León Gieco, el gran invitado de Roger Waters en su segundo show en el Estadio Único
"Un héroe". Así definió Roger Waters a León Gieco , poco después de que el cantautor argentino interpretara "La memoria" y se fundiera en un abrazo con el músico británico.
El encuentro se produjo anoche, sobre el final del segundo y último show que el ex Pink Floyd brindó en el Estadio Único de La Plata . Ya el martes, durante su primera presentación, Waters había reproducido desde su teléfono parte de la canción incluida en el disco Bandidos Rurales (2001), luego de hablar de su encuentro con los familiares de los soldados caídos en Malvinas y evocar a las Madres de Plaza de Mayo. Según contó Waters, no habían podido contactarse con Gieco para invitarlo a interpretar el tema en vivo. Esta vez, tuvo más suerte.
El artista argentino apareció sobre el escenario sobre el final del recital, guitarra en mano, y cantó "La memoria" frente a las 40 mil personas que colmaban el Estadio Único. Waters se mantuvo muy cerca de él, abriendo sus brazos y haciendo gestos de emoción, con el emblemático pañuelo verde que identifica a los que abogan por el aborto legal, seguro y gratuito atado en su cuello. Luego, lo despidió con un abrazo e hizo pública su admiración por su par argentino.
El show del bajista y cantante británico continuó con "Wait for her", de su más reciente disco Is This the Life We Really Want?, y finalizó, entre fuegos artificiales, con el clásico de Pink Floyd, "Comfortably numb".
Con las luces del estadio ya encendidas, Waters, su banda, el grupo soporte Puel Kona y Gieco, saludaron abrazados, despidiendo una noche llena de épica, estímulos sensoriales, mensajes políticos y, claro, canciones.
El show de la resistencia
A diferencia de lo ocurrido con el superclásico o con la primera jornada del Personal Fest, el recital de Waters en La Plata no sucumbió ante las inclemencias del tiempo. Y esa tozudez no parece casual para un show que vuelve, una y otra vez, sobre la idea de resistir.
A las 21.30 en punto, el británico le puso un final a la espera cuando todo se tiñó de rojo y sonaron los primeros acordes de "Breathe". Uniformado -remera negra y jeans ocuros de rigor- el fundador de Pink Floyd y artífice del llamado "rock progresivo" se mostró desde el primer momento listo para jugar ese juego algo teatral que propone, en el que puede interpelar a su público, secarse lágrimas de emoción -¿o gotas de lluvia?-, insultar a los "cerdos que gobiernan el mundo" y simular ser un prisionero, con sus manos atadas sobre su cabeza. Resulta difícil, entonces, distinguir espontaneidad de verdad construida cuando de gestos de trata, pero es Waters el que invita y es muy difícil decirle que no a una leyenda de ese porte.
La banda suena prolija, aunque por momentos es la "experiencia visual" la que gana la partida. Y es que las pantallas y los artificios de un show montado para sorprender y estimular constantemente son los que se llevan parte de la tajada cuando de atención de trata. Jonathan Wilson -el guitarrista que toma el lugar de Gilmour en sus partes vocales- y las coristas Jeff Wolfe y Holly Laessig son quienes arrasan cuando Waters los presenta y pide aplausos para ellos.
El setllist se mantuvo casi idéntico al presentado durante el show del martes y al que viene siguiendo la gira mundial Us + Them. Todo funciona con la misma exacta precisión de una máquina; sólo al final, Waters se libera de ese guión que lo rige y habla, pide por el aborto legal en Argentina, se distiende y se aleja de la pesadilla que él mismo soñó muchos años atrás, cuando los tópicos sobre los que escribía eran la alienación y el horror del "deber ser" eclipsando al "ser".
Esas viejas canciones están. Y suenan tan vigentes como entonces, abofeteándonos, emocionándonos y recordándonos que la historia siempre es circular, y que aunque parezca que nos movemos en realidad no hemos ido tan lejos. El pasado está siempre a la vuelta de la esquina, listo para dar el zarpazo, parece decirnos Waters con sabiduría.
Como a veces no hay mejor defensa que un buen ataque, el artista británico bombardea desde su pantalla de 60 metros de largo y hace uso de imágenes más o menas explícitas para poner esos temas de Pink Floyd en contexto. Así nos refresca la memoria y nos refriega en la cara, como un anfitrión con pocos modales, que el mundo en el que vivimos está muy lejos de ser perfecto y que está en nuestras manos hacer que algo cambie.
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