Lila Downs llevó su sincretismo al Teatro Colón
Es el final del primer concierto del festival Únicos y Lila Downs comienza a saltar sobre el escenario de madera del Teatro Colón. Tanto entusiasmo hace que la mesita que está detrás de la cantante comience a temblar. Uno de los accesorios musicales que utilizó y que está sobre la mesa cae. Pero no llega a tocar el piso. El director musical, sentado un metro detrás de Lila –justo en esa canción la orquesta no toca— está lo suficientemente atento como para tirar un manotazo y atajarlo con éxito. Por la rapidez de sus reflejos, la cosa no pasa a mayores y la fiesta sigue. Porque, sin duda, lo que se ha generado entre la mexicana y el público porteño fue una verdadera fiesta.
Claro que, como tantas cosas en la vida, fue parte de una construcción. Una hora y media atrás el clima no era el mismo. Llevó un par de temas lograr que la voz de la cantante y la orquesta se pusieran en buena sintonía. En definitiva, lograr ese sincretismo que muchas veces se encuentra representado en la carrera artística de Lila Downs: desde la mixtura de su árbol genealógico donde hay mixtecas, zapotecas y escoceses, hasta las influencias vocales de su interpretación. O desde la primera imagen que aparece en la pantalla ubicada al fondo del escenario, La Virgen de Guadalupe (todo un símbolo para la idiosincrasia mexicana) hasta una canción como "La iguana", que refiere a las fiestas de Veracruz donde se cultiva cierto ecumenismo entre las tradiciones de los pueblos originarios, las afroamericanas y las de comunidades europeas que llegaron a América.
Sincretismo es también esa manera de comunicar la música popular a través de un conjunto muy numeroso de instrumentos que llamamos organismo sinfónico y que fue desarrollado para tales fines (la música sinfónica). No siempre es fácil poner en comunicación esos dos mundos; aunque tengan las mismas intenciones y objetivos, sus modos de expresarse son diferentes. De hecho, al principio las canciones que sonaron con mayor fluidez fueron las que cantó acompañada por un grupo de guitarras, contrabajo, saxo, trompeta y batería. Y no se puede decir que se debió a que eran los músicos de su banda porque se trató de un seleccionado de artistas argentinos, seguramente convocados especialmente para esta actuación.
Recién pasados algunos minutos el diálogo entre la cantante, el grupo y la orquesta empezó a ser fluido. El repertorio estuvo armado con varios de los grandes éxitos de la carrera de Downs ("Mezcalito", "La cumbia del Mole", "Vámonos", "Fallaste corazón" y "La llorona"). Y los arreglos fueron variando del sonido orquestal al de grupo y luego a formatos más intimistas, como el de la guitarra y el contrabajo como los únicos acompañantes de la voz.
Edgar Ferrer, el director y orquestador de este concierto, recurrió a veces a acompañamientos muy sobrios (leves armonías de cuerdas, metales y maderas); en otras ocasiones, echó mano a breves gestos incidentales que se utilizan en el cine y, en un registro totalmente diferente, a todo lo extravertido y percusivo de algunas músicas sinfónicas de nuestro continente, acaso un guiño a compositores de la corriente americanista, como Silvestre Revueltas o Arturo Márquez.
Lila hizo lo que siempre sabe hacer: ganarse al público con esa garra que transmite su voz en canciones emblemáticas como "Gracias a la vida", "La llorona", "La martiniana" o "Cucurrucucú, Paloma". Con la intensidad que le pone a los versos de "La martiniana" se ganó, ya hace muchos años, el título de heredera de Chavela Vargas. "Niña, cuando yo muera / no llores sobre mi tumba. Cántame un lindo son, ¡Ay, mamá! Cántame la sandunga".
El público la ovacionó, le pidió canciones, festejó sus comentarios y hasta disparó algún dardo contra el presidente argentino, esos cantitos que se escuchan en espectáculos públicos.