Ligia Piro: "Hubo un momento en el que me sentí tremendamente sola"
Ligeia, además de reflejar el título de un cuento de Edgar Allan Poe y representar a una sirena griega, es un nombre que proviene del heleno y significa voz clara, melodiosa, y armoniosa. De allí deriva Ligia, un mote tan poco frecuente que hasta podría decirse que ella es la única que lo embandera, al menos en ese universo impreciso de los que cobran notoriedad pública. En su caso, nombre propio no ganado por exotismo sino por talento, perseverancia y fidelidad al propio deseo. Ligia Piro es una de las voces más exquisitas de la música contemporánea. Casi como un destino marcado desde la cuna, y tomando la esencia freudiana, ese Ligeia se convirtió en profecía autocumplida.
Este viernes, Ligia Piro volverá a subirse al escenario del Centro Cultural Torquato Tasso para hacer honor a Ligeia y ofrecer un repertorio amplio, a su estilo, y en formato íntimo: solamente estará acompañada por Ricardo Lew, guitarrista con el que comparte, desde hace años, aventuras interpretativas. En el marco del ciclo Festival Clásicos del Tasso, la intérprete ofrendará su voz al servicio de poéticas que conoce desde sus entrañas como el jazz, la bossa nova, el folklore. Y autores como Luis Alberto Spinetta o Jorge Fandermole. "Trabajar, en vivo, con la gente cerca, es muy lindo. Lo que sucede cada noche es distinto, no hay una función igual a la otra, es mágico", explica a LA NACIÓN, mientras se despereza de un viaje agotador desde su casa en la localidad de Florida, al norte del conurbano, una escala en la peluquería de Recoleta, y el destino final en esa zona limítrofe entre San Telmo, Barracas y La Boca donde se emplaza el lugar escogido para la charla, con una sala en penumbras que se convierte en inspiración para el diálogo.
"En este concierto estoy presentando algo muy intimista con Ricardo Lew. Trabajamos juntos desde hace muchos años, incluso hicimos juntos aquel disco que fue Trece canciones de amor, que atesoro especialmente. Fue el material donde me sentía que estaba en tranquilidad y paz, acababa de tener a mi primer hijo y no soportaba el ruido ni las estridencias. Todos dudaban, pero yo estaba convencida de aquel proyecto porque era lo que quería escuchar. Como nadie lo hacía, lo hice yo. Con Ricardo tenemos una hermosa armonía en el escenario", destaca la cantante.
-Este viernes regresa al Tasso esa fórmula.
-Una voz y un instrumento. Me parece que es bueno, cada tanto, bajarse de la vorágine del sonido y hacer algo más chico. Lo otro lo vengo haciendo con la presentación de mi disco Love, y, por supuesto, lo seguiré haciendo.
-El concierto del Tasso como una pausa al vértigo…
-No viene nada mal.
-Hablabas de la ceremonia con el espectador en vivo, un acontecimiento irrepetible, único. En una propuesta de cámara eso se potencia aún más.
-Es energía pura, un feedback con el espectador que es absolutamente necesario. No importa la cantidad de gente en la platea o en el escenario: se da.
-Hay algo del orden del aura, no renovable.
-Es imposible repetir lo mismo, aunque hagas idéntico repertorio o los mismos textos en el teatro de prosa.
-En tus conciertos se produce una suerte de recuperación de materiales.
-Las radios olvidan temas, autores. Se escucha reggaetón, rap, latino, y poco más. Lo que me gusta escuchar, no lo encuentro fácilmente. Entonces lo canto.
Según pasan los años
-Según Zicka o Vino de ciruela, fueron obras que te permitieron la expresión desde la actuación. ¿Qué sucedió con la actriz?
-Ocupó un lugar importante, preponderante, en un momento donde la música estaba más tranquila. Mi foco estaba puesto en el teatro de texto y no tanto en el musical. La música aparecía en reductos de jazz, donde me presentaba a la una de la mañana cuando salía de actuar en los teatros. Caminaba, con mi bolsito, y me metía a cantar en esos boliches. Empecé muy chica.
-Aquel debut como cantante sucedió en un espacio ineludible, hoy cerrado: Clásica y Moderna.
-Lloré cuando murió Paco Poblet, el alma mater del lugar. El abrió el espacio para la música. Natu Poblet lo siguió. Y también Ana Albarellos, quien sufrió mucho con la pérdida de esa casa, ella era la programadora artística.
-¿Cómo se generó aquel debut sobre la avenida Callao?
-Paco me dijo: "¿Te animás a venir a cantar? Estoy por abrir un horario de jazz medio raro, después de la medianoche". Tenía 19 años, recién había terminado el colegio. Le respondí: "Si no me lo das vos, quién me va a dar el lugar".
-¿Cómo fue aquella noche?
-De muchos nervios. Era una época donde estaba en el Conservatorio Nacional, cantaba lírico y piano complementario. Pero no era para mí, estaba convencida que no me iba a dedicar a eso.
-¿Qué deseabas?
-Quería cantar jazz.
-Todo un desafío, no se trataba de apostar a la masividad.
-De hecho, pensaba que, cuando me escucharan cantar en inglés, se iban a levantar para irse de la sala. Además, no conocía muy bien qué sucedía en la movida nocturna de los porteños, pero sabía que quería hacer eso.
-De todos modos, tu formación es bien heterogénea.
-Clásico, mucha ópera, jazz, música brasileña, y Billie Holiday. Todo al mismo tiempo. Por eso cuando hice aquel primer concierto era todo en inglés y algo en portugués. Y funcionó.
-Eso habla de tu convicción y de tu identidad como artista... No hiciste concesiones, fuiste en busca de tus propias necesidades expresivas.
-Ya trabajaba como actriz en el teatro off y en el comercial. Y, cuando me decidí a cantar en público, no salí a hacer una encuesta de mercado para testear qué había que cantar, qué se imponía. Estaban comenzando los ´90 y estos conciertos eran una prueba para mí misma.
-¿Por qué el jazz?
-Me sedujo absolutamente. Y corresponde a haber tenido una niñez muy feliz y, de pronto, entrar en una preadolescencia súper triste y melancólica por cuestiones familiares, y de padres, por supuesto…
-Como corresponde…
-Como corresponde...
Hija de la cantante Susana Rinaldi y del bandoneonista Osvaldo Piro, Ligia se crió en un ambiente artístico que fue influencia, estímulo, pero también la marcó a partir de los vaivenes que generaban los sinsabores de una crianza atípica.
-¿A qué se debían, puntualmente, aquellas tristezas a las que te referías?
-A cada niño le llega un momento de sufrimiento. Trato que no les suceda a mis hijos, pero sé que será inevitable. De todos modos, siempre estaré a mano para contenerlos. Mis viejos no pudieron hacerlo por diversos motivos. Se separaron cuando era muy chica, los dos vivieron en el exterior en tiempos donde yo estaba escolarizada y no existía la patria potestad compartida. Épocas de militares en nuestro país, mi vieja no tenía trabajo en Argentina, tenía que hacerlo afuera. Eso le posibilitó una carrera internacional que ni ella imaginaba, tuvo que seguir ese camino. Hubo un momento donde me sentí tremendamente sola, donde en el colegio era la señalada.
-¿Por qué razón?
-Porque era hija de padres separados, porque mis viejos eran artistas. Salía del común denominador. Era la oveja negra del lugar donde estuviera.
-Cumplías con todos los requisitos de la época para ser considerada así desde un lugar de mucha discriminación.
-Cumplía con todos los requisitos. Incluso los físicos, era la más alta del grado. Las maestras pensaban que era de séptimo cuando, en realidad, iba a tercero. En el colegio sufrí discriminación.
-Una práctica de lo que hoy se denomina bullying.
-No sé si era eso exactamente eso, o si es comparable con los casos que hoy uno tiene conocimiento. Era un sentirme angustiada constantemente, hasta que en un momento apareció un colegio secundario donde me sentí contenida.
-Un espacio amigable.
-Mis grandes amigos son de esa época y nos seguimos viendo.
-Aquellas situaciones incómodas tenían que ver con el colegio primario solamente.
-Sí. Y tenía que ver con la soledad, mucha soledad...
-Cuando tus padres viajaban por razones laborales o exilio, ¿ibas con ellos o continuabas con tu escolarización acá?
-El momento más extenso de mi madre afuera fue de cuatro meses, debido a una temporada que realizó en el Teatro Odeón de París, pero, en general, no viajé. No sé cómo se llevaban mis viejos en ese momento, pero eran trámites muy engorrosos, había que pedir permisos. Mi viejo tendría miedo que mi mamá se quedara con mi hermano y conmigo afuera, entonces los permisos eran escuetos. Teníamos que volver y nos quedábamos con mi abuela materna Ángela, una diosa que cantaba.
-Hoy, ¿cómo es el vínculo con tus padres?
-Excelente. Tengo un compañerismo muy bueno con mis papás. Mi viejo vive en La Falda, Córdoba, está casado con su señora con quien me llevo fantástico. Él se recluyó, por eso le digo que es el abuelo de Heidi. Era el típico tanguero de San Telmo, boliche y noche. Pero cambió de vida, se quiso alejar, tuvo problemas de salud que fueron decisivos. La mudanza a Córdoba significó estar en un sitio más armonioso, donde construyó su casa en un espacio donde se bajan los decibeles sí o sí. Mi mamá, en cambio, es de la ciudad y del mar. Le gusta Mar del Plata, pero este verano se quedará más en Buenos Aires, no tiene tantas ganas de moverse. Los dos están grandes, tienen 82 y 83. Pero lo admirable es que tienen ganas, siguen laburando. Mi vieja tiene la voz impecable.
-¿Existe la competencia artística con tu mamá?
-Para nada. De hecho, el 29 de enero nos presentaremos juntas en el Festival de Cosquín. Será un extracto de un espectáculo que hice hace tiempo donde ella tiene un espacio de cuatro o cinco canciones.
-Según pasan los años…
-Ese mismo espectáculo, donde se generaban situaciones muy cómicas con mi vieja.
-Las anécdotas que contaban eran desopilantes.
-Muy simpática la experiencia. Lo disfrutamos mucho.
Las flores buenas
-A pesar de los dolores, en medio de la crisis adolescente, aparece la música como escape.
-Ahí me conecté con una música que hacía que yo estuviese convencida que formaba parte de eso. Incluso, a pesar de, en aquellos tiempos, no entender demasiado el inglés. No tengo mucha más explicación que las sensaciones corporales y los sentimientos que se me despertaron por esa situación. Me pasó con el jazz y con la bossa nova, género que me bajaba a un lugar especial, me transportaba a una zona de mucho placer.
-También aparecieron León Gieco, Fito Páez... Te has ido ampliando, nunca te cerraste ni hubo prejuicios estéticos.
-Eso tiene que ver con mi formación musical. Eso pasaba en mi casa, donde había una gran influencia folklórica y latinoamericana. Yo tenía la posibilidad, por los padres que tengo, de contar con una colección de discos impresionante, muy variada. Ellos tenían como amigos a artistas enormes de todo el mundo. Cuando tenía tres o cuatro años, Chabuca Granda me tenía en su falda. Eso mamé.
Ligia se deja llevar por los recuerdos. Aparecen, rápidamente, las postales de esos veranos en Mar del Plata en tiempos en que sus padres regenteaban Magoya, un local propio que vio desfilar a artistas notables. "Éramos como Los Campanelli, nos instalábamos todos, incluidos los abuelos y tíos. En Magoya, Inés, mi tía hermosa, conoció a Juan Carlos Cuacci, su marido. Allí Cuacci llegó para hacer un reemplazo y se convirtió en el director musical de mi mamá para siempre", rememora.
-Alguna vez te planteaste otro camino.
-No. En alguna época, cuando terminé el secundario, pensé en alguna carrera humanística, pero yo quería hacer teatro y canto. Me interesaba viajar, conocer. Así que me anoté en el CBC, pero nada más.
Love
-La actuación está en un paréntesis. No te volvimos a ver luego de Vino de ciruela, de Arístides Vargas.
-Un paréntesis que se tomó mucho tiempo. Fue hace 14 años en el Broadway. Desde ahí, la música comenzó a tomar un lugar más preponderante y de mucha importancia. Y eso vino acompañado de la grabación de los discos que implica mucho trabajo. Son siete discos grabados y producidos por mí. Cada disco tiene su presentación, giras. Todo eso necesitó un lugar en mi cabeza y en mi ser. Y a eso se sumó la maternidad. Tengo tres niños y a cada uno le di el lugar y la atención que corresponde.
-Una mamá presente.
-Súper presente, un poco pesada. Román, el de doce, ya me lo hace notar. Acaba de terminar séptimo grado, así que estamos con los preparativos para comenzar el secundario. Todo un mundo. Es un adolescente total, pero todavía es cariñoso. Elisa terminó jardín y empieza primer grado. Y Alex, el del medio, de nueve, es el artista que canta, dibuja y toca la guitarra, es el que está haciendo sus descubrimientos, me hace acordar mucho a mí. A su edad, ya seleccionaba mi propia música. Mi abuela me había regalado un Winco, así que me encerraba en mi habitación a escuchar todo lo que había. Ahí apareció Billie Holiday.
Casada desde hace catorce años con David, jamás renegó de sus influencias familiares, de su estirpe. Aún así, con padres que son próceres de la música argentina, Ligia logró construir identidad y trascendencia propia. No se habla de la "hija de…" cuando se la menciona. Ese constructo es muy difícil de concretar. Talento, personalidad, fidelidad al deseo propio, podrían argumentarse como síntesis de su logro de marca propia. "Venía de ser ´la hija de…´ y mi nombre siempre iba abajo, muy chiquito. En determinado momento, aquello se revirtió. Hace unos diez años comencé a notar el cambio", declara.
-Eso es fruto de tu trabajo.
-No fue algo que impuse. Creo, y se lo transmito a mis hijos, que hay que ser fiel a las pasiones propias. Se juegan varias cosas: perseverancia, respeto por el público, jamás subir al escenario de taquito. Eso se lo agradezco mucho a mis viejos. Cuando decidí qué hacer, me mandaron a estudiar. Eso fue ley en mi casa. No se trabajaba hasta tanto no estudiar y contar con las herramientas. Como actriz, estudié cinco años con Agustín Alezzo, recién ahí me subí a un escenario. Hice el Conservatorio de música, estudié con África de Retes, ella me hizo entender qué pasaba en el cuerpo cuando uno canta.
-¿Qué sucede?
-Se abre algo. Respiración, alma, movimientos que surgen de manera mecanizada por los años de estudio, y lo que a uno le sucede a nivel emocional de manera espontánea.
-¿Te interesa la docencia como campo de exploración?
-No me animé todavía a eso, no sabría educar la voz de otro. Dicté algunos masters, pero nada más. Hay que saber mucho para enseñar.
-¿Seguís estudiando?
-Sí, Laura Liz es mi maestra de canto.
-¿Cuidás ese tesoro perfecto que es tu voz?
-No demasiado o no todo lo que debería. Me protejo del aire acondicionado, cosa que sufre mi marido, pero no mucho más.
Acompañada por Ricardo Lew, Ligia Piro se presenta esta noche, a las 22, en el Centro Cultural Torquato Tasso, Defensa 1575, Ciudad de Buenos Aires.
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