Lenny Kravitz y una intensa velada llena de clásicos, divismo y una entrega total
El músico neoyorquino concretó su cuarta visita al país mediante un impactante show en el Movistar Arena; presentó Blue electric light, su más reciente álbum, y recorrió todos sus hits; esta noche, realiza su segunda y última función
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¿Un avezado ilusionista al que ya se le adivinan todos los trucos? ¿Un experimentado jugador de póker que encara cada nueva partida con los naipes marcados? ¿Un actor consagrado que, más allá de algunos leves matices, suele interpretar siempre el mismo papel? Todas y cada una de estas figuras permiten describir adecuadamente al personaje en cuestión. Y esto es así, ya que desde el inicio de su carrera Lenny Kravitz, que de él se trata, jamás ocultó ni se sonrojó a la hora de exponer abiertamente y de manera pública tanto a los referentes que lo forjaron como músico como así también a las influencias que permanecen intactas en él hasta el día de hoy.
John Lennon, Led Zeppelin, Jimi Hendrix, James Brown, Stevie Wonder y Prince, entre muchos otros, continúan siendo sus faros de inspiración. En tanto, el rock, el soul, el funk y las baladas emergen como el combustible indispensable para desarrollar una propuesta de por sí muy conocida y anclada en el sonido de los setenta, pero a la vez absolutamente arrolladora y que lo llevó a edificar una impresionante trayectoria que alcanza las tres décadas y media.
Cinco años después de su última visita, el artista neoyorquino regresó al país por cuarta vez con el objeto de presentar en sociedad Blue electric light, su duodécimo álbum de estudio en el que se inclina preferentemente por el funk y el soul, amén de algunas pinceladas de psicodelia y R&B, para acompañar historias de amor propio, superación y crecimiento personal. En definitiva, nada demasiado novedoso, revolucionario ni muy diferente a lo que ya se conocía de él. Sin embargo, lejos de intentar alguna búsqueda vanguardista o pretenciosa, a esta altura de su carrera, y con 60 años muy bien llevados, Kravitz parece priorizar quizás el hecho de disfrutar y de pasar buenos momentos interpretando la música que más lo seduce y mejor le sale sin reparar ni detenerse en las tendencias de moda. Por su parte, y para beneplácito del protagonista y por ende del show en sí, el público que colmó las instalaciones del Movistar Arena en la primera de las dos funciones previstas (repite hoy jueves) estuvo en idéntica sintonía. Y de ese modo la fiesta fue completa.
Bajo una iluminación dominada preferentemente por los tonos azulados (en clara alusión a su más reciente producción discográfica) y entre un humo intenso y explosiones varias, Lenny Kravitz irrumpió en escena como un huracán y de la mano de “Are you gonna go my way”, un comienzo sin dudas explosivo y que dejó a todos sin aliento desde el primer minuto. Jeans ajustados, campera de cuero negro, lentes oscuros, detalles dorados y sus característicos dreadlocks caracterizaron el look elegido por este auténtico sex symbol del rock que no dudó en conquistar a la multitud con sus recurrentes modales de divo y la potencia de “Minister of rock ‘n’ roll” y “Bring it on”. El típico cántico de “olé, olé, olé, olé, Lenny, Lenny” que descendió desde todos los rincones del estadio fue correspondido por el músico arrodillándose en el piso en señal de agradecimiento. Y así fue transcurriendo una noche en la que Kravitz mostró sus diferentes aunque siempre sugerentes facetas musicales a bordo de todos sus grandes éxitos.
“TK 421″ (el primer estreno de la velada) no solo introdujo al concierto en su faceta más funk sino que develó su destacado rol de multinstrumentista al hacerse cargo del bajo para luego regresar a la guitarra eléctrica y traer un poco de calma y sosiego a través de “I’m a believer”, “I belong to you” y “Stilness of heart”. Las luces de los celulares en alto constituyeron la inmejorable escenografía para acompañar los acordes de un clásico como “Believe” (con Lenny empuñando ahora una guitarra acústica) mientras que los aires un tanto más pop de “Human”, seguida de “Paralyzed”, lo impulsaron a bajar de las tablas para estrechar las manos de los afortunados que poblaron los primeros lugares del sector “campo”. Aunque si de suerte se trata, sin dudas la mayor parte de ella correspondió a un niño de no más de diez años que subió al escenario invitado por el propio Kravitz, y quien luego de abrazarlo y obsequiarle una púa, lo despidió calificándolo como “el futuro”.
Las celebradas “Low” y “The chamber” prepararon el terreno para una incandescente versión de “Always on the run”, uno de los segmentos más rockeros del show, que luego desembocó en el envolvente, romántico y embriagante aroma de “Again” y de quizás una de las composiciones más logradas de toda su carrera: “It ain’t over till it’s over”.
Dos coristas masculinos y un trío de vientos sumaron su inestimable aporte a una banda de acompañamiento compacta, poderosa, versátil por demás y que sonó de manera impecable a lo largo de todo el concierto. La volcánica Jasmine Kayser (batería) junto al bajista de origen surcoreano Hoonch “The wolf” Choi y el tecladista George Laks conformaron un sólido andamiaje instrumental por sobre el cual Craig Ross, el inseparable y fiel ladero de Kravitz despachó sus incendiarios riffs y solos de guitarra luciendo su habitual cabellera rizada al estilo Marc Bolan y sus atuendos inspirados a imagen y semejanza del pomposo y sobrecargado glam rock.
Por delante de todos ellos y capitaneando el equipo con soltura y total profesionalismo, el creador de Mama Said no solo revalidó sus credenciales como showman, gran guitarrista y mejor cantante, sino que desgranó además una imagen en la que la icónica estampa del rockstar se conjuga (y a veces se confunde) con la del modelo publicitario. Aquel que sabe cómo exhibir sus más osadas y estudiadas poses y algún que otro mohín, tanto para el lucimiento profesional de los fotógrafos como para desatar el delirio entre las miles de enfervorizadas fans dispuestas a sus pies.
“¿Todo bien?”, pregunta Kravitz en un prolijo castellano y como si desconociera la respuesta para, a continuación, descargar “munición gruesa” de la mano de “American woman”, “Fly away” y “Let love rule”. Es el epílogo de una jornada intensa, impactante y dueña de una oferta musical un tanto previsible si se quiere, pero tremendamente entretenida y liderada por un verdadero animal del rock que dejó hasta la última gota de sudor en escena en pos de satisfacer a un público que regresó a casa feliz y por demás satisfecho.
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