La vanguardia convertida en ritual retro y futurista
Música elettrónica viva
Intérpretes: Alvin Curran, Richard Teitelbaum y Frederic Rzewski/ sala: Centro de experimentación del Teatro Colón/ Nuestra opinión: excelente
Todo tuvo condimento de leyenda. Musica Elettronica Viva, el grupo formado en los años sesenta por Alvin Curran, Richard Teitelbaum y Frederic Rzewski, expatriados norteamericanos en Roma, daría el último concierto de su historia en suelo argentino. Previamente, cada uno de los miembros, arañando los 80 años, había entregado un concierto solista, y con la fecha del concierto grupal se cerraba la larga maratón de MEV en la Argentina.
La historicidad del evento se vio apaciguada con la misma intensidad cuando los tres músicos se acercaron parsimoniosos al escenario del Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC), colmado por alrededor de 350 fans. Rzewski ocupó un piano al costado del escenario; Curran, al otro extremo, otro piano y una serie de consolas, looperas, samplers y delays, conectados a un viejo teclado Crumar para disparar los sonidos; en el centro, Teitelbaum (el más vinculado a la electrónica desde los inicios del grupo) usaba sonidos diseñados en una laptop para ser controlados por un sintetizador Korg de ocho octavas. La disposición escénica reflejó las tensiones internas del grupo: el clasicismo de Rzewski se cruzaba con el posmodernismo de Curran; entre ambos, Teitelbaum mediaba con sonidos electrónicos discretos o llenando la sala de ambient.
El concierto inició con improvisaciones de Rzewski sobre sus propias adaptaciones de clásicos o marchas populares; fiel a su ideario marxista, el pianista deconstruye canciones libertarias (famosa es su adaptación de "El pueblo unido jamás será vencido") en piezas altamente complejas que requieren de su lectura. Para esta ocasión, Rzewski escogió fragmentos de esas partituras que lleva en la cabeza y las improvisó; del otro lado, Curran replicaba o completaba las improvisaciones con sus propias líneas de piano, una mitad del cual tuvo las cuerdas alteradas para sonar como una aleación metálica, y de a poco entró a disparar con el Crumar grabaciones de su catálogo de samples. De manera discreta, Teitelbaum lanzaba sonidos sintetizados que se entremezclaban en esa sonata dislocada, interfiriendo tonos graves, de inaudibles a gigantes, que daban a la pieza un clima sobrenatural.
Cuando la improvisación fue adquiriendo entidad, el trío echó mano a otros recursos para volverla aún más extraña. Curran alternó entre silbatos y un shofar (enorme cuerno de tradición milenaria que soplaba dentro de la caja del piano o directo al micrófono), reprocesándolos, loopeándolos, obteniendo sonidos de llamada que se montaban en la composición como un ritual retrofuturista.
Rzweski sopló un cuenco frente al micrófono; Teitelbaum activó el crackle box, un gadget manual, gomoso y vintage que se remonta a sus performances de los sesenta, cuyo sonido de estática afirmó su rol de impasible hombre máquina.
Tras lo que simuló una mélange de medios mixtos, los tres músicos apelaron a la voz para darle a la pieza un entre titilante y sobrecogedor tizne espiritual. Teitelbaum recitó palabras sueltas al micrófono, en el habitual tono moderado; más visceral, Curran se posesionó y rugió frases ininteligibles que fueron procesadas y devueltas al magma, intercaladas con samples de sirenas de barco, estampidas de cartoon y palabras en italiano e inglés; Rzweski disparó preguntas y respuestas secas, como sacadas de un film noir, y cuando la marea sonora se ralentizó hasta el cuasi silencio, cerró la performance con un That's it! Luego hubo una charla abierta; se les preguntó si era su último recital y respondieron haber disfrutado del show y de la audiencia. Quizá continúen, para felicidad de todos. La energía de estos octogenarios parece haber crecido con el tiempo; hay Musica Elettronica Viva para rato.
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