La cantante ofrecerá en público su nuevo proyecto vinculado a Joni Mitchell, la enorme artista canadiense; su infancia, el legado familar, la maternidad y su camino, de todo eso habló la artista con LA NACION
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Exploración, inquietud, artista expandida. A Laura Ros es complejo encorsetarla. Saludablemente, la cantante bucea en el propio deseo para poder plasmar su obra, totalmente escindida de las imposiciones familiares, de la industria y del público. “No tengo una compañía que, luego de un éxito, me obligue a seguir por la misma ruta. Me manejo con una libertad interna, me aboco a lo que realmente sintió, si no, ¿para qué?”, sostiene la hija del ilustre Antonio Tarragó Ros, amuchada en su estudio ubicado en un altillo de su confortable casa con aires camperos en el corazón de Hurlingham.
“Dejé la ciudad y me instalé acá, es otra vida”, reconoce. No miente. Se escucha el silencio solo interrumpido por los pájaros, algún ladrido o, cada tanto, el traqueteo del tren San Martín que pasa cerca.
-Hacer lo que se siente o no hacerlo, ¿esa es la cuestión?
-Si no puedo hacer lo que quiero, mi arte no tendría sentido y debería dedicarme a otra cosa.
Laura Ros fue educada en un ambiente musical desde la cuna, pero fue en 2003 cuando su primer disco marcó el punto de partida de su derrotero profesional: “A lo largo de estos años, jamás sentí que estuviera haciendo algo que no tenía ganas de hacer. De hecho, en este momento no estoy componiendo, porque no siento que tenga algo nuevo para decir. Si no tengo algo para decir, prefiero no decirlo”.
En simultáneo con esa ausencia del deseo para contar lo propio, se fue sumergiendo en el universo de Joni Mitchell, la cantante canadiense que se transformó en una artista de culto en los sibaritas espacios neoyorkinos donde irrumpió con un folk inclasificable y, sin imponerse fronteras, se tensó con el jazz, sin eludir al rock. Ukelele, guitarra, piano y voz, y una afición por la pintura donde conjugaba en texturas aquello que también decía con su música. De ese seno maternalmente disruptivo, Laura Ros encontró un océano para surcar. Decirse a través de Joni Mitchell. “Fue como una trompada”.
Descubriendo a Joni Mitchell es el proyecto en el que Ros desanda la obra de la artista enorme que irrumpió en los convulsionados sesenta. Hipismo, Vietnam, Mayo francés y rock and roll. Este viernes 18 de febrero, la cantante presentará buena parte de ese trabajo en Bebop Club de Palermo, y será la posibilidad de escuchar en vivo algunos de aquellos sonidos que ya están dando vueltas por las plataformas de música. Esta chica Ros no emula, sino que interpreta con hondura la extrañeza de un sonido no concesivo y conmovedor.
-¿Cómo se genera ese KO de Mitchell?
-Yo no estaba tocando, porque me encontraba muy abocada a la maternidad. Es curioso porque Joni no pudo conectar con la maternidad y a mí, en cambio, mi maternidad me conectó con ella. La conocía, pero ese tiempo fue de especial impacto. Sentí que quería cantarla y, además, Joni es el paraíso para un guitarrista, ya que inventó, experimentó con un nuevo modo de afinación, algo que Keith Richards ya hacía, pero Joni le impuso una nueva forma, dispuso que cada tema tuviese su propia paleta de colores, con una afinación de guitarra diferente.
Laura Ros no puede con su genio y manotea la guitarra para pelar una clase práctica con el interlocutor novato. Ejecuta y algo sucede. Muestra afinaciones, se apasiona con esos colores que encuentra en esa exploración con el instrumento. “Me vuelve loca”. Lejos de la rutina, Ros emula las diversas tonalidades de Mitchell a lo largo de las diferentes etapas de su vida: “Voy con un soprano como el que ella tiene en “Woodstock” hasta una tonalidad más grave, que marcan sus etapas posteriores”.
-¿Cómo te interpela Mitchell desde lo ideológico?
-Su poesía me puede, ya que soy una mujer que, además de la música, encuentra en la palabra una gran herramienta. Y Joni, justamente, trabaja en ese entrecruzamiento donde la música no se pierde para darle lugar a la palabra, ni la palabra sufre para darle lugar a la música. Muchas de las letras son casi existenciales y otras son mucho más concretas, pero sin perder el vuelo poético.
-¿Cómo te atravesó la pandemia a la hora de vincularte con los materiales?
-Encontrar nuevos significados y que la música y la poesía me interpele diferente después de un tiempo, ha sido uno de los efectos de este tiempo tan raro que vivimos. Las canciones siempre te pegan diferente de acuerdo a tu momento en la vida. Por ejemplo, “Little Green” es muy fuerte, ya que habla de la hija que ella tuvo que dar en adopción, una letra desgarradora.
-¿Cómo repercutió en vos?
-Siendo mamá, ya no lo podía cantar. Comenzaba y me largaba a llorar.
Descubriendo a Joni Mitchell se va conociendo de a grajeas, a medida que Ros va sintiendo esa pulsión por parir música: “La idea es que en abril esté el volumen 1 del disco terminado a disposición. Estoy con doce temas listos, pero quizás el disco digital abarque diez temas”.
-¿Se editará solo en formato digital?
-Sí, ya la gente no tiene ni dónde escuchar un CD. Y también en YouTube presentaremos los temas con subtitulado.
Cuestión de sangre
“En mi familia son todos músicos, con lo cual es muy difícil dedicarse a otra cosa”. Su abuelo materno fue Ken Hamilton, pianista de jazz. Su abuelo paterno, Tarragó Ros, fue un notable músico y acordeonista de música litoraleña. El cantante Antonio Tarragó Ros, su padre, es acaso la figura más popular de una dinastía entrecruzada por el amor a los sonidos del río y las cuchillas del litoral. Además, su hermana Irupé Tarragó Ros es una reconocida artista y Bárbara, su otra hermana, no se dedica a la música, “pero es bajista y una remúsica”, dice Ros, casada con Federico, su marido baterista.
Sin embargo, rompiendo con el mandato familiar, Laura Ros se inscribió en la carrera de traductorado de inglés. No se recibió, pero el tiempo que estuvo lo pasó muy bien, según reconoce: “Fue muy divertido”. También la docencia para los novatos que buscan acercarse al canto fue un camino.
-Llevar un apellido de estirpe, ¿abre y cierra puertas al mismo tiempo?
-Por supuesto. Lo bueno que siempre tuvo es que no fui una desconocida. A Mercedes Sosa no hubo que explicarle qué hacía, ella sabía quién era yo.
-De hecho, cantaste con ella.
-Sí, en un festival en el Centro Cultural del Sur que ella cerró cuando se produjo su regreso a los escenarios, después de un tiempo de problemas de salud. También es cierto que todo lo que hago se pasa por el tamiz de ser “la hija de…”. A mi primer material lo asociaron a un tipo de folklore, pero para mí era un disco de canciones, pero se lo abordó desde el folklore renovado. Si se desconociera de dónde vengo, quizás no se llegaba a esa conclusión. De todos modos, soy una privilegiada, tuve todas las herramientas a mano para desarrollar algo que, naturalmente, tenía en mí. Canté afinadita desde que pude usar la voz, es un don empujado por el contexto.
-¿Tu papá te apoyaba?
-Sí, por supuesto. Aunque, como en este proyecto canto en inglés, no le quería mostrar mis trabajos, porque él siempre estuvo vinculado a las raíces más argentinas, pero mi hermana se lo mostró.
-¿Qué reacción tuvo?
-Sé que no es con lo que más vibra, pero le interesó mucho el trabajo con las guitarras. A mi papá le encantaría que cante chamamé, pero yo nací en Palermo. Eso lo hace bien él, que se hace el tradicionalista, pero fue un gran rupturista. En Corrientes, en los ochenta, era declarado persona no grata por esa renovación que siempre llevó adelante.
Desde pequeña la apodaron “La Guri” y ella se deja llamar: “Cuando me dicen Laura es porque no es un vínculo muy íntimo”. Criada con papá músico estrella y una mamá productora, Isabel Noriega, que tuvo un sello y fue la responsable de la primera edición de Jaime Ross en nuestro país. En ese universo, el arte y el medio siempre estuvieron presentes en la vida de “La Guri”, quien aprovechó su apodo para bautizar a su segundo material. “Mamá quería que lleváramos una vida normal y no con la locura o la bohemia de los artistas. Así que era muy cuidadosa de los horarios, de las comidas y del momento en el que teníamos que ir a dormir, aunque en el living de casa estuvieran Mercedes (Sosa) o Ariel (Ramírez).
-¿Cómo es el vínculo actual con tu padre?
-Como él vive en La Plata, nos comunicamos mucho por teléfono. Encontramos en la poesía un lenguaje para hablarnos.
-¿Cómo es eso?
-Quizás se topa con un poema que le gustó, me llama para leérmelo y lo comentamos juntos. Nos gusta hablar sobre Borges y grandes autores, nos volamos. Aprendimos a superar las nimiedades de la vida cotidiana, ya que los dos tenemos mucho carácter, y a conectar desde otro lugar, con una forma muy linda de relacionarnos.
-¿Qué heredaste de tu padre? ¿Dónde vibra él en vos?
-En primer lugar, en la forma de conectarme con la música desde lo emocional. Además, la determinación es algo que nos une. Cuando él le puso batería al chamamé, no pensó en qué le iban a decir. Yo soy igual. Voy para adelante haciendo lo que quiero, sabiendo que lloverán elogios y críticas, pero soy fiel a mi camino y no molesto a nadie.
Leyes de mercado
En el inicio de la charla con LA NACION, Laura Ros celebraba a viva voz no estar sujeta a los lineamientos de un sello discográfico importante. Sin embargo, en el ilusorio colectivo, un contrato con una multinacional puede significar un pasaporte a la masividad: “No tener contrato con una discográfica tiene un precio que conozco bien, pero estar dentro de un sello también tiene un precio, algo que vi de forma, más o menos, directa por mi vida familiar. Por supuesto, también hay sellos que acompañan las inquietudes del artista”.
-¿Sos una artista “compleja” para un sello?
-A mí me interesa hacer lo que siento. Si tengo ganas de cantar a Caetano Veloso, lo hago, y después me puedo poner con Joni Mitchell. La vida es una y no me interesa hacer lo mismo siempre, sería muy aburrido. Alguna vez me preguntaron cuál era mi nicho…
-¿Cuál es tu nicho?
-¡No sé! Yo solo canto y tampoco tengo ganas de estar calculando eso.
En determinado momento de su vida, Laura Ros dejó de tironearse entre el deseo emancipado y cierto rasgo de culpa por no someterse a las leyes del mercado: “Me asumí y hago lo que quiero. Muchas veces me preguntan por qué no canto solo folklore y yo respondo que, a veces tengo ganas y otras, no. Tampoco me interesa lo social del mercado. Es cierto que esta característica me limita, pero también me da mucha libertad”, reflexiona esta mujer de 42 años que también ha dado clases, pero hoy prefiere destinar su tiempo al proyecto en torno a Joni Mitchell y a cumplir con su rol de madre de Violeta, su hija de cinco años.
En el próximo concierto, donde desplegará guitarra, voz e ideas, estará acompañada por Federico Gil Solá en batería y por Alito Spina en bajo, nombres de irrefutable prestigio. “Conecto mucho con la gente, me divierte mucho el vivo. Buscaré hacer un balance entre todas las épocas y los colores de Joni Mitchell, tratando de incluir mis arreglos de guitarra”.
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