Cómo Caetano Veloso descubrió el planeta "Terra" desde una celda y antes del exilio en Londres
Con el revolver en la mano, Caetano Veloso miró a la cámara y puso el caño contra su sien. Luego, frente a los miles de espectadores de la televisión, comenzó a cantar los versos de "Boas festas": una marchinha navideña que, despojada del ritmo y sujeta a ese potro de tortura, cobraba una dimensión amenazante. No era para menos. Era la Navidad de 1968 y, en todo el territorio brasileño, un decreto del gobierno militar había suspendido el habeas corpus y habilitaba el ingreso de la policía en cualquier domicilio. "El resultado (que vi en video) daba miedo –dice Veloso, en su libro Verdad Tropical–. Me enorgulleció porque había densidad poética, pero en lo más íntimo estaba arrepentido porque, a lo mejor (una vez más) había ido demasiado lejos". ¿Qué tan lejos? La respuesta estaba soplando en el viento de San Pablo.
En el amanecer del 27 de diciembre, Caetano Veloso intentaba dormir en su flamante piso de la avenida Ipiranga. A su lado dormía Dedé: su bellísima y flamante esposa. De repente, unos tipos de civil interrumpieron el largo devaneo proustiano de la llegada del sueño. Se identificaron como policías, lo invitaron a un interrogatorio y, en el preciso momento en el que Veloso solo se impacientaba, dijeron la frase clave: "será mejor que agarres el cepillo de dientes". La impaciencia devino en miedo. A partir de entonces fue un auténtico mal viaje: lo subieron a una camioneta, pasaron por Gilberto Gil y, apenas subieron a la ruta rumbo a Rio de Janeiro, Caetano finalmente se durmió.
El interrogatorio, en el summum de lo kafkiano, se postergaba infinitamente. La escena clave tuvo lugar en un despacho del antiguo Ministerio de Guerra, cuando un militar de alto rango los recibió en su despacho y durante un tiempo que entonces pareció eterno no les dirigió la palabra. Solo se dedicó a escrutarlos minuciosamente y a almorzar su pollo sin decir una sola palabra. "Había pasado más de una hora desde nuestra llegada a aquella oficina –cuenta Veloso–. Nunca he logrado reproducir en mi mente la cara de ese general. Resulta curioso cómo la memoria puede guardar tantos atributos psicológicos (y tantas sutilezas de comportamiento) de una persona cuya imagen física ha desaparecido. Es como si quedaran los adjetivos y el sustantivo se esfumara".
Aunque nunca se lo comunicaron, Veloso era un preso político incomunicado. Así, encerrado en una minúscula celda individual de un cuartel de la Policía del Ejército, pasó las primeras dos semanas: cubierto con una manta vieja, cantando un vals para el viejo comunista que era su vecino de celda, comiendo su correspondiente pan duro y sus judías con sabor a polvo sobre el plato de aluminio. Perdiendo la noción del tiempo y, con un asomo de terror, la conexión con su espíritu. Disociado, su propio cuerpo le escamoteaba el consuelo del llanto.
Eventualmente se produjo el traslado a una celda colectiva, esta vez en un suburbio llamado Deodoro. Hasta entonces, Caetano solo había podido leer los diarios viejos que cubrían el piso, El bebé de Rosemary y un ejemplar de El extranjero de Camus que alguien le había pasado de contrabando. "Un día Dedé llegó con un ejemplar de (la revista) Manchete: mostraba las primeras fotos de la Tierra tomadas desde fuera de la atmósfera. Eran las primeras imágenes en que se veía todo el globo –lo que resultaba muy emocionante, ya que confirmaba algo que solo sabíamos por deducción y veíamos en representaciones abstractas–, y consideré la ironía de mi situación: preso en una celda mínima, admiraba las imágenes del planeta entero, visto desde el vasto espacio".
Finalmente sobrevinieron no uno sino dos interrogatorios. En el primero se lo acusó –sin razón- de faltar el respeto del himno y la bandera brasileña. En el segundo se lo acusó –con una razón que lo llenó de orgullo– de concentrar el poder liberador del Tropicalismo. Luego le cortaron la cabellera al ras, alguien armó un paquete con todo ese pelo y Dedé, fiel a la tradición bahiana, liberó la melena en el mar. Luego llegó la liberación, los conciertos de despedida en el Teatro Castro Alves y el exilio en Londres. Pero la experiencia, concentrada en las fotos de la Tierra, siguió emitiendo su poder transformador.
Muchos años después, de regreso en Bahía, Caetano se propuso evocar la epifanía. Como un molusco que segrega su propio caparazón concéntrico, la canción creció alrededor de un arpegio circular. "Cuando me encontraba preso / en una celda / fue que vi por primera vez / las fotografías / en que apareces entera. / Sin embargo, allá no estabas desnuda / Pero sí cubierta de nubes". El estribillo, que parte con el arquetípico grito de los aventureros y una segunda guitarra, deviene en una pregunta con respuesta: "¡Tierra! ¡Tierra! / Por más lejos que esté / el marinero errante / ¿Quién jamás podría olvidarte?"
Aunque estaba menos afectada por la ciencia ficción que por su metafísica, "Terra" se inscribió en una tradición célebre de la cultura rock: las canciones sobre la mirada del astronauta. Un linaje con miembros como "Space Oditty" de Bowie "Rocket Man" de Elton John, "El anillo del Capitán Beto" de Invisible y, sin ir más lejos, el "Dois mil e um" de Tom Ze y Os Mutantes. Sin perder ni un ápice de su carácter poético, el tema de Caetano aportaba el matiz político de la saga.
Ubicada en la apertura de Muito (Dentro Da Estrela Azulada), "Terra" fue el mascarón de proa para el nuevo disco de Caetano. Un repertorio balsámico que, en plena hegemonía del Proceso, lo trajo por primera vez como solista a la Argentina. Así, en el otoño de 1979, chicas y muchachos se arracimaron en la entrada del Teatro Coliseo para buscar su entrada. Su pasaje hacia el corazón de la estrella azulada. "El repertorio fue avanzando hasta llegar a su centro –recuerda Diego Frenkel, en su libro de memorias-, el punto más emotivo y de mayor intimidad entre el artista y nosotros, que nos volvimos uno solo cantado su canción ‘Terra’: la visión y la nostalgia del planeta (como Armstrong en la luna) que Caetano había sentido durante su paso por la prisión, antes de ser expulsado de su país y partir al exilio en Londres. Ese abrazo era necesario, como lo eran las canciones en aquella dura época: el abrazo a la Tierra, el de Caetano. El oleaje manso de un atardecer bahiano que llegaba a nosotros para romper sobre nuestros corazones".
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