días, cuando la orquesta comience lentamente a tocar la melodía y, de a poco, vaya creciendo, hasta permitirle a la diva estallar y demostrar qué es ser una estrella purasangre.
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