La Zimbabwe: de los años locos de "Traición a la mexicana" al formato "pyme"
Marcelo "Chelo" Delgado, líder de La Zimbabwe, da fe de que en los 90 los límites de lo verosímil eran bastante difusos. "Me acuerdo de que en una gira que hicimos por Colombia fuimos a tocar a la mansión del tipo que nos había contratado. No me preguntes a qué se dedicaba, pero tuvimos que hacer una especie de show privado solamente para los invitados de este personaje", recuerda, respecto de aquella época "desquiciada" en la que "pasábamos de tocar en un festival de rock a tocar en Ski Ranch o en una fiesta privada en el roof-garden del Alvear", o en la que terminaba la noche sobre el escenario de una bailanta compartiendo micrófono con un artista tropical que le versionaba alguno de sus temas.
La que para muchos fue "la década infame", para Chelo fue la instancia en la que se cruzó con algo muy parecido a la fama gracias a un álbum que hizo el crossover ansiado por todos y cayó en la discoteca de rockeros, poperos y amorfos por igual: Cuestión de honor (1994).
Su caballito de batalla era "Traición a la mexicana", hitazo infaltable en cuanto Top 40 existiera en aquellos años, una canción que desde su génesis le da entidad al refrán "no hay mal que por bien no venga". Mucho se habló en su momento de la inspiración del tema: un abandono amoroso de cierta exmodelo y conductora de televisión al autor. "Es un mito urbano, je. Pero sí, eso ya es vox populi", ratifica. Así las cosas, Marcelo se ve en la pintoresca situación de tener que cantar en todos sus shows un tema que le recuerda a un momento doloroso, lo cual -lejos de incomodarlo- le reafirma su capacidad para convertir en arte las vueltas de la vida: "Uno baja al papel algún sentimiento, queda plasmado ahí y en ese mismo instante lo demás pasa a ser parte de un pasado inmediato y empieza otra historia. Es como las etapas de la mariposa: antes de que vuele pasan muchas cosas pero termina sucediendo lo mejor, que es que la mariposa termina volando libre".
Otro dato de color es que aquella mariposa que en su batir de alas trajo popularidad e ingresos casi muere en fase gusano. "Fue la última canción que se compuso para el disco y fue la última que entró", cuenta Chelo. En la reunión final de preproducción se encerraron él y el productor Pablo Guyot y decidieron que "Traición a la mexicana" no podía quedar afuera. "Le tuve fe desde un principio", dice, y el diario del lunes le da la razón.
Cuestión de honor salió a fines del 94 y la temporada estival -siempre fértil para la música jamaiquina- lo recibió con los brazos abiertos. "Nos enterábamos de cómo iba el tema gracias al sello. Venían y nos decían: ‘mirá, está empezando a sonar en la costa, lo están empezando a poner en las discotecas de Mar del Plata y Pinamar’. Nos venían esos comentarios y decían: ‘prepárense porque está empezando a sonar fuerte’. Y en marzo, cuando la gente volvió de las vacaciones, ese tema, más ‘Verano del 57’ y ‘Loco de atar’ estaban muy arriba y empezó a generarse una movida de shows", recuerda Marcelo.
Y entonces, la locura mencionada: los conciertos inexplicables en mansiones colombianas, las trasnoches de bailanta, los festivales, los eventos privados "de empresas gigantes, para mil personas", la híper rotación radial y la cara en las revistas. "La Zimbabwe se caracteriza por ser una banda a la que la gente le tiene mucho cariño, pero no somos tan identificables nosotros como personajes públicos. Quizás yo un poco más porque estaba más expuesto en las notas, pero tampoco tanto. Otros colegas se dedicaron a desarrollar más su personaje, pero yo siempre traté de mantener un perfil más bajo. Nunca desarrollé un perfil como Bahiano, Juanse o cualquiera de ellos", dice Chelo, poniéndole coto a su vínculo con la fama. "Tampoco es que salgo a la calle y no me dejan caminar, ni ahora ni en aquel momento".
La particularidad en la carrera de La Zimbabwe es que aquella instancia de exposición exagerada de los 90 tuvo un presagio que sólo recordarán quienes ronden o hayan pasado los 45 años: una primera versión de la banda tuvo un hit llamado "Natty Dread", en 1988. La canción, track 1 de su debut homónimo, estalló en el momento en el que el público masivo argentino descubrió el reggae, en gran parte por la onda expansiva de El ritual de la banana (1987). "Gracias a Los Pericos los sellos empezaron a ponerle el ojo a las bandas de reggae. Ahí empezaron a venir las ofertas. Con La Zimbabwe Reggae Band tuve la suerte de no tener que ir a buscar contrato, sino que nos vinieran a buscar las compañías. Antes de firmar por el primer disco tuvimos cinco ofertas de contrato en la mano", recuerda. El guitarrista de aquella formación era Afo Verde, hoy hombre fuerte de la industria discográfica a nivel continental.
El gran hito de aquella era iniciática fue haber teloneado a UB40 en Vélez, el 17 de marzo del 89 ante 35 mil personas. Un segundo álbum sin la misma repercusión (Caminando en el fuego, 1989), las diferencias creativas de siempre y un exilio de Marcelo en Chile precipitaron el break que culminaría en el 94 con el nacimiento del Mark II, de La Zimbabwe, la edición de Cuestión de honor y el resto de la historia.
La segunda separación de La Zimbabwe llegó tras la edición de ADN (1996) y del rechazo del resto de la banda a un álbum oscuro y reflexivo ("el disco negro") que Chelo compuso en 1997. "Tenía que ver con la etapa que yo estaba viviendo, después de tanta exposición. Uno necesita un proceso de introspección y de lucha contra sus propios demonios, algo que está plasmado en ese disco inédito", dice Marcelo, y da una primicia: muy probablemente aquél álbum perdido se edite en 2020.
Después de algún esfuerzo solista y experimentos grupales (como María Mulata) que en los papeles seguían funcionando como vehículos personales, La Zimbabwe volvió a ser una entidad firme y estable en 2012. "El único original soy yo", dice Chelo, que se rodeó de sangre joven para grabar otros dos discos (Cuestión de tiempo, de 2012 y Cultivemos la paz, de 2017) y seguir en la ruta hasta nuestros días (su último trabajo es "Yo x vos", un tema compuesto y grabado durante el aislamiento preventivo obligatorio).
¿Se extraña algo de aquellos años? "La recaudación, je", dice, y después va en serio: "Y también la dinámica de laburo. Hoy La Zimbabwe es una pyme. Me tuve que acostumbrar a la autogestión: siempre había trabajado con managers, agencias, sellos grandes, hasta que me tocó vivir esta experiencia. Y está bueno manejar todo de una forma más directa, pero sí: se extraña tener una compañía grande detrás, un elefante detrás bajo el cual uno se apañaba. Ahora estamos más expuestos".