La música que sigue luchando contra el sida
No es que las alarmas hayan dejado de sonar alguna vez, pero parece que ni las advertencias de la reciente cumbre mundial servirán para que la lucha contra el sida recupere a las celebridades de la beneficencia, volcadas ahora a causas más de moda pero tan localistas y de corto vuelo como contribuir a la reconstrucción de Nueva Orleáns cuando ni siquiera saben qué música se toca en Tipitina s o el Preservation Hall.
Cuando el virus empezó a matar sin estar aún identificado, la música de las discotecas y demás sitios donde contagiaba era lo que lo distinguía de manera ensordecedora. Gracias a títulos premonitorios -"Nunca puedo decir adiós", "Sobreviviré"-, esos hits se volvieron himnos, desplazados luego por una cantidad de obras dictadas por el dolor, algunas de ellas nada festivas pero valiosas, como "Of Rage and Remembrance", de John Corigliano, o "Misa de la plaga" y "Las letanías de Satán", de Diamanda Galás.
Luego de Liberace, que en 1987 fue la víctima cero dentro de la música popular, el sida continuó llevándose en todo el mundo gente notable y muy amada -Miguel Abuelo, Peter Allen, Tom Foggerty, Federico Moura, Freddy Mercury, Renato Russo, Fela Kuti-, lo que desató la reacción de colegas dispuestos a ejercer su poder de convocatoria para ayudar a la caridad que fuera, aunque casi siempre esas cruzadas terminaban gastando más de lo recaudado.
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Entre los que lograron ordenarse de manera eficiente y continuar cuando la causa dejó de ser una moda, no existe nada comparable a la Red Hot Organization, que además de cumplir con el propósito asistencial, logró superar la fórmula del disco benéfico convencional utilizando a las superestrellas disponibles incondicionalmente para álbumes temáticos en los que la industria no les hubiera permitido figurar sin la muerte merodeando.
El nombre con el que todavía operan resultó de la formidable producción que los dio a conocer en 1990 y acaban de reeditar con los inevitables retoques de sonido e imagen: "Red Hot + Blue", una entrega de compacto y video independientes, con veinte temas de Cole Porter recreados con audacia nunca vista en ese repertorio por quienes eran los mejores números populares -muchos de ellos siguen siéndolo- a fines del siglo pasado.
La idea de asignar "You Do Something" a Sinead O Connor, "Night and Day" a Bono y "So in Love" a k.d. lang resultó mejor todavía de lo esperado, mientras que Annie Lennox debió repetir "Ev ry Time We Say Goodbye" en "Henry II", el film de Derek Jarman, pero lo asombroso fueron los nuevos significados que Tom Waits, Erasure, David Byrne, el dúo Debbie Harry-Iggy Pop y Les Negresses Vertes les encontraron a canciones ajenas a su sensibilidad.
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Era el gran momento del videoclip, pero gracias al aporte de Jim Jarmusch, Wim Wenders, Alex Cox, Percy Adlon, Neil Jordan y otros grandes cineastas, el VHS -ahora DVD- lanzado simultáneamente resultó también una obra cumbre del corto musical, reforzando la sensación de que el concepto Red Hot no iba a superar nunca ese debut.
Así fue, porque era imposible encontrar otros artistas del mismo nivel, pero estuvieron cerca de igualarlo en 1992 con "Red Hot & Dance", valorizado por la presencia de George Michael y Madonna, dos años después con "Red Hot & Cool", dedicado al acid jazz, y nuevamente en 1996, cuando "Red Hot & Rio", reunió a Cesaria Evora con Caetano Veloso y Ryuichi Sakamoto.
Los dos que lograron estar a la misma altura del disco inicial son "Red Hot & Rhapsody: The Gershwin Groove", presentado en 1998 para el centenario del compositor, que probablemente no hubiera aprobado la mayoría de las versiones funky, pero sí la suite "A Foggy Day", creada por David Bowie y Angelo Badalamenti, y "Red Hot & Latin: Silencio = Muerte", del año anterior, que reapareció el mes pasado corregido, aumentado y con una oblea que dice "Redux", pero conservando a los Cadillacs, Decadentes, Pericos, Calamaro y demás argentinos de la insuperable versión original.
La modificación de ese álbum esencial es el único indicio de la existencia de Red Hot en más de cuatro años, un síntoma de que la peste que llegó hace un cuarto de siglo con música propia se está quedando también sin productores de sonidos que ayuden a combatirla.
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