La reivindicación de los maestros del tango
Parece como si dentro del programa de trabajos que puede dejar igual que nuevo o acabar con el Teatro Colón antes de que cumpla cien años se ha filtrado alguna voluntad con preferencias en materia de espectáculos de tango. Las obras de la temida operación que llaman Master Plan obligaron a cancelar la actuación de la Selección Nacional de Tango anunciada para el lunes último -se mantiene la fecha de octubre-, pero no han interferido con la gran noche de Café de los Maestros, que será el jueves próximo.
Si es que hay un fantasma dentro de la ópera en restauración, sabe lo que hace, porque solamente por el nivel de los artistas elegidos y la envergadura de un paquete que comprende dos discos, un libro y la película que se terminará de rodar durante el concierto, resulta preferible la producción de Gustavo Santaolalla, que continúa siendo confundida con el fenómeno Buena Vista Social Club sin tener otra cosa en común que la edad avanzada de los participantes: los cubanos no habían sido mucho en su juventud, mientras que entre los maestros del imaginario café se encuentran algunos de los mejores tangueros de los años 40 y 50.
No es que la Selección Nacional sea imposible de escuchar, pero mejor hacerlo en vivo sin esperar más que entusiasmo, porque se trata de una acumulación algo incongruente de nombres conocidos que nació atada a las ilusiones previas al mundial -a nadie se le ocurriría denominar orquesta, ensemble o camerata a un equipo de fútbol- y terminó resultando, igual que el dream team que jugó en Alemania, inferior a la suma de sus talentos individuales.
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Sin constituir, según exageran en su único álbum, "la orquesta más importante de todos los tiempos", el elenco es respetable, pero hay un exceso de solistas que impide mantener el equilibrio entre virtuosismo y discreción imprescindible en una buena típica, y son demasiados los directores que se turnan en busca del aplauso fácil con un repertorio que depende de los temas clásicos para lograrlo.
Además de su presentación en el Colón y la presencia en ambos del gran Leopoldo Federico, lo que vincula a estos proyectos bien distintos y obliga a disculpar cualquier exceso en materia de adjetivos es la honestidad de celebrar a los más notables intérpretes de tango con un respeto, consideración y buen gusto como no se habían visto en el género desde el musical "Tango argentino", que se inclinaba por la danza, pero le dio al Sexteto Mayor su primer envión internacional.
Desde los tiempos primitivos, el anonimato fue la condición en que los creadores de tango ejercieron lo que ni sabían que era un arte, incluso directores como Vicente Greco y Juan Maglio, que preferían ocultarse en sus apodos: "Garrote" y "Pacho". La información aumentó luego al nombre completo del titular, pero sin extenderse jamás a los integrantes del conjunto, el arreglador, algún solista notable o al menos el cantor, porque se empleaba la aclaración "con estribillo cantado" para no mencionar a Charlo, Alberto Gómez, Ernesto Famá o quien apareciera hacia el final de la grabación entonando apenas un fragmento de la letra.
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Desde fines de la década del 30 y durante quince años, el tango fue la música más popular de la Argentina y buena parte de América, ejecutado por una multitud de celebridades sin identidad que la gente admiraba por su solvencia instrumental y reconocía a fuerza de verlos encima de un palco, pero no podía nombrar con certeza, porque nunca nadie dijo cómo se llamaban.
Triunfaban las orquestas de Troilo, Tanturi y Caló, sin nombrar a Orlando Goñi, Armando Posadas o Miguel Nijehnson, los pianistas de quienes dependían. Emilio Barbato y Carlos García eran anunciados cuando tocaban jazz o folklore pero su contribución a la magia de Fresedo o Roberto Firpo quedaba sin reconocer, lo mismo que Jaime Gosis, a quien nunca mencionaron por sus maravillosos acompañamientos a Alberto Castillo pero sí figuró en la etiqueta cuando grabó "Cumaná" con los Hawaian Serenaders.
Representada en Café de los Maestros por Gabriel Clausi, que después de ocho décadas de tocar el bandoneón debe conocer mejor que nadie la amargura de hacer buen tango sin ser anunciado como corresponde, esa legión de empeñosos intérpretes anónimos tendrá su reivindicación, que no los compensará por el olvido, ya que ni siquiera se sabía su nombre, pero sí por la irrespetuosidad de habérselo negado.
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