Un día después de Navidad,Rosalía volvió al estudio. Había pasado ahí las tardes del domingo 23 y el lunes 24. No es que la apuraba un deadline, pero si fuese por ella, tal vez hubiera aprovechado unas horas del 25 para seguir probando ideas. Cuando hablamos a finales de diciembre todavía no se habían cumplido dos meses desde que salió a la venta El mal querer, su segundo disco, una ambiciosa obra conceptual que posicionó su fusión de flamenco y electrónica experimental en los rankings de lo mejor de 2018 de medios de todo el mundo –y en el número 1 de la lista de Rolling Stone Argentina–. En el medio de las fiestas y días en familia, Rosalía no quiere parar a celebrar: está grabando, ensayando baile para salir de gira –llegará a Buenos Aires en marzo para tocar en Lollapalooza – y se hace tiempo para esta entrevista, aunque en Barcelona sea de noche. "Intento no parar nunca. Casi que no hay una semana en la que no vaya al estudio", dice con su acento catalán. "Es que es la única manera de mantenerme en forma, de seguir haciendo música. Aprovechar cada momento, porque todo lo que te pasa va cambiando tu forma de componer. Porque, en cada momento durante un año, estás pensando distinto, sintiendo distinto."
2018 fue un año único para ella. En 2017 había editado su debut, Los ángeles, la presentación en sociedad de una joven cantaora de voz ancestral y enfoque actual, una desgarradora carta de amor al flamenco con la que había conseguido una nominación al Grammy Latino a Mejor Artista Nuevo y había ganado popularidad con los grandes nombres de la música latina: teloneó a Juanes en el Hollywood Bowl, compuso y cantó con el peso pesado del reggaetón J Balvin. Pero terminó 2018 convertida en una de las artistas de habla hispana con mayor proyección internacional. Una avalancha que se vio venir desde mayo, cuando salió el corte "Malamente", su bala de plata. Allí presentaba una propuesta singular: su voz forjada en el cante jondo, entre cajas de ritmos que siguen los patrones del género, sintetizadores suaves, sampleos y silencios intrigantes. Lo estrenó acompañado de un video de alto presupuesto con impronta de diva urbana, en el que ejecuta una coreo rodeada por un círculo de bailarinas en conjuntos Adidas, mezclando iconografía gitana y taurina con un paisaje industrial moderno (camiones, containers, corridas de toros pero con motocicletas, cofrades en skates). Fue un hechizo audiovisual, algo mejor y menos mundano que un hit radial: un verdadero fenómeno de taste-making. Su música empezó a aparecer en las historias de Instagram de Halle Berry, Kourtney Kardashian y Emily Ratajkowski, y en los tweets y playlists públicas de Dua Lipa y Charli XCX (decenas de artistas globales las siguieron). "Todo fue orgánico", dice ella.
En cuestión de semanas alcanzó el estatus de figura que se presenta en el programa de Jools Holland, que tiene el sello de Best New Music en Pitchfork, que la BBC marca como el sonido de 2019 y que el New York Times perfila como "la artista que lleva el flamenco a una nueva generación". También es la clase de personaje que puede hacer campañas para Levi’s o tener una colección cápsula para Pull&Bear, ser tapa de Cosmopolitan y hacer sesiones para Vogue. Cumplió su sueño de grabar con Pharrell Williams ("uno de mis ídolos"), que la definió como "un unicornio". Tuvo su debut actoral en la próxima película de Pedro Almodóvar (fan confeso), performances espectaculares en los MTV EMAs y los Grammy Latinos de las que se fue premiada (les dedicó su Grammy a Lauryn Hill, Björk y Kate Bush, y "a todas las mujeres de la industria que me han enseñado que se puede"), y un concierto gratuito en la Plaza de Colón en Madrid ante 11.000 personas para presentar el disco. Mientras tanto, ganó un millón de seguidores en Instagram, a los que permanentemente les está dando algo para ver. ¿Pero cuánto la conocen?
Por alguna razón, Rosalía siempre levanta la guardia cuando se le pregunta por su vida, más allá de lo que se escucha y se ve. "Es que no me parece relevante, prefiero hablar de música", dice. Se ha cuidado de que no se sepa de dónde viene su familia, ni a qué se dedica. Habla de su madre y de su hermana, que la acompañan y trabajan con ella en management y estilismo, respectivamente, pero apenas dice sus nombres. "Es que no me gusta hablar de mi familia. Mi familia no está expuesta. La que está expuesta por consecuencia de mi trabajo, que es ser músico, soy yo, entonces prefiero hablarte de mí, porque soy yo la que ha decidido hacer este trabajo."
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"¡Pues que no se puede hacer todo! Me ha pedido interpretar, cantar y bailar. Me pidió fuerza, pues aquí tiene fuerza."
En 2008, con 15 años y sin experiencia, Rosalía reaccionaba con una rabia que le costaba contener a las críticas del jurado del talent show español Tú sí que vales. De jeans, top rosa, botas negras y con el pelo planchado, había masacrado el hit pop de JoJo "Leave (Get Out)". Hasta ese momento, venía superando etapas cantando baladas sentada, escudada en una guitarra y un medallón de la Virgen que le había regalado su madre. Esta vez intentaba dar lo que le habían pedido: actualidad pop, movimiento, presencia escénica. Minutos después, quedó fuera de las semifinales.
Con el ascenso de Rosalía al éxito, el video de su eliminación en el reality resurgió como hallazgo viral, tal vez gracioso o vergonzante, pero para ella no es nada de eso. "Entré ahí porque, al no tener ninguna conexión con la industria ni nada, bueno, me parecía una forma de desafiarme a mí misma", dice a una década de su prematuro debut frente a las cámaras. "Y me fui de ahí con la sensación de que tenía que empezar de cero. Plantearme qué tipo de artista quería ser y cómo quería hacer las cosas. Sabía que quería hacer un trabajo a largo plazo, hacer la música que yo quisiera, que no quería subir y bajar rápido. Que quería ir pasito a pasito. Hacer mi música y algún día, aunque tardara mucho, poder vivir de esto. Y eso fue lo que hice."
Rosalía Vila Tobella nació en 1993 y se crio en San Esteban de Sasroviras, un pueblo de 7.000 habitantes en el Bajo Llobregat, parte del área metropolitana de Barcelona, entre bosques y polígonos industriales (que alimentarían el imaginario de sus videoclips), donde hace décadas se asentaron compañías que atrajeron inmigración procedente de Extremadura y Andalucía.
Su hogar no estaba vinculado al arte, pero ella se sentía una showgirl. "No tenía vergüenza, cerraba los ojos e iba cantando por toda la casa", dice. Un día, cuando Rosalía tenía no más de 8 años, sus padres la pusieron a hacer su gracia en una reunión familiar. No recuerda qué canción fue, probablemente algo que había escuchado en la tele, pero sabe que cantó con el corazón. Ni bien abrió los párpados, estaba rodeada de miradas cautivas. "Estaban todos llorando", recuerda. "En ese momento, sin entenderlo racionalmente, supe que yo tenía que aprender a comunicarme así. Que eso tenía que ser mi vida." Sin camino claro, pero sin plan B, Rosalía empezó a formarse para el escenario. Ese año, en un viaje familiar a Granada, le regalaron su primera guitarra, y comenzó a tomar clases ni bien volvió a casa. También estudiaba danza jazz, en parte porque le divertía (aunque admite que era una alumna muy distraída) y en parte porque su madre necesitaba tenerla ocupada mientras trabajaba.
Ya en el instituto, como le dicen allá a la secundaria, Rosalía tenía más control de sus horarios y pasatiempos. Pasaba las tardes con amigos en los parques, adonde van los jóvenes a escuchar música con los autos estacionados alrededor. Fue ahí, a sus 13 años, que se cruzó con la voz del fallecido ícono flamenco Camarón de la Isla. Ya era una adolescente con una curiosidad musical voraz, "inquieta por entender todo, por aprender". Había investigado desde las divas y los divos americanos del pop hasta Bach, Mozart y Wagner, pasando por Kate Bush y figuras del rock clásico que podían sonar en su casa, como Janis Joplin y Jimi Hendrix. Pero lo más cercano al flamenco en sus carpetas hasta ese momento había sido Estopa, el exitoso dúo surgido en su misma comarca. Camarón fue otra cosa. "Nunca había escuchado algo así", dice. "Se me hacía muy familiar y a la vez era desconocido. Me parecía muy emocionante, muy animal. Muy visceral. Un tipo de música que enseguida sentí que quería investigar."
Camarón, un gitano que cambió la historia del flamenco en la segunda mitad del siglo XX, que murió de cáncer en 1992 y hoy es celebrado tanto por puristas como heterodoxos, llevó a Rosalía al agujero de la madriguera. Desde músicos como Paco de Lucía y Tomatito, a cantaoras como Lola Flores y Maruja Garrido, personajes de los que hoy podría hablar por días.
Después de su paso fallido por la televisión y con la certeza de que tenía que darlo todo ahí, en el flamenco, Rosalía entró a la Escuela Superior de Música de Catalunya (Esmuc). Es el único lugar de Barcelona donde puede estudiarse la licenciatura en canto flamenco, una carrera estricta en la que solo se acepta un nuevo estudiante al año. Rosalía fue elegida por José Miguel Vizcaya, un cantaor bien conocido como Chiqui de la Línea, y ella le retribuyó con responsabilidad. "Chiqui fue muy paciente conmigo y me enseñó todo lo que sé. Yo no tenía una base como otros que nacieron escuchando esta música. En mi caso la entendía por emoción, pero no sabía nada cómo ejecutarla. Así que tuve que esforzarme."
Rosalía aprendió estilos, a transcribir melodías, apreciar obras antiguas a través de discos de artistas como La Niña de los Peines, El Niño de la Huerta, El Niño Gloria, a empezar a entender los más de 50 palos del género. "Es una música muy compleja", dice ella. "Tiene mucha alma y emoción, pero técnicamente es complicada en muchos sentidos. Un tocaor, un bailaor o un cantaor que ha estudiado flamenco lo sabe. Camarón, Enrique Morente... eran estudiosos. Por ser estudiosos de todo hicieron las aportaciones que hicieron. Yo como músico tuve que tener mucha paciencia, mucha humildad. El flamenco es infinito, entonces no puedes estudiarlo todo ni en una vida, yo creo."
Rosalía le adjudica su ética de trabajo a la disciplina que adquirió en el estudio del flamenco, pero sabe que no fue lo único que la forjó. "No solo quería desarrollarme académicamente, sino como un músico del escenario. Siempre estaban las dos cosas en mi cabeza. No imaginaba una sin la otra." Si no estaba en la escuela o practicando, buscaba gigs para ponerse a prueba. "Bodas, restaurantes, bares, El Pastís... todos los lugares tradicionales del Raval." Se encargaba sola de todo, desde armar los eventos en Facebook a amplificar su sonido. La gente comía y hacía ruido con los cubiertos mientras ella tocaba y cantaba, por plata que apenas cubría el precio de una cena. "Pero yo feliz, porque me hizo curtir en el escenario", dice ella. "Pensaba: ‘Ya veremos si el destino quiere que llene bares, teatros o arenas. Pero yo voy a poner todo’."
Mientras tanto, la melómana hiperconectada seguía ahí, descubriendo la electrónica y la música urbana, y escenas independientes afines de las que sacó algunos amigos. "Nos pasábamos beats entre nosotros o hacíamos beats juntos. Componíamos y luego lo grababa en la casa de quien tuviera un micrófono. Algunos se dedicaron a esto y otros no. Yo lo supe: si quiero hacerme un hueco tengo que proponer algo personal, único. Algo que, más o menos bien, nadie más lo pueda hacer. Que solo yo pueda hacerlo."
A punto de cumplir 20, empezó a investigar con la idea de hacer uso de samples y recursos flamencos. "Pero fue algo que no fructificó, así que lo guardé en un cajón. No era el momento, pero sentí que más tarde lo reemprendería."
A medida que maduraba como artista, Rosalía establecía vínculos con artistas de diferentes escenas y encontraba compañeros musicales que la iban a potenciar. El músico y productor catalán Raül Refree la vio en un homenaje a la rumbera Maruja Garrido y quedó impactado. "Lo que más me impresionó es que su voz era distinta a todas las del flamenco. El uso que le daba a su voz, en realidad, era lo interesante", dice Refree. Pensó en ella para cantar en una obra de Albert Pla, en la que finalmente quedó Fermín Muguruza, pero trabaron una relación musical. "Empezamos a quedar en vernos un día a la semana a compartir música. No esperaba que tuviera tantos gustos por fuera del flamenco. Estuvimos hablando de James Blake, de Kendrick Lamar, Kanye West. Vi que tenía una visión musical muy amplia. Pasamos meses sin tocar, simplemente escuchando y hablando. Hizo que nos conociéramos muy bien."
"Le enseñé mis composiciones, y empezamos a producir unas canciones electrónicas que nunca salieron", cuenta ella. "Y también a investigar material mucho más flamenco porque le dije que quería hacer un disco con esos colores."
En 2016 comenzó a circular "Catalina", el primer adelanto de Los ángeles, "un trabajo que reivindica material tradicional popular pero de un modo personal". Rosalía lo hizo junto a Refree, que no tenía experiencia en el flamenco. La canción era originalmente un tango arrumbado, solo guitarra y voz, que grabó por primera vez el cantaor Manuel Vallejo en 1926. Al mismo tiempo Rosalía componía con el rapero español C. Tangana, con quien luego empezó una relación, el dembow pop "Antes de morirme" (ejemplo de letra: "Antes de que muera yo, pienso follarte hasta borrar el límite entre los dos"). La canción funcionó, y todavía sigue en rotación gracias a que aparece en la serie Élite de Netflix; ambos tracks amasaron millones de views en YouTube y, más que señalar un contraste o una contradicción artística, sugerían el rango de lo que podía hacer Rosalía, algo que no se había mostrado del todo y que aún hoy parece estar expandiéndose. Sin ser una artista de música urbana, fue abrazada por la escena trap, que inspira más de un guiño estético y de la que se convirtió en musa (en 2018, Yung Beef de Pxxr Gvng lanzó un tema con su nombre en el que rapea: "Están dando billetes como a Rosalía/ Mira las entradas están toas vendías/ Puta, soy la Rosalía").
Los ángeles es, a primera vista, como el debut de cualquier cantaor de nuevo flamenco: una selección de palos variados, con letras tradicionales, en los que el artista muestra sus talentos y referentes. Salió a principios de 2017 y manifestó el primer salto palpable de su carrera. "Ahí noto que algo empieza a cambiar en los shows", dice Rosalía. "La gente se sabía las canciones. Y lloraban. Yo salía de cantar y bajaba del escenario y la gente me decía que le había encantado. Era lo que buscábamos. No sabíamos si estaba bien hecho o mal hecho, si era perfecto, si técnicamente estaba bien o mal. Pensábamos en que fuera emocionante, y tocábamos para que fuera emocionante y cantaba para que fuera emocionante. Y creo que al final había como una energía muy punk, ¿sabes?"
Pedro Almodóvar, que la vio en más de una oportunidad en aquellos shows, dice vía mail: "Cantaba flamenco hondo y copla española sentada en una silla. Como las cantaoras antiguas. Inmóvil, grave, recogida. Hasta aquí llegaba su respeto por los cánones. Iba vestida con un vestido largo, como si fuera a la fiesta de un estreno. Y la actitud de la cantante, su lenguaje corporal, tampoco correspondía con el baile de brazos y manos ondulantes. Cuando se ponía de pie lo hacía como fulminada por una fuerza interior, rígida, los brazos, las manos y las uñas ya mostraban la influencia rapera. Si dejabas de mirarla, su voz sonaba a cantaora ancestral, con unas dotes vocales extraordinarias, pero ya se intuía que tomaría otro camino. En el escenario posee un carisma que corta la respiración. Me cautivó".
En un año y unos pocos meses, Rosalía y Refree pasaron de presentarse en una de las salas más pequeñas de Barcelona, el mítico Heliogàbal, a dar un conciero sold-out en el Palau de la Música. "Nunca dudamos de qué estábamos haciendo con Los ángeles. Éramos conscientes de que era un buen disco", dice Refree. "Pensábamos que a nivel conceptual teníamos un buen trabajo, pero no teníamos claro a quién llegaría". Para Rosalía, todo era una experiencia inédita. "Nunca me había pasado. Había llenado bares, pero nunca un lugar así. Eso fue muy emocionante", dice.
En noviembre de 2017 viajó a Las Vegas para asistir a los Latin Grammy Awards, donde estaba nominada a Mejor Artista Nuevo. No ganó, pero aprovechó para grabar con Sky, el productor colombiano detrás de J Balvin. El resultado de esa sesión, una canción chispeante y coqueta llamada "Brillo", terminó en el álbum Vibras de Balvin, que rompió récords en streaming a principios de 2018. Rosalía cerró el ciclo de Los ángeles con "Aunque es de noche", un tango flamenco compuesto por el fallecido cantaor Enrique Morente –que adaptó la letra, a su vez, de un poema de San Juan de la Cruz de 1578– y que ella versionó para homenajearlo. Fue el tema que convenció a Pharrell Williams de que tenía que conocerla. Pero ella ya tenía preparado el siguiente volantazo: iba a mostrar cómo se había convertido en una artista que puede hacerlo todo.
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Mujer, paya, catalana... y flamenca. Aunque Rosalía fue bien recibida por la comunidad artística de su país ni bien triunfó con Los ángeles, algunos críticos la marcan como un ejemplo de apropiación cultural. La acusan de simular un acento que no le pertenece –como hace cualquier formado en cante flamenco del mundo que no sea andaluz, es justo decir–, de usar el arte de un pueblo marginalizado, y de ser recompensada con un éxito que a ninguna gitana de sangre se le permite acceder. Ella ha tratado de ser respetuosa del debate, pero mantiene su postura: para ella el flamenco es un derecho adquirido. "La cultura no tiene propiedad, he estudiado mucho el flamenco y sé que viene de la mezcla de culturas. No es propiedad de nadie, de hecho", dijo una y otra vez. "Y no pasa nada por experimentar con él. Es sano."
"Yo me interesé por el flamenco gracias a Camarón, Morente o Lole y Manuel... artistas que no hacían flamenco de manera ‘pura’", continúa. "Fue luego, a medida que pasaron los años y seguí estudiando el flamenco en más profundidad, que empecé a disfrutar de los clásicos. Si mi música en algún momento puede servir como puerta de entrada para que la gente descubra a Valderrama, La Niña de los Peines o El Chocolate, entonces, para mí es algo a celebrar."
Los puristas del flamenco que encontraban problemática la toma personal de Rosalía seguramente no estaban listos para ver lo que seguía: que diera vuelta al género por completo. Empezó a trabajar en El mal querer ni bien salió a la venta Los ángeles. Tuvo el título antes que todo. Se le ocurrió luego de que llegara a sus manos Flamenca, una novela occitana del siglo XIV, de autor anónimo. Cuenta la historia de una mujer que se enamora de un hombre y se casa, y por celos infundados este hombre la acaba traicionando. "Por mi mamá, en casa crecí escuchando valores feministas. Quise ahondar sobre la forma en la que las personas amamos y nos relacionamos entre nosotros. Era algo que me inquietaba y que, a la vez, estaba sobre la mesa a nivel social", dice Rosalía. "Creo que hablar y no dejar de cuestionarnos es indispensable para avanzar."
Rosalía también tenía clara la paleta sonora para su mensaje. Este era su monólogo interior: "Quería que tuviera inspiración en los ritmos tradicionales del flamenco. Que tuviera material tradicional y a la vez composiciones flamencas. Canciones de estructura pop, sonoridad electrónica, con la voz adelante de todo. Armonías vocales muy presentes. Inspiración del canto gregoriano. Mucho uso del sampleo. Darles cabida a los teclados en lugar de las guitarras, que es el instrumento armónico tradicional del flamenco. Que se pudiera sustituir por voces o por armonías vocales o samples. Que fuera minimalista, vacío, experimental, con riesgo."
Aun así, necesitaba alguien que la ayudara a ejecutar su visión. Sin presupuesto, contactó al músico y productor canario Pablo Díaz-Reixa, mejor conocido como El Guincho, que venía de lanzar su elogiado cuarto disco, Hiperasia, y de trabajar con Björk en reversiones de tracks de Biophilia. "Empezamos trabajando en su casa porque yo no tenía para nada más. Solo nosotros con nuestros ordenadores lo tiramos para adelante. Pablo me dijo: ‘Eres una productora... Diriges tú’."
Así como tenía un título como concepto rector, Rosalía sabía que quería que cada canción fuera un capítulo de una narración mayor. "Eso me sirvió para estar enfocada en cada composición. Me sirvió para ir al grano. Tener muy claro de lo que tenía que tratar." En ocho de las once canciones aparece el crédito de C. Tangana, de quien se separó el año pasado, un tema del que no ha dicho nada en público. No se sabe del todo qué pasó entre ellos –hubo rumores y alguna que otra captura de paparazzi de él supuestamente "in fraganti", lo cual habla del estatus de fama al que han llegado ambos–, pero parece ser un tema sensible. Solo se puede especular sobre por qué su nombre no figura en los agradecimientos, y si es él al que Rosalía alude con un disparo final: "Al que me rompió el corazón".
El mal querer vincula el melodrama característico del flamenco con el relato atemporal que propone Rosalía: la historia de una relación tóxica en once capítulos. Los dos primeros singles –"Malamente", subtitulado "Cap.1: Augurio", y "Pienso en tu mirá", "Cap.3: Celos"– sugerían un disco más accesible, pero Rosalía se mantiene fiel a sus instinto experimental mientras se desarrolla la narrativa del álbum. En "De aquí no sales (Cap.4: Disputa)", que reemplaza las palmas flamencas con samples de rugidos de motores y frenadas, Rosalía canta desde la perspectiva del hombre agresor: "Que tú de aquí no sales/ Mucho más a mí me duele/ De lo que a ti te está doliendo/ Conmigo no te equivoques/ Con el revés de la mano/ Yo te lo dejo bien claro". En "Reniego (Cap.5: Lamento)", hace gala de su virtuosismo vocal acompañada por la Orquesta de Bratislava, dirigida por Jesús Bola, colaborador de Camarón. En "Bagdad (Cap.7: Liturgia)" encuentra la manera de situar su entrenamiento clásico con una interpolación de "Cry Me a River" de Justin Timberlake (que, como pocas veces, aprobó el uso de su hit producido por Timbaland de 2002 en otra canción). "A ningún hombre (Cap.11: Poder)" cierra el álbum en un tono que no es necesariamente triunfalista, pero pone en palabras la certeza de una mujer sobre cómo no debe ser amada: "Yo era tuya, compañero/Hasta que fuiste carcelero." En todo el disco, Rosalía aparece yendo y viniendo de la tradición, jugando con sintetizadores, vocoder y alusiones al pulso del reggaetón. Comparte ciertas texturas sonoras con el trap, pero no se parece a nada de lo que está sonando.
A medida que fue avanzando en la producción del disco, Rosalía fue contemplando su representación visual y cómo sería eso en vivo. De hecho, estaba obligada a hacerlo, porque es su trabajo final de grado (lo que le daría la licenciatura en cante flamenco). "Sabía que la música de El mal querer podía requerir movimiento, que el baile podía tener cabida, y empecé a investigar." Impresionada por la performance de Kendrick Lamar en los Grammy, Rosalía dio con la coreógrafa Charm La’Donna a través de Instagram, y la convenció de que se sumara al proyecto. Su mente siguió volando más lejos de lo que las limitaciones presupuestarias indicarían. Con números rojos y cruzando los dedos, apostó todo a videos de alto presupuesto –a cargo de la productora barcelonesa Canada– para "Malamente" y "Pienso en tu mirá", cuyas views hoy se cuentan de a millones. "Tuve momentos de duda, de incertidumbre, sobre si iba a poder o no", admite. "Estoy agradecida con mis amigos, mi hermana, mi madre y toda esa gente que me ayudó y confió en mí en ese momento."
Rosalía no estaba firmada por ninguna discográfica, porque no sentía la necesidad ni veía propuestas que sintiera que le aportaran un diferencial. Hasta ese momento solo había licenciado su música para distribución. Entendió la necesidad de dar un salto de estructura "para emprender como Dios manda", se apoyó en la atención internacional de sus dos extraños hits y en agosto pasado firmó con Sony Music. "Me he arriesgado y ha salido bien", dice sobre la peripecia de El mal querer. "Y me pusieron matrícula", se ríe.
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El 31 de octubre último, Rosalía presentó oficialmente en vivo El mal querer en un concierto auspiciado por Red Bull en la Plaza de Colón en Madrid, frente a 11.000 personas. "Fue como un sueño hecho realidad, poder hacerlo con toda la banda, doce bailarinas... siempre me voy a acordar de ese concierto. Es el resultado de un proceso largo y duro, que finalmente toma forma de espectáculo. Me hace mucha ilusión que voy a estar girando con este proyecto."
En el setlist estrenó sin aviso "De madrugá", una canción de sus sesiones con Pharrell. La versión de estudio todavía no tiene fecha de lanzamiento, pero, si es que buscamos pistas de sus próximos pasos musicales, suena más a que Rosalía lo trajo a su órbita que al revés. "Todavía no sé cuándo voy a compartirla", dice ella. "Pharrell es una persona muy inspiradora. Se apasiona con aquello que hace. Es como un niño. Me encantó poder verle producir y darme cuenta de cómo hacía un beat." También colaboró en estudio con Arca, coproductor en los últimos dos discos de Björk, y el mes pasado salió "Barefoot in the Park", su colaboración con el prodigio británico del R&B alternativo James Blake, una clara influencia de la espina electrónica de El mal querer. Blake la incluyó en la selecta lista de invitados de su cuarto álbum, Assume Form, junto a figuras como Travis Scott y André 3000. Y están los rumores de una canción con Dua Lipa.
Además, Rosalía tiene por delante el estreno de Dolor y gloria, la película de Almodóvar, donde participa en una escena con Penélope Cruz inspirada en la infancia del director. "Pedro es increíble y le admiro mucho. Quedé impresionada de ver ahí cómo dirige a su equipo, cómo tiene tan clara su visión su trabajo", dice ella. "Rosalía resulta fresca, graciosa, creo que si se lo propone puede llegar a ser muy buena actriz", dice él.
La suma de todos los proyectos futuros de Rosalía –sin contar los que todavía no ha compartido– apunta a cosas más grandes y no por eso menos audaces. No dejan del todo claro para dónde va, pero sí que es capaz de llegar a donde sea que se proponga ir. "Nunca he tenido prisa. Yo quiero seguir estudiando y formarme", dice ella. "Es como cuando firmé. Había tenido la oportunidad en muchos momentos, pero no lo hice hasta que entendí a la industria. He hecho todo lo que tenía que hacer para poder tener el timón, haciendo lo que me gusta sin ninguna concesión."
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