En diálogo con LA NACION, la freestyler y cantante marplatense habla de los desafíos de pivotear entre géneros, la maternidad en la música, su amistad con El Noba y su obsesión por retratar a los sectores invisibilizados
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“Ya no sé si es temprano o si es tarde”, suelta La Joaqui mientras se acomoda en la silla de un restaurante porteño frente a su primera comida del día. Son las cuatro de la tarde y la jornada de ayer terminó bien entrada la madrugada, después de presentar a la prensa su nuevo álbum, Barbie copiloto y de dar un par de shows que terminaron cerca de las siete de la mañana. Ahora salpica un plato de arroz con gotas de chutney verde, como si jugara sobre un lienzo nuevo, con más ímpetu lúdico que apetito, y reconstruye sus últimas horas para justificar un cambio en el horario de este encuentro con LA NACION: necesitaba dormir un poco más. Al término de esta charla, se va a trasladar a Santa Fe, donde la espera otra ronda de shows que empieza en horario matiné. Esa es la vida de Joaquinha Lerena hoy: no estará entusiasmada por su almuerzo étnico, pero su hambre por hacer y compartir música, después de diez años entre competencias de freestyle, estudios de grabación y escenarios, sigue siendo voraz.
Cualquiera que se haya asomado por esa ventanita virtual que ofrece la cuenta de Instagram de la marplatense ve el frenesí de shows que se pueden suceder en un día de su vida. Una secuencia posible: son las siete de la tarde y aparece en un boliche de Ituzaingó, el pelo largo y negro le llega hasta la cintura, el público está encendido, cantando esa oda a las motos y a la cultura que la rodea que es “Butakera”. La noche sigue y en sus stories lleva el conteo: “1/6, 2/6, 3/6..” y así. Entre las cinco y las siete de la mañana el final de la noche la puede encontrar en el boliche quilmeño El Bosque, acompañada de sus bailarinas, con otro outfit, pero mirando un paisaje muy similar, atestado de celulares en alto que quieren registrar a esta cantante de 28 años que está obsesionada con iluminar a quienes no tienen protagonismo. En el caso de Barbie copiloto es por partida doble: La Joaqui quería enmarcar su nuevo material en el mundo del stunt (el deporte urbano que consiste en hacer acrobacias en moto) y reivindicar el lugar de las chicas que van junto a los conductores. De esto último habla, en particular, “Butakera”, que compuso y grabó con su amigo Lautaro “El Noba” Coronel, fallecido en junio de este año tras un accidente vial.
“Tiene que ver con visibilizar a los personajes secundarios”, resume Lerena sobre las letras de su EP. “Lo trabajamos en un momento de mucha caravana, pero también de crecimiento interpersonal y ese proceso estuvo muy vinculado a la cultura de las motos”. En el sonido hay una intención similar: la cantante quería trabajar en una serie de tracks en los que predominara el RKT y, el dios del género, entiende nuestra Madonna de la cumbia, es un DJ: “Ellos son los que realmente inventaron el RKT, no un cantante”. Así, de Barbie copiloto participaron Gusty DJ, DJ Tao, DJ Alex y Omar Varela. El resultado son seis tracks que queman llantas entre historias de autos ploteados, chicas que disfrutan de extensas rutinas nocturnas y motos todoterreno que ronronean como gatitos. Quizás la principal bondad de este álbum sea cómo esquiva las fórmulas repetitivas de snares corridos ultra predecibles y, en cambio, incorpora sonidos de otros géneros que tienen algún tipo de equivalencia cultural con el turreo y el RKT. Es que hay algo del llamado funk de favela en “GD”, algo de la cumbia rebajada en “Traidora” y algo de la guaracha colombiana -”el techno de la villa”, según la propia Joaqui- en “Mañosa”, que traen una corriente de aire fresco a la pista de baile.
Esta búsqueda, sumada a su impronta de nena terrible, le hicieron lugar en un trono que estaba vacante: el de referente femenino de la cumbia en la era del trap. A La Joaqui, que a sus 17 años estaba de lleno metida en las competencias de freestyle (fue la primera mujer en clasificar en Batalla de los Gallos en Argentina) le costó amigarse con su costado cumbiero: “Tenía miedo que me consideraran menos rapera. Después empecé a leer mucho sobre la historia del género y entendí que yo soy la más rapera por hacer cumbia, porque, socialmente, el rap representa en Estados Unidos lo mismo que la cumbia representa en Argentina”. Hoy conviven en ella elementos de los dos mundos: el flow bailable que le dejó su fanatismo por Grupo Cañaveral y la espontaneidad ingeniosa que le dio el freestyle, una dinámica con la que todavía compone.
La Joaqui pertenece a un linaje de mujeres bien plantadas con sus deseos y convicciones. Su mamá, con quien se crió, era una apasionada del surf. Se llevó a la pequeña Joaquinha a Costa Rica, uno de los mejores destinos del mundo para practicar el deporte. En las playas de Tamarindo se acercó al rap (las dos compartían discos de Cypress Hill y Eminem), al dancehall y al raggamuffin, pero también a otras cosas que pasaban en la calle de Tamarindo, como cierta facilidad para conseguir algunas sustancias que La Joaqui conoció alrededor de los 12 años. En un intento por cambiar su rutina para mejor, su mamá la mandó a vivir a Mar del Plata con su abuela Mari, una activista social que fue secuestrada durante la dictadura militar de finales de los años 70. “Era rebelde y estaba comprometida con su trabajo”, cuenta sobre la mujer que trabajaba como maestra de escuela rural y aprendía quechua para poder enseñar a los niños que trabajaban en El frutillar. Su propia historia le servía a Mari para intentar contener la velocidad de la Barbie copiloto que tenía de nieta: “A mí siempre me gustó vivir al filo del peligro y ella se preocupaba mucho, me pedía que me cuide, me subrayaba lo feo y lo peligroso que puede ser estar detenida”. En Mar del Plata, además, descubrió una incipiente movida de competencias de freestyle, todavía under, e integró la Mundialista Crew, el grupo de raperos surgidos del barrio marplatense homónimo.
Su abuela fue también clave durante años muy difíciles de su vida. En una charla TEDx que se grabó hace varios meses y se publicó semanas atrás, La Joaqui habló sobre una relación de pareja en la que sufrió violencia. Durante dos años estuvo alejada de su círculo y de la música y dejó de usar redes sociales. Esto no es solo un dato de su vida personal: en ese momento todo el material de su carrera que estaba online y que había construido con mucho esfuerzo, fue eliminado. “Una cosa que recuerdo es que esta persona me decía que no sabía cantar, que tenía que rapear”, contó en el ciclo de charlas. “Llevo dos años y medio estudiando canto y todavía tengo ataques de pánico antes de subirme al escenario. Prefiero hacer falsetes o rapearlo, aunque a veces se me ocurren melodías. Es la cadena de la que más me ha costado soltarme”, dijo en ese momento.
Ahora, diciembre de 2022, puede decir que los ataques de pánico antes de los shows desaparecieron. Para La Joaqui eso tuvo que ver no solo con haber salido del loop de violencia, sino también con haberse animado a sacar música que tuviera más que ver con ella y con sus intereses. “Por mucho tiempo estuve enfocada en lo que se esperaba de mí, en no ofender a nadie, en no recibir críticas por la vida que llevo. Eso me seguía raspando la herida porque sostenía ataduras que eran solo mías. Y no me gustaba nada de lo que hacía, este año por primera vez puedo decir que algo que saqué es un temazo. Me llevó mucho tiempo, pero finalmente creo que lo que hago me representa”.
Algo de lo que más la conflictuaba era el juicio moral sobre su vida de madre soltera y rapera. “Cuando sos mamá te bajan el precio, como si no pudieras ser nada más que mamá, te estigmatizan, te dicen luchona, se burlan”, dice. “Yo no sentí que mis hijas fueran una barrera, como muchos te quieren hacer creer. Por supuesto que tenés que manejar un nivel de organización alto y dormís menos, pero ellas solo me trajeron cosas buenas. Mi vida cambió para mejor porque en un momento en el que yo no podía manejar mi libertad aprendí a cuidarme para cuidarlas a ellas. Diría que hay muchas cosas que te hacen la vida más difícil que la maternidad, como no poder manejar tus emociones, sentir inseguridad por quién sos, no tener la disciplina suficiente para hacer lo que querés hacer o dejar de hacer algo por miedo a las críticas”.
El Noba fue una de las personas que más la ayudó a pensarse menos desde la mirada de los otros y más desde la propia. Se conocieron en un taller de autos en Morón. “Nos seguíamos en Instagram porque sus videos me parecían muy graciosos, él era muy genuino, te transmitía cosas muy buenas y siempre me aconsejaba sobre cómo manejarme con las críticas, que a mi me costaban mucho”. Es uno de los muchos puntos en los que se encontraban: “Las mujeres en la música fueron históricamente más criticadas que los hombres por su vida personal o su imagen”, dice, y ejemplifica con la forma en la que el público juzgaba con distintas varas a Notorious B.I.G. y Lil Kim en la década del 90. “Pero para él no era más fácil, siendo un pibe de Varela que trabajaba como albañil y repartidor de pizzas. Querer hacer música y tener que jugar en el mundo de Instagram en el que hay ser re canchero todo el tiempo, si no tenés un mango y tenés un solo par de zapatillas es muy difícil”. Hoy mantiene una relación con su familia como si fuera la propia: ayer, en la presentación de su álbum, Vanesa, la mamá de El Noba, que es repostera, preparó una torta rosa de tres pisos en línea con el concepto de sus nuevos tracks. “El Noba me compartió su reino y lo cuido como propio”.
Cierta maniobra de resignificación se convirtió en una de sus herramientas para lidiar con las críticas. “Butakera”, el título que lleva uno de los tracks que grabó con Alan Gómez y El Noba, es el término con el que se designa de forma peyorativa a quien va detrás del piloto. “Las butakeras no tenían canciones, le decías a alguien butakera para denigrarla. Hay muchas palabras de las que conviene apropiarse. A todas alguna vez nos dijeron puta, zorra, mala mujer. Entonces ahora me lo digo yo sola, me gusta y van a tener que buscar palabras nuevas para ofenderme. Lo que vos tengas para herirme, yo lo voy a dar vuelta. Es un mecanismo para proteger una forma de libertad que si sos mujer tenés que defender y que si sos varón te está garantizada”. Esta forma de resignificar algunos términos que en general tienen connotaciones negativas no siempre se interpreta como ella quisiera. “Hay personas que no entienden ese código, no pueden leer entre líneas o pensar que muchas veces, con otras palabras, una construye un mundo que puede estar proponiendo un cambio. Yo no canto ‘¡Si sos mamá soltera, hacé lo que te gusta!’, pero me escriben todo el tiempo para decirme que les inspiro eso. A mí eso me interesa, pero no pienso en un mensaje específico, vivo mi vida y comparto mis experiencias, deseando que quien está del otro lado, en su propio lugar en el mundo, sepa que algunas cosas que uno cree que no se pueden hacer, sean grandes o chiquitas, son posibles”.
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