A un año y tres meses del accidente que lo dejó postrado en una cama vuelve a la actividad musical: el 5 de diciembre celebrará con un concierto especial los 50 años del celebrado Muerte en la catedral
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Al promediar 2023, Litto Nebbia tenía todo organizado para celebrar con un concierto especial los cincuenta años de Muerte en la catedral, su quinto álbum solista que incluye el icónico tema “El otro cambio, los que se fueron”. El mismo se llevaría a cabo el 7 de octubre en el teatro Broadway, en coincidencia con la reedición remasterizada del disco, que sumaba un segundo volumen con versiones en vivo inéditas de todos los temas, grabadas en 2013. Pero el destino le jugó una mala pasada y el festejo quedó trunco. “El 26 de agosto del año pasado me caí. Fue un accidente tonto, una distracción en medio de una ruta, al bajar en una estación de servicio, yendo a tocar a Pergamino. Aunque suene cómico, me aplasté yo mismo. ¡Es que me caí encima mío! Y así me fracturé la rótula y el ligamento de una pierna y el húmero de un brazo. Me operaron de urgencia y estuve dos meses completamente inmóvil, postrado en una cama. Pero luego, con mucha paciencia, voluntad y fe empecé a levantarme y a moverme un poquito; primero con una silla de ruedas, después con un andador y por último con un bastón. Ahora ya me dieron el alta, pero debo seguir haciendo ejercicios kinesiológicos todos los días. Sólo falta que los huesos aprendan a seguir mis órdenes, lo cual no es fácil. Por eso recién hace muy poco decidí volver a tocar”, relata el prolífico músico rosarino de 76 años a LA NACIÓN, como preámbulo de una larga entrevista realizada en el estudio de grabación de su mítico sello discográfico Melopea.
Ahora, “después de haber asomado un poco la nariz y tocado en algunos lugares”, finalmente se dará el gusto de conmemorar las bodas de oro de Muerte en la catedral con un gran recital. La cita será el jueves 5 de diciembre a las 20.30 en ND Teatro (Paraguay 918); y aunque nunca se necesiten excusas para hablar con Nebbia, la noticia invita a analizar con él las características de aquel disco, la época que lo enmarcó y la incidencia en sus trabajos posteriores.
–¿Qué recuerdos tenés de la grabación de Muerte en la catedral?
–Lo grabamos en el recientemente inaugurado estudio grande de RCA Victor de Saavedra, que era la copia arquitectónica exacta de uno de Nashville, algo muy impresionante. La compañía quería probar el estudio grabando música experimental. Entonces hicieron grabar a Astor Piazzolla con su noneto el disco Tristezas de un Doble A y a mí Muerte en la catedral.
–¿Es verdad que fue grabado en sólo 40 horas?
–Sí, y esa rapidez la sigo manteniendo hasta hoy. Cuando llego a un estudio ya tengo todo armado, por eso no me demoro en pequeñeces. Llevo un ayuda memoria de partitura y los músicos también. Eso hace que en diez minutos grabemos un tema. Y aunque después hagamos otras tomas, trato de quedarme siempre con la primera, porque es la más fresca, la más ansiosa, en la que uno pone todo para que quede extraordinaria. En fin, mi sistema de grabación es tan rápido que no es extraño que hayamos grabado Muerte en la catedral en ese tiempo. Yo tenía el disco muy craneado y los dos músicos que me acompañaban, que venían del jazz, eran muy buenos: el contrabajista Jorge “El Negro” González y el baterista Néstor Astarita. Juntos integrábamos un trío imbatible, en el que yo, alternativamente, tocaba un poco de piano, un poco de guitarra y otro tanto de sintetizador.
–Temáticamente, ¿es producto del ambiente político que se vivía en aquel momento?
–No necesariamente, pero sí tiene su aspecto político si consideramos que todo lo tiene, sin necesidad de caer en política partidista. Por ese entonces yo tenía 25 años y en mi grupo generacional nunca se nombraba la palabra política, si bien todos teníamos nuestras ideas. Todo lo que pensábamos los expresábamos a través de las letras de nuestras canciones y éstas, en general, hablaban de la soledad, de la angustia y de las desavenencias que existían en la sociedad. Muerte en la catedral, concretamente, tiene que ver con la falta de fe, de espiritualismo, que había, incluso entre la gente que iba, religiosamente, todos los domingos a misa y sin embargo no creía en nada. En fin, todo lo que observé y volqué en ese disco fue mi disconformismo frente a la sociedad.
–Aunque las fechas no coincidan, muchos piensan que “El otro cambio, los que se fueron” se refiere a la dictadura y los desaparecidos.
–Sé que muchos piensan eso, pero no. La canción habla de un arquetipo de gente que funciona en cualquier barrio típico de la capital o de una ciudad del interior del país. Pero admito que cuando fue pasando el tiempo la letra del tema fue aceptando otras lecturas.
–Lo que pasa, muchas veces, es que el artista sensible tiene un radar especial y anticipa lo que vendrá…
–Sí, es cierto. Sin querer, claro, pero sucede. Eso me ha ocurrido con varias canciones a lo largo de mi carrera. Por ejemplo, yo tengo una del 89 que se llama “Coplas del musiquero”. Y me pasó que cantándola de gira por Alemania y Holanda, en ese mismo año, me preguntaban si la había escrito por lo que estaba ocurriendo en ese momento en la Argentina (por los saqueos a los supermercados). Y no fue así, para nada. Por otro lado hay canciones que canto que parecen que las escribí ahora, y no es que se adelantaron a su época sino que son la prueba de que hay cosas que no cambian; por ejemplo, el desequilibrio social en el mundo, que existe desde antes que naciera yo. Si no, yo sería un mago y no me creo tanto.
–El álbum incluye tus primeras colaboraciones con Mirtha Defilpo, letrista de “Mendigo de la luna” y “La operación es simple”. ¿Ya eran pareja?
–Sí, fue una onda: “dale, hacelas, que yo les pongo música”. Una cuestión más de amor. De todos modos, yo siempre creí en la participación de otra gente, pero en ese momento no era común hacerlo con una mujer. En ese sentido fuimos pioneros y bastante criticados.
–Pese a las resistencias tuvieron una relación artística muy fructífera: más de sesenta canciones en conjunto.
–Sí, al año siguiente ella fue la autora de la mayoría de las letras de las canciones del álbum Melopea. En general eran temas muy largos y elaborados, ése era nuestro estilo de composición conjunta. Nuestra relación creativa y personal duró lo mismo que el trío que conformaba con González y Astarita: hasta que me exilié en México en el 78. O sea que estuvimos juntos cinco años y pico.
–Muerte en la catedral fue el primer álbum de rock argentino en poner en su tapa la obra de un artista plástico, la de Pérez Celis. ¿Es cierto que él era fan tuyo y solía pintar escuchando tus temas?
–¡Sí! Un día me vio por el centro, me paró y se presentó: ‘Hola Litto, ¿cómo estás? Tengo un atelier en La Boca y me gustaría que pases por ahí. Me la paso pintando, escuchando la música de Los Gatos y todo lo tuyo’ . Yo lo conocía de vista y nada más. No lo podía creer. Le comenté que justo estaba haciendo un disco nuevo que se llamaría Muerte en la catedral. Le encantó el título y a los diez días, cuando lo fui a ver, ya había hecho un cuadro inspirado en el título y en un tema que le adelanté. Un verdadero capo. Después, aunque él no lo requirió, conseguí que la compañía le pagara como responsable del arte de tapa. El cuadro, que me hubiera encantado tener, finalmente se lo quedó la compañía y hoy no sé dónde está.
–Visto a la distancia, ¿se podría considerar a Muerte en la catedral como una obra conceptual?
–Mirá, mucha gente la menciona de esa manera. Porque, por ejemplo, relaciona que incluye el tema “Señora muerte” y en el reverso del single de promoción está otro llamado “Señora vida” (no incluido en el álbum). Y a lo largo del disco existen permanentes citas sobre la vida y el espiritualismo, pero yo no lo concebí como una obra conceptual. Simplemente se trata de un manojo de canciones de un período específico, que indica por dónde andaba mi cabeza y mi corazón.
–¿Por qué considerás que el disco, después de cincuenta años, se mantiene tan vigente?
–A mí me parece que es por la fuerza per se de algunos temas. Y también está relacionado con mi vigencia personal como compositor, ya que tengo canciones de distintas épocas que siempre alguien las canta o toca, y que incluso aparecen en los álbumes de otros artistas. Creo que se trata de una sumatoria de cosas, no creo que Muerte en la catedral sea mi mejor disco ni mucho menos. Lo que ayudó, sin dudas, es la cantidad de versiones que han existido de “El otro cambio, los que se fueron”. Por ejemplo, lo grabó instrumental Lito Vitale y lo canta magníficamente Juan Carlos Baglietto. También lo grabaron Adriana Varela y Fito Páez con Gerardo Gandini.
–¿Por qué, si no es tu mejor disco, como vos decís, decidiste volver a grabarlo en vivo hace diez años y ahora le rendís homenaje con un recital?
–Primero porque cuarenta o cincuenta años de lo que sea ya es una exageración, ¡una locura! (risas). Después porque pese a mi accidente estoy bárbaro y lo puedo tocar y cantar bien. Me pone muy contento volver a tocar todos aquellos temas y además mostrarle a la gente los que hice hace dos meses. Tanto aquellas canciones como las nuevas son fruto de lo mismo, del disfrute, y no fueron creadas con el objetivo de conseguir el éxito.
–La reedición del disco en CD incluye otro con la grabación de los temas en vivo, de 2013, cuya tapa la realizó tu actual mujer, Alexandra Deluca (nieta de la gran Libertad Lamarque). No sabía que era artista plástica...
–Ella tampoco. Tenía espíritu artístico y dibujaba muy bien, pero nunca había profundizado en eso. Hasta que en la pandemia nos quedamos súper encerrados, ¿y entonces qué hicimos? Yo le di al piano, vi muchas películas y me leí todo. Y ella probó a pintar y de golpe se dio cuenta que tenía un estilo armonioso. Ahora, después de tres o cuatro años, tiene ya como treinta cuadros lindos. Entonces, dada nuestra relación afectiva y en afán de estimularla y hacer público su talento, la invité primero a que hiciera la tapa del disco con el que homenajeé al cine francés de los 60 y luego el de Muerte en la catedral en vivo.
–¿Cómo será el concierto del próximo 5 de diciembre en el ND Teatro?
–Vamos a tocar el disco prácticamente completo, también algunos temas de Melopea, mi siguiente álbum solista, ya que este año también se cumplen cincuenta de su lanzamiento. Así que este recital será como una suerte de dos por uno, y así el festejo será doble. Además haré algunas composiciones nuevas. Todo lo tocaré en formato de cuarteto, con Ariel Minimal en guitarras y coros y con los hermanos Corley: Tomás en batería y Nica en guitarra, bajos y coros. El hecho de que Muerte en la catedral ahora será interpretado por un cuarteto, y no por un trío, como sucedió originalmente, también le dará otra impronta a los temas. Será una ocasión especial y única, después no haremos más recitales en base a este disco. Yo ya estoy grabando un disco para Chile con un bajista muy popular del país vecino, Christian Gálvez y el batero (local) Quintino Cinalli. Por otro lado estoy ensayando con la orquesta Sufí, que hace música oriental. Yo colaboro cantando sobre temas míos clásicos, que con ellos suenan divinos, haciendo tarareos y escalas. También estoy grabando un disco exclusivamente de guitarras, sin piano ni sintetizadores, a editar el año próximo.
–Junto al álbum, en 1973 editaste un libro que incluía todas las letras de las canciones más poesías, cuentos, una biografía y, especialmente, un ensayo titulado “¿A dónde va nuestra música popular?”, en el que abordabas varios temas y cargabas contra la industria de la música (los sellos discográficos, los productores, los medios de difusión). ¿Cómo es hoy tu visión del medio?
–Si lo tuviera que escribir hoy diría lo mismo. Es gracioso y lamentable. El tema de buscar grandes ganancias en poco tiempo y querer solamente concretar puro entretenimiento va en contra del arte. Hoy, como ayer, eso no puede estar más lejos de lo que fue mi formación y de la inquietud de vivir en este planeta y desarrollar mi música. Entiendo que si un tipo tiene una compañía millonaria pretenda ganar plata, ¿pero hasta qué punto? ¿sin ningún límite? Hoy, en ese sentido, me parece que vivimos una época de exageración. En los 60 –mucho antes de aquel ensayo- existía la posibilidad de que una compañía discográfica editara tanto un disco con dos o tres hits de algo menor musicalmente, como los nuevos opus de John Coltrane y de Miles Davis. Hoy en día lo que sucede es una locura: todos quieren repetir lo que pegó y por eso suenan igual. Cuando escuchás la radio no podés discernir quién es quién. Sin embargo, yo, que soy un melómano apasionado y que estoy siempre al tanto de todas las novedades, te puedo asegurar que este es uno de los momentos con mejor música de toda historia de la humanidad. El tema es que no la podés escuchar en ningún lado. Por eso, en la práctica, todo es muy aburrido. Mi antídoto es Melopea, mi propio sello discográfico en el que me recluyo y sigo, románticamente, haciendo mi música.
–Por último, Litto, la pregunta del millón: ¿por qué te presentás siempre sobre un escenario con anteojos oscuros de sol? ¿Por cuestiones de visión, por coquetería o por pudor?
–Porque soy un llorón. Hay gente que no lo puede creer, pero yo me emociono tocando mi música. Algunos me dicen: “¡Pero cómo puede ser después de tantos años!” Y la experiencia no tiene nada que ver con la emoción. A mí me sigue dando igual por llorar, esa es la absoluta verdad. Por eso me “cubro” con anteojos oscuros, a los que yo llamo anteojos para llorar. Es que en todos mis temas hay mucho de evocación, y de repente se me aparecen mi barrio de la infancia, mi padre o mi madre y no puedo reprimir la emoción.
–¿Te da vergüenza que el público te vea llorando?
–No es que me de pudor o vergüenza que el público me vea llorando, es que si el público lo percibe y también se emociona ya no podría seguir cantando. Se me haría un nudo completo y se haría imposible afinar. Los anteojos, así, me ayudan a poner un límite a la situación. Es algo que me viene de muy chico, cuando acompañaba a mis viejos a los piringundines y cabarets de Rosario y de los alrededores a hacer sus shows (el padre, Félix Nebbia, era cantante y la madre, Martha Corbacho, pianista y cantante). Entre cada una de sus apariciones, más las de mi tío materno, que era ventrílocuo y mago, me ponían a mí a cantar dos temas. ¿Y qué ocurría siempre? Dos días antes me ponía a llorar en casa y mi mamá me decía: “Llorá, llorá mucho, así se te aclara la voz y no te quedan lágrimas para el día del show”. Desde entonces me da pánico que me miren; de hecho, aunque use anteojos negros en el escenario, canto con los ojos cerrados.
Litto Nebbia. Muerte en la catedral, 50 años. Jueves 5 de diciembre a las 21. En ND Teatro, Paraguay 918. Entradas por Plateanet o en la boletería del teatro
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