La serpiente: un (mal) viaje a Katmandú, pero acompañado por grandes canciones de Joni Mitchell, los Stones y Funkadelic
Los asesinos Charles Sobhraj y Marie-Anne Le Clerc se aprovecharon de los hippies que viajaban a la meca del movimiento para perpetrar su combo de delitos; de los Rolling Stones más lisérgicos a Joni Mitchell, la miniserie propone otro viaje: el musical; a disfrutar de él, entonces
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Producida por la BBC inglesa, la miniserie La Serpiente (The Serpent) picó en punta en Netflix a poco de estrenarse este mes. Basada en el episodio criminal protagonizado por el franco-asiático Charles Sobhraj y su pareja y cómplice Marie-Anne Le Clerc, quienes actuaban como Alain y Monique, cuenta desde otro ángulo el fenómeno del turismo hippie de fines de los 60 y principios de los 70. Una ruta migratoria entre las principales capitales europeas y Estados Unidos y el sudeste asiático con destino final en Katmandú.
En ese contexto, el siniestro Sobharj (Tahar Rahim) captaba a mochileros en tránsito hacia la meca de la espiritualidad y los envolvía en un laberinto de sexo, drogas y rock and roll tal como mandaba la época. Lo de rock and roll es lo que importa aquí y lo que sostiene las imágenes a partir de una selectiva dosis de hard rock y psicodelia en su tránsito y desarrollo en los 70. Muy buena música para un muy mal viaje en diez escalas.
“Le responsable” (Jacques Dutronc, 1969). Dutronc fue uno de los grandes animadores de la escena ye ye francesa de los 60 y, además, la parte masculina de una pareja emblemática junto a Francoise Hardy, con quien se casaría en 1981. De hecho compuso el primer gran hit de la icónica cantante y modelo: “Le temps de L’amour”. Su debut como solista llegaría en 1966 cuando se consagrara con “Et moi, et moi, et moi”, que marcaría la línea de un rock garaje con acento francés que se repite en “Le responsable”, incluida en su tercer álbum. Las letras de los tres discos esenciales que editó entre el 66 y el 69 fueron escritas por Jacques Lanzmann, hermano de un secretario de Jean Paul Sartre. La popularidad de su hit “Les cactus” fue tal que Georges Pompidou citó parte de la letra en un discurso en la Asamblea Nacional.
“69 anée erotique” (Serge Gainsbourg, 1969). Otra pareja emblemática de la nueva chanson y el pop francés fue la de Serge Gainsbourg y Jane Birkin, aunque más intensa y escandalosa que la de Dutronc y Hardy. Al filtro Kodak 70 de la serie le queda pintada la sonoridad de esta chanson en la que Gainsbourg alterna micrófono con la susurrante Birkin. Se escucha en el segundo capítulo a medida que se va develando la estrategia sigilosa y criminal del misterioso Alain, a quien la voz lasciva del transgresor Gainsbourg le hace eco. Ese “año erótico” de Gainsbourg y Birkin es pura pose y funciona en el soundtrack como señalamiento al desenfreno que propiciaba la exótica Bangkok de principios de los 70. La alianza francesa en la banda de sonido se completa con un cameo del gigante Charles Aznavour.
“Funk #49” (James Gang, 1970). Fuera de las excepciones francófilas y sonoridades thai casi escenográficas, la banda de sonido de La Serpiente es un (mal) viaje de hard rock y pos psicodelia donde el groove manda. Es el caso de esta gema de los olvidados James Gang, cuyo riff de guitarra parece arrancado de un demo de Led Zeppelin para desembocar en un trance percusivo casi afro. Soportes de The Who en la gira inglesa de 1969, los James Gang tuvieron dos músicos de alto perfil: Joe Walsh, luego parte de los multiplatino Eagles, y Tommy Bolin, el reemplazante de Ritchie Blackmore en Deep Purple que ingresó poco antes de que se disolvieran y de que él mismo muriese de una sobredosis de heroína.
“Black Sand” (Brainticket, 1971). La misma historia de este grupo de culto dentro de una escena de culto como es la del kraut-rock alemán parece escrita por los guionistas de la serie. En principio porque en la primera mitad de los 70 pasaron por su formación inspirada en el free jazz y la psicodelia músicos ingleses, italianos, suizos y alemanes siguiendo al líder, un belga llamado Joel Vandroogenbroeck. La música hipnótica de su primer álbum llamado Cootonwoodhill (cuya tapa parecía el afiche de ese subgénero de cine LSD de fines de los 60) hizo que la discográfica le colocara un sticker advirtiendo que el disco debía escucharse solo una vez por día o “el cerebro podría ser dañado”. Más aún, el belga reformó toda la estructura de la banda tras un viaje revelador a Bali, Indonesia, en la línea de los hippies europeos que siguen la ruta del opio en la serie.
“He’s Gonna Step on you Again” (John Kongos, 1972). Otra revelación del soundtrack de La Serpiente es este hard rock lisérgico del sudafricano John Kongos (Johannesburgo, 1945) que consiguió colarse en el chart inglés para luego disolverse en la niebla. Un artista de solo dos discos que, sin embargo, consiguió el prodigio de hacernos imaginar cómo hubiera sonado “Come Together” de los Beatles en manos de Captaon Beefheart y su Magic Band. Parece compuesta para la serie, tal como si se ensayasen desde hoy las ideas de ingravidez e intensidad que el orientalismo y las drogas imprimieron a la época (incluidos sus desvíos y clichés, explotados por Alain).
“Fingerprint File” (The Rolling Stones, 1974). El guion musical de la serie incurre en una práctica que se daría en llamar “ocultismo stone”. Tracks escogidos de discos muy populares de los Rolling Stones que quedaron perdidos en la memoria de sus fans más dedicados y que revelan facetas que el grupo dejó pendientes y, rara vez, llevó del estudio de grabación al escenario. Es el caso de “Fingerprint File”, el pegajoso y erótico cierre del (menospeciado) álbum It’s Only Rock and Roll (but I Like it) de 1974. En una ejemplar reinterpretación de James Brown, los Stones son capaces de empapar el ambiente con la humedad de Indochina y hacernos sentir el sudor del cuerpo entre el erotismo y la abstinencia de las drogas duras. Es una canción larga sostenida por el wah wah de Mick Taylor, el pulso del bajo de Bill Wyman y un uso muy sutil de los sintetizadores. Sobre el final, el Mick Jagger más satánico entabla un diálogo con el ocasional oyente como si, cual Aladino, se escapara del álbum. Su riff que evoca escaleras mecánicas vacías se escucha en el primer capítulo y, más adelante, el grupo reaparece con “Moonlight Mile”, otra favorita del ocultismo stone.
“Vital Juices” (Funkadelic, 1974). Donde los Stones se ponían funk, el colectivo dirigido por George Clinton (¿La Pesada del Funk?) extremaba el acid-rock de Jimi Hendrix llevándolo hasta las orillas del Miles Davis eléctrico de Bitches Brew que, a su vez, se alimentaba del funk en un círculo virtuoso de improvisación sin barreras. “Vital Juices” se escucha de fondo en la Kanit house de Alain con la cualidad de un travelling sonoro, una onda panorámica de sonido sostenida por un solo en loop de Eddie Hazel, quien se había reintegrado a la banda tras un año de condena en la cárcel por agredir a una azafata en un vuelo comercial (y también mental ya que atravesó el cielo bajo el efecto de una combinación de drogas).
“Katmandu” (Bob Seger, 1975). Bob Seger, cuya presencia se sostiene en la radio a merced del hit “Against the Wind”, encontró una metáfora pop perfecta para resumir la trama social por detrás de la historia criminal que se cuenta en la serie. Reescribe “Ruta 66” riéndose de la generación que hizo de Katmandú (Nepal) su tierra prometida de misticismo y alucinación y que, en muchos casos, terminó siendo la meca inalcanzable del mal viaje. Un rock and roll de la guardia vieja (Little Richard, Chuck Berry) donde se le escucha aullar eso de “K-K-K-K-Katmandú” como si fuera una ciudad más del midwest norteamericano. Su presencia en la banda de sonido recuerda otro “Katmandú”, el de Pappo en una de las mejores canciones de su último disco (Buscando un Amor) basada en el best seller Flash que contaba las desventuras de un hippie francés en la ruta del opio (muy en la línea de la serie).
“Coyote” (Joni Mitchell, 1976). Entre tanta emulsión de psicodelia pesada hay un remanso en el folk influenciado por el jazz de la Joni Mitchell de Hejira, uno de sus discos clave. En “Coyote”, escrita durante la gira Rolling Thunder Review de Bob Dylan, se hace ostensible la presencia de Jaco Pastorius (otro adicto a la heroína) con su bajo fretless que lejos de sostener la base improvisa, vuela, sobre la voz prístina de la Mitchell (canadiense como la cómplice de Alain). Es este el sonido que sustentaría el estilo de Seru Giran en Argentina poco tiempo después y, en ese sentido, la influencia de Joni Mitchell en el rock argentino de la segunda mitad de los setenta es manifiesta.
“Lam Toey Chaweewan” (Chaweewan Dumnern, 2011). Como bonus track, fuera del radar anglo y francoparlante de la banda de sonido, aparece esta curiosidad compilada en el álbum Sounds of Siam, donde se escuchan artistas de “Luk Thung, Jazz & Molam”. Músicas thai entreveradas con la influencia occidental en una ciudad efervescente y legendaria como Bangkok. Chaweewan Dumnern es una cantante tailandesa de 75 años y esta ¿canción? difícil de catalogar fue uno de sus éxitos a fines de los 60 (el compilado registra un arco de tiempo que va de 1964 a 1975). Lo que Yoko Ono aplicó a la música contemporánea y el rock aparece aquí sin destilar (algunos arreglos dan cuenta, apenas, de un jazz-cocktail) y provoca al oído occidental un efecto todavía más alucinatorio que la psicodelia. A esta canción sí se recomienda escucharla apenas una vez por día. Más es peligroso.
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