La trágica muerte de su hijo Conor, el miedo a volver a caer en las drogas y una canción sanadora
La década del 90 no empezó bien para Eric Clapton. Hacía muy poco que se había separado de Pattie Boyd, la modelo inglesa que antes de casarse con él había sido la pareja de George Harrison; su amigo Steve Ray Vaughan, con quien estaba en ese momento de gira, murió en un accidente aéreo y, lo peor de todo, sin dudas: su pequeño hijo Conor, de apenas cuatro años, cayó fatalmente del piso 53 de un rascacielos de Manhattan. Nueve meses después de esa enorme e inesperada tragedia, Clapton escribió con Will Jennings –autor también de "My Heart Will Go On", tema central de la película de James Cameron, Titanic, interpretado por Celine Dion– la famosa "Tears in Heaven", su canción más personal y desgarradora, dedicada a Conor y transformada en un éxito muy pronto.
Nueve días después del lanzamiento del tema, el 16 de enero de 1992, el virtuoso guitarrista británico conmovería a millones de personas con una inolvidable interpretación del tema en un concierto privado en los estudios Bray Film de Windsor, donde se grabó buena parte del repertorio del Unplugged que editaría en agosto de 1992, un álbum que vendió 26 millones de copias en todo el mundo y ganó tres premios Grammys en la edición de 1993.
Lo más potente de "Tears in Heaven" es su inicio, crudo y amargo, pero también cargado de la fortaleza necesaria como para seguir adelante: "¿Sabrías mi nombre si te viera en el cielo? ¿Sería lo mismo si te viera en el cielo? Debo ser fuerte y seguir adelante, porque sé que mi lugar no está en el cielo".
Una década después del lanzamiento del tema, Lory Del Santo, la modelo italiana con la que Clapton tuvo a Conor y a quien el músico también le dedicó una canción ("Lady of Verona"), le diría a la prensa inglesa que había evitado escucharla durante mucho tiempo para no sufrir. Hasta que de casualidad sonó en la radio de un bar de Amsterdam en el que tomaba un café. Conmovida, Lory debió salir del lugar antes de que la canción termine. Para ella, el suceso fue particularmente doloroso, dadas las circunstancias en las que se produjo.
Lory venía teniendo problemas en la relación con Clapton, justamente por el poco tiempo que el músico pasaba con su hijo. Y había organizado con él un encuentro en Nueva York para mejorar ese vínculo. El día anterior al accidente, Clapton llevó a Conor al circo de Long Island y pasó una excelente jornada con él. La mañana siguiente, Eric tenía que pasar a buscar a Lory y al niño por el departamento de la calle 57 de Manhattan donde se hospedaban para ir juntos al zoológico de Central Park. Mientras Lory se preparaba para salir, Conor jugaba con la niñera, correteando por todo el lugar. El conserje del edificio limpiaba los ventanales del departamento, que habían quedado abiertos. Un descuido de pocos segundos terminó muy mal. Unos minutos después, tras recuperarse de un desmayo, Lory llamó por teléfono a Clapton para comunicarle la noticia. "Escuché eso y perdí la fe en todo", declaró el guitarrista en el documental El patrón del blues, estrenado en 2017. "Conor fue lo primero que realmente me llegó al corazón y me hizo pensar que era hora de madurar", agregó en ese mismo tramo de la película.
Una recuperación complicada
Los largos períodos de autodestrucción de Clapton no eran un buen antecedente. Una telenovelesca saga familiar lo había marcado de muy joven: la que él creía su madre en verdad era su abuela, y la que siempre había tratado como su hermana era quien lo había traído al mundo. Uno de los grandes desafíos que debió plantearse luego de la muerte de Conor era, entonces, no caer en las tormentas de alcohol y cocaína que ya había atravesado más de una vez por historias tan decepcionantes como aquella.
El funeral del hijo de Clapton y Del Santo se llevó a cabo en la iglesia Santa Magdalena de Surrey, el lugar donde nació el fundador de Cream. Estuvieron su exmujer, Pattie Boyd; George Harrison y Phil Collins. Allí mismo, el músico se propuso salir adelante con una fuerza de voluntad que no había tenido en el pasado, según cuenta en la autobiografía de 400 páginas que acaba de publicar en español la editorial Neo Sounds.
"Recuerdo que empecé a abrir las cartas de condolencia, que eran miles, y entre ellas se coló una de Conor. La había enviado unas semanas antes, cuando estaba en Milán con su madre. Decía: ‘Te quiero, quiero volver a verte. Un beso’. En ese momento me di cuenta de que si podía pasar por aquello sin tomar alcohol ni drogarme, podría hacer cualquier cosa. Fui consciente de que podía hacer de esa tragedia algo positivo y dediqué mi vida a honrar a mi hijo. La música me salvó, se llevó el dolor", cuenta en ese libro Clapton, quien grabó una nueva versión de "Tears in Heaven" en 2005, para un disco cuyos beneficios se destinaron a las víctimas del tsunami que asoló al sudeste asiático, en 2004. Esa fue la segunda versión del tema registrada en un estudio.
Antes, en 1991, se grabó una con exquisitos arreglos para la banda sonora de la película Hasta el límite (1991), dirigida por Lili Fini Zanuck y protagonizada por Jason Patric y Jennifer Jason Leigh. La más recordada, de todos modos, es la del Unplugged, con sus melancólicos acordes de folk-blues y un ligero toque brasileño en el tempo.
En abril de este año, Stevie Wonder también versionó el tema en el funeral del rapero y activista de Los Ángeles Nipsey Hussle, una confirmación de su formidable poder terapéutico
Clapton supo cómo canalizar su profunda angustia con ingenio y belleza, se repuso del desastre y en 2002 se casó con su actual pareja, Melia McEnery. Con ella tuvo tres hijas, Julie Rose (17 años), Ella May (16) y Sophie Belle (14). Hoy tiene 74 años y sigue en plena actividad: hace unos días, de hecho, invitó a Gustavo Santaolalla a acompañarlo en una emotiva versión de "When My Guitar Gently Weeps", tema que su amigo George Harrison compuso para el Álbum Blanco de los Beatles, en el Crossroads Guitar Festival que organiza hace años, para recaudar fondos que solventan un centro de rehabilitación de adictos que él mismo fundó en Antigua y Barbuda. Otra forma de utilizar una herida como impulso sano y productivo.
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