En agosto de 1981, cuando eran infrecuentes las grandes visitas, La Voz pisó suelo argentino y dejó una marca indeleble; las dos noches en el Luna Park imprimieron uno de los capítulos más destacados en la historia del Palacio de los Deportes
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El 9 de agosto de 1981 las tapas de los diarios estaban repartidas entre dos temas que acaparaban la atención de los argentinos. Uno de los titulares principales se lo llevaba el fútbol. Boca jugaba con Rosario Central en el Gigante de Arroyito y estaba arriba de su escolta, Ferro (a quien había derrotado siete días antes) por tres puntos. Era la penúltima fecha del Metropolitano y el Xeneize podía ser campeón. Sin embargo, Maradona erró un penal, el Canalla ganó 1 a 0 y no hubo festejo hasta la semana siguiente (otra noticia deportiva del día era la victoria de CASI sobre el SIC en el clásico del rugby; el try decisivo lo marcó su wing estrella, el luego convicto Alejandro Puccio).
El segundo gran título lo aportaba la sección Espectáculos, aunque el acontecimiento excedía lo meramente artístico: más que un cantante, Frank Sinatra era uno de los personajes más trascendentes del siglo en cualquier ámbito, y esa misma noche se presentaba por primera vez en el Luna Park. Ya llevaba una semana en el país (había llegado el domingo anterior a Ezeiza en el vuelo 213 de South African Airways, procedente de Ciudad del Cabo) y había dado cuatro conciertos en el Sheraton Hotel, pero de todas formas había aroma a debut: lejos del tufillo elitista de la cena show con entradas a mil dólares, el show en el Palacio de los Deportes era el encuentro con la gente “de a pie”, que -no sin esfuerzo, en medio de una devaluación bestial- había pagado tickets de entre 11 y 140 dólares para ver y escuchar a La Voz. “Nunca el Luna Park lució como hoy, con tanta gente en la popular con tapados de piel”, contó Palito Ortega -uno de los productores a cargo de la visita de Frank- que le dijo Tito Lectoure, dueño del Luna.
Sinatra llegaba con 65 años. En 2021 estamos acostumbrados a ver estrellas pop de esa edad y mucho más (los Rolling Stones se aprestan a salir de gira rondando los 80), pero en ese momento muchos lo consideraban al borde del retiro. De hecho había anunciado su alejamiento de los escenarios en 1971 con un show en el Ahmanson Theatre de Los Ángeles en el que su amiga, la actriz Rosalind Russell, lo presentó como “el gran entertainer del siglo XX”. Sin embargo, al año siguiente ya se había arrepentido y estaba cantando de nuevo, y desde ese momento se había mantenido activo. Su voz no tenía la suavidad y el caudal con el que se hizo famoso en los 40, pero conservaba su atractivo (no pensaba lo mismo el prestigioso periodista Ramiro de Casasbellas, que en la crítica del show describía a Frank como “obeso, corto ya de garganta, dueño apenas de las sombras de un estilo que hizo época en los decenios del 40 y del 50 y aun atrajo admiraciones hasta 1970”).
Aunque las glorias del jazz solían visitar Buenos Aires (habían venido Dizzy Gillespie, Louis Armstrong, Nat King Cole, Ella Fitzgerald, Duke Ellington, Charles Mingus, Oscar Peterson y varios más), no eran muchas las estrellas de la música popular anglosajona que bajaban a Sudamérica en aquel momento. Los antecedentes se podían contar con los dedos de una mano: Santana había tocado en el Gasómetro en 1973, Joe Cocker se había presentado en el Luna Park en el 77 (y, cuenta la leyenda, había terminado perdido por las calles de Avellaneda, por obra y gracia del caos y las sustancias) y Queen había actuado en Mar del Plata, Rosario y el estadio de Vélez Sarsfield meses antes de la llegada de Sinatra. Aquello le sumaba todavía más espectacularidad a la visita de Frank: para la Argentina se trataba de un acontecimiento que sólo podría compararse con el primer desembarco de los Rolling Stones, en 1995.
Semejante atención mediática despertó el interés de todos los famosos de la época. Hace algunos meses la cuenta RaroVHS publicó en YouTube un extracto de lo que fue la transmisión de Canal 13, con el concierto y la previa. Allí se ven entrevistas a Luisa Albinoni, Julio De Grazia, la cantante Diana María (que se había subido a la ola Sinatra con un single llamado “Querido Frank”) y un Tato Bores que, con notoria incomodidad, le respondía a Juan Carlos Pérez Loizeau sobre una supuesta partida de póker entre el actor y el cantante. Varias celebridades repitieron presencia tras haber estado en los shows del Sheraton y algunos funcionarios de la dictadura también se hicieron presentes, aunque el presidente de facto Roberto Viola asistió al concierto del día siguiente.
Después de los entremeses de las orquestas de Horacio Malvicino y de Don Costa (arreglador histórico de Frank que lo acompañó por su buena relación con el otro productor de la visita, Ricardo Finkel) subió al escenario un Sinatra de riguroso smoking a interpretar “Fly me to the Moon”, el estándar de Bart Howard que venía cantando desde 1964.
En el setlist no faltaron hits como “I’ve Got You Under My Skin”, “Strangers in the Night” (tema que La Voz llegó a aborrecer y no venía incluyendo en sus presentaciones) o “The Lady is a Tramp”. Con respecto a la lista de los shows del Sheraton hubo algunos cambios: salió la melancólica “Laura” y entraron “The Best is Yet to Come”, “Come Rain or Come Shine”, “I’ve Got the World on a String” y un fragmento instrumental de “Sweet and Lovely” que sirvió como puente para el cierre con los himnos “Theme from New York, New York” y “My Way”. El clamor popular de “otra, otra” no encontró eco en Frank, que cerró su presentación a los setenta minutos exactos mientras la banda amenizaba su retirada con una versión swing de “A mi manera”.
La crítica de LA NACION se floreaba: “una luz magnífica y blanca, salida de seguidores perfectamente regulados en intensidad y orientación, distinta para cada song, recortó a Sinatra en una especie de halo de estampa religiosa que hizo más etérea su estampa en cuanto encendió un cigarrillo y consiguió que el humo ondulara a su alrededor con maestría aprendida y tan ceñida a las normas del show como el resto de sus saltitos acompasados al tema que cantaba o los viboreos que le confería al cable del micrófono, no porque estuviera enredado, sino porque así lo requería el gesto, allí mismo”.
Más allá de la discusión sobre el estado de su voz de sexagenario, su carisma y su status de frontman eran unánimes, y la audiencia argentina se lo reconoció con fervor. “Quedé sorprendido por las presentaciones en el hotel pero lo que más me llamó la atención fue el Luna Park, donde sentí que el público me sacudía”, declaró el patriarca a la prensa justo antes de abordar en Aeroparque el avión que lo llevó a San Pablo, en el fin de su estadía porteña.
Sinatra repitió show al día siguiente y el Luna Park no tardó en volver a convertirse en el estadio de box que le valió su fama: el 15 de agosto Sergio Víctor Palma defendió en Corrientes y Bouchard su título mundial supergallo de la Asociación Mundial de Boxeo frente a Ricardo Cardona, y el 12 de septiembre -justo un mes después de la partida de Frank- Gustavo Ballas noqueó al coreano Suk Chul Bae y se llevó el cinto AMB de los supermoscas. En el lapso de un mes, el recinto de Tito Lectoure albergó un oasis de gloria en otro período oscuro de la historia argentina, uno en el que la dictadura sometía a la clase trabajadora con medidas que destruían el poder adquisitivo mientras se empezaba a cocinar el despropósito de Malvinas. Así las cosas, La Voz y los puños aportaron alegría y el pueblo nunca lo olvidó.
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