Premios Grammy 2018: la industria musical no atendió los reclamos de igualdad de género
“La mujer es el negro del mundo. Sí, ella lo es, pensá en eso. La mujer es el negro del mundo. Pensalo y hacé algo al respecto”. Conciencia y diversidad fueron los lemas del Grammy para celebrar su edición 60ª. Conciencia pensando en el movimiento #Time’sUp en contra de los abusos sexuales que salieron a la luz en el mundo del espectáculo el último año. La palabra diversidad se usó teniendo en cuenta que por primera vez no había un hombre blanco norteamericano nominado para el premio a la mejor grabación ni al álbum del año. Pero, digámoslo, poco de eso ocurrió anteanoche en el Madison Square Garden de Nueva York, en la premiación más importante de la industria musical. Un show megalómano que, más allá de gestos para las cámaras, nada tuvo del espíritu de aquella canción que escribieron en 1972 Yoko Ono y John Lennon que denunciaba en un mismo verso la realidad de las mujeres y de los negros en este mundo.
La ceremonia que iba a consagrar finalmente el hip hop como banda sonora del siglo XXI en los Estados Unidos y ponderaría la igualdad de género en la música, como se viene realizando en el cine, demostró una vez más que lo suyo es preservar el statu quo. Poco y nada de discursos encendidos. Y los tres premios más importantes fueron a parar a las manos de Bruno Mars , que con su imbatible 24 K Magic venció a las dos estrellas más combativas del hip hop del momento: Kendrick Lamar (narrador político de esta era) y Jay Z (dueño además de Tidal, una plataforma de distribución de música alternativa a la industria).
La conciencia y la diversidad apenas tuvieron que conformarse con las palabras de Janelle Monáe, una vez pasadas casi dos horas de fiesta autocelebratoria, antes de presentar el acto de Kesha (“Venimos en paz, pero hablamos en serio. A aquellos que se atrevan a tratar de silenciarnos, les ofrezco estas palabras: se les acabó el tiempo. No solo está sucediendo en Hollywood. No solo está sucediendo en Washington. Está sucediendo aquí en nuestra industria también. Se acabaron los tiempos de las remuneraciones injustas, el acoso y el abuso de poder”). Y las del comediante Dave Chappelle, en su aparición entre actos de Lamar, al inicio de la premiación: “Solo quería recordar a la audiencia que lo único más aterrador que ver a un negro ser honesto en Estados Unidos es ser un hombre negro honesto en Estados Unidos”).
“Long live music” (larga vida a la música) fue el eslogan de estos Premios Grammy, que buscan aggiornarse año tras año, pero sin la intención de utilizar ningún bisturí, ahora más que nunca con la mente puesta en cómo el streaming puede salvar el negocio musical más que en la eternidad de las canciones y los artistas.
Por si fuera poco, hubo muchas rosas blancas (aunque no las sufientes), siguiendo la consigna de los organizadores para instalar el tema de los abusos y al mismo tiempo diferenciarse de los vestidos negros de los Globo de Oro. Pero la cantante neozelandesa Lorde fue la única representante del género nominada en las tres categorías principales. No solo no ganó ninguno de esos premios, sino que en la previa a la ceremonia se dio a conocer que no subiría a cantar porque los organizadores le ofrecieron hacerlo acompañada de otro músico y no sola, como ella quería. “De las 899 personas nominadas en las últimas seis ediciones de los Premios Grammy, 9 por ciento eran mujeres (este año, Lorde es la única mujer nominada a mejor álbum del año; no va a actuar)”, escribió su madre en su cuenta de Twitter.
El tiempo se acabó, sí, pero la industria musical parece que sigue manejándolo a su antojo. “La mujer es el negro del mundo. Sí, ella es, pensá en eso”.
¿Por qué Bruno Mars le ganó a Kendrick Lamar?, se preguntaba ayer el periodista Rob Sheffield en el sitio de la revista Rolling Stone, pero sin asombro. “Es parte de la gran tradición del Grammy. El álbum del año nunca va al mejor álbum del año. Siempre va a otro álbum, por lo general muy bueno, por lo que la gente actúa indignada durante unos días y luego nadie recuerda quién ganó. Así es como funcionan los Grammy”, sentenció.
Y así parece funcionar el asunto. Edición tras edición. Nada nuevo bajo el sol. Un pequeño espacio permitido para la crítica políticamente correcta, un aumento de figuras de la música negra, pero si están acompañadas por estrellas blancas, mejor, mucho autobombo y ombliguismo, vermú con papas fritas y... good show.
Si hasta Luis Fonsi y Daddy Yankee tuvieron al engalanado público en sus manos con su “Despacito”, tomando el lugar de “latino bueno” que alguna vez ocupó Ricky Martin, con una decena de caderas bamboleándose de aquí para allá en primer plano, para la delicia de John Legend, que movía la cabeza hipnotizado. “No nos vamos con las manos vacías esta noche. Romper la barrera del idioma y unir al mundo con una canción es el mejor premio que uno puede ganar”, escribió Fonsi en su cuenta de Instagram.
Más allá de la desafortunada ausencia de Lorde arriba del escenario, la producción de los musicales en vivo una vez más fue lo mejor de la noche, con Elton John cantando a dúo con Miley Cyrus el clásico “Tiny Dancer”; Kendrick Lamar desplegando una impactante puesta en escena en la apertura de la ceremonia (con Bono y The Edge como extras); el emotivo “Praying” de Kesha, acompañada por un grupo de cantantes vestidas de blanco; el piano alado de Lady Gaga cantando junto a Mark Ronson, y los irlandeses de U2 interpretando su nuevo simple a orillas del río Hudson.
Habrá que admitir también que el golpe de efecto de hacer la fiesta en Nueva York después de quince años en vez de la siempre soleada Los Ángeles fue una buena movida, pero la jugada apenas sirvió para que Sting cantara que todavía se siente un extranjero en esa ciudad y para que Bono y compañía hicieran lo suyo frente a la Estatua de la Libertad.
Así las cosas, paradojas de la industria musical mediante y en contra de los vientos de cambio, anteanoche U2 tuvo más protagonismo que el movimiento #MeToo.
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