¿Qué tendría de inspirador un Oscar fuera de quien lo recibe? ¿De qué manera podría influir un premio como ese en alguien que no es su destinatario oficial? De todos los premios artísticos, el Oscar es el más popular. Siguen siendo millones las personas que siguen cada año esa ceremonia alrededor del mundo, pendientes de saber quién se consagrará como mejor actor y qué película se llevará el premio mayor. Y cuando esa estatuilla le toca a algún compatriota nuestro, la noticia se hace excluyente. Ocupa la tapa de los diarios y abre todos los informativos de la radio y la televisión.
Lalo Schifrin acaba de ganar un Oscar. Es el primer argentino que se adueña del máximo galardón de la industria del entretenimiento en una década, algo que no ocurría desde el histórico triunfo de El secreto de sus ojos. Lo recibió fuera de la ceremonia principal, el 18 de noviembre. Y lo merecía más que cualquier otro connacional porque pasó casi cuatro décadas en Hollywood trabajando sin parar, escribiendo una tras otra partituras para películas y series que en muchos casos llegaron a ser éxitos colosales.
De las grandes creaciones de Schifrin para el cine y la TV recordamos sobre todo un puñado de grandes melodías que sin esfuerzo conservamos en la memoria. La de Misión imposible, bien lejos, está a la cabeza. Cada tanto, el tema regresa en la pantalla grande con una nueva entrega de la serie cinematográfica del mismo nombre. Podría decirse que desde su aliento musical, Schifrin también inspiró en gran forma a Tom Cruise y a los artífices de estas películas. Todas son de muy buenas para arriba. Hollywood todavía cree en ese impulso.
Pero cuando volvemos a escuchar los acordes del tema central de Misión imposible, de Mannix o de Petrocelli, lo que sentimos como sencillos espectadores es que ese patrimonio también nos pertenece. Sabemos a partir de ellos que Schifrin es el argentino que llegó más lejos, más alto y durante más tiempo en Hollywood. Y volvemos a sentirlo de inmediato como uno de los nuestros. Como un gran embajador musical que de tanto en tanto volvía a su Buenos Aires querido con una orquesta inmensa para dirigir imponentes conciertos con lo mejor de la historia de la música para el cine. Un repertorio que, por supuesto, incluía siempre varias composiciones suyas.
En esas ocasiones, Schifrin siempre se tomaba su tiempo para bajar la batuta y dedicarse un buen rato a contar cómo se construye una partitura para la pantalla y qué tienen de especiales estas melodías. No sólo los aficionados al cine suelen prestarle atención a estos dichos. Ese espíritu didáctico también alcanzó a sus colegas locales. Tres de ellos, Iván Wyszogrod, Martín Bianchedi y el ya fallecido Osvaldo Montes escucharon en 1998, durante una conversación sobre música de películas promovida por La Nación, esta frase: "El cine es muy parecido al ilusionismo, a la magia. El director de cine es el prestidigitador. El público va a una sala oscura a creer lo que pasa en la pantalla. Y la música tiene que formar parte de eso, seducir al público e hipnotizarlo también". Palabra (inspiradora) de Lalo Schifrin.
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