‘Es raro como se dio todo. Cada puntada que doy me lleva a algún lado y sigo armando este rompecabezas de aprendizaje permanente que tanto me gusta, no solo en la fotografía sino en todo lo demás". Así resume la fotógrafa Andy Cherniavsky una vida de idas, vueltas y continua búsqueda, que acaba de repasar y contar en Acceso directo. Memorias de una fotógrafa del rock argentino en los años 80, su nuevo libro por editorial Planeta.
El inmenso portfolio de Andy es conocido incluso por quienes no la conocen a ella: fotografió a estrellas y bandas under del rock nacional, especialmente durante la década del 80, para discos, revistas, libros y muestras. Sin embargo, los entretelones de su vida personal, revelados en esta autobiografía, no eran hasta ahora de dominio público.
Su padre, Daniel Cherniavsky, fue un bohemio director de teatro, televisión y cine (con películas como El último piso, de 1960, y El terrorista, de 1961) y fundador del Centro de Artes y Ciencias. Su madre es la psicóloga Martha Berlin. "Tengo un poco de los dos. Se separaron cuando tenía cinco años y a partir de ahí viví entre dos mundos diferentes. En lo de papá, un desordenado total, había poca comida en la heladera; y en lo de mamá, que siempre se casaba con gente de plata, había heladera llena, maltrato, lujo y esnobismo", recuerda Cherniavsky por teléfono mientras Buenos Aires espera al menos un alivio de la cuarentena.
"Se habían casado muy jóvenes, a los 22, y básicamente yo no les importaba –confiesa–. Con mi padre me llevaba bien, dentro de su delirio. Pero mi madre era más especial. Para ella los chicos eran una molestia, como que no deberían ni ser vistos. Terminaron exiliados en Brasil y España, y digamos que yo no estaba invitada a estar con ellos. Viajaba a visitarlos y volvía a Buenos Aires".
Su primera cámara se la regaló el tercer marido de su madre, Emilio Rodrigué. "Tenía catorce años cuando Emilio se casó con mamá. Él, que era un psicoanalista megaconocido y una persona preciosa, me dio una Fujica básica, pero cambió mi vida".
Un paso fugaz como fotógrafa social de plazas porteñas y horas en el cuarto oscuro le proveyeron las primeras herramientas técnicas. "Fue un aprendizaje a los ponchazos", cuenta en el libro, pero le permitiría luego con su pareja, el diseñador Clota Ponieman, abrir su primer emprendimiento para trabajar con la imagen, el Estudio Grafix.
Comenzó a trabajar con muchos músicos, incluyendo Serú Girán. "Serú grabó sus primeros dos discos para el sello joven de Music Hall, Sazaam Records, e hicimos algunos trabajos para ellos en esa época", cuenta en el libro. Andy ya conocía a Charly de más chica (había salido con su hermano, Daniel García Moreno). "Colaboramos en algunos discos que marcaron una época, como Peperina, de Serú. Charly vino con una idea de tapa y fuimos a The Image Bank (uno de los primeros bancos de imágenes de Argentina) a buscar la foto. Cuando vio esa toma de la chica con la sopa dijo: ‘¡Es esta!’".
Después de tapas para bandas como Dulces 16 y el Dúo Fantasía, llegó la oportunidad de trabajar con León Gieco. "Sentí que iba a jugar en primera. Fue un proyecto más charlado, más profesional y de eso salió la tapa de Pensar en nada, de 1981, que siempre me gustó mucho. La idea era que León apareciera tirado en un sillón, como dormido y con su hija Liza. El sillón era de mis abuelos y puse un arlequín que me había regalado Zoca, la novia de Charly".
Andy estaba a punto de convertirse en el ojo fotográfico del rock en los 80. Su relación profesional con Los Abuelos de la Nada y personal con Andrés Calamaro fue una parte central de esas aventuras. "A Miguel lo había conocido en el Centro de Artes y Ciencias. Venía de Europa y era muy especial, tenía una mirada y un bagaje musical increíbles. Era el que más experimentaba, el más hippie, y los demás lo miraban con mucho respeto. Andrés era un nene en esa época –recuerda Andy–. Fui a ver a los Abuelos a un boliche y me enamoraron, y el flechazo también fue con Andrés. Lo interné a Charly hablándole de lo buenos que eran y le pedí que fuera a verlos. Le encantaron y terminó produciendo el debut de la banda".
Andy y Andrés estuvieron juntos de 1982 a 1991. "Los dos éramos muy tímidos. Así que el enamoramiento fue un proceso largo y platónico hasta que consolidamos la relación. Fue una etapa super importante de mi vida, crecimos juntos en todos los aspectos. Andrés tenía un estudio en casa (el mítico El Hornero Amable). Teníamos tres gatos, una lechuza (regalo de Javier Calamaro) y una paloma. Vivíamos en un lugar divino y con una gran armonía. Yo trabajaba de día y él de noche, y nos encontrábamos en horarios disímiles, era muy divertido".
Andy reconoce la importancia de los Calamaro en esos años. "Pensá que venía de una familia muy enquilombada con esposas, ex maridos, padres ausentes. Llegar a una casa con una mesa para reunirse, comer y conversar era increíble. Era una familia real, concreta y me trataban como una hija más".
Cherniavsky sacó las fotos de los primeros dos solistas de Calamaro, Hotel Calamaro y Vida cruel. "Fue una relación hermosa y duró lo que debía. Estoy feliz por su carrera, no lo veo hace rato y no hay pendientes con él. Está en el lugar que merece".
Por la casa de Palermo que compartían fotógrafa y músico pasaron desde los Abuelos, Luca Prodan y Los Twist hasta Fito Páez. "Esa generación no creo que se repita. El empujón entre todos era mutuo, una retroalimentación por la que, si uno crecía, el otro también. Eso no lo volví a ver después. Éramos un gran grupo de amigos con un pacto de ida y vuelta. Unos tendrían un poco más de ego, pero siento que éramos un movimiento real, concreto, de creatividad y mucha amistad. Veníamos de una dictadura y cuando pudimos, fuimos por todo. Eso se perdió un poco en los noventa".
Andy también trabajaría junto a Daniel Grinbank para su sello DG. "Teníamos un miniestudio arriba de donde firmaban los contratos. Apenas firmaban los mandaban arriba y les armábamos las fotos de prensa", cuenta Andy. "De ahí salió la revista Rock & Pop. Desde 1985 hasta 1988 debo haber fotografiado a más de cien bandas y solistas de acá, además de los shows internacionales".
Ya en esa época Cherniavsky tenía su estudio junto a Gabriel Rocca (fogueado en la revista Pelo) y trabajaban en campañas publicitarias. La fotógrafa fue dejando lentamente el ambiente musical. "Después de un show de los Ramones, donde terminé bañada en saliva, ya estaba medio cansada del rock. De la improvisación en el rock a la hiperproducción y control en la moda y la publicidad hay un espacio que quería transitar".
¿Qué te llevó a hacer el libro?
El desafío. Me siento muy expuesta en el libro y tardé mucho en escribirlo. También quería mostrar a los músicos, pero cuidándolos y no mandando a nadie en cana. No tenía diarios de la época, pero me ayudaron las fotos, que son básicamente mi forma de "escribir". Soy una virginiana muy ordenada y las tengo todas catalogadas por fechas. Pero, además, quería mostrarle a mi hija, Liza, que todo lo que viví fue una enseñanza y que el camino es esta trama donde uno va aprendiendo mientras camina. Que quede claro que ella es, sin duda, mi mejor trabajo.