La increíble historia de “La gallina Turuleca”: nació en la posguerra, musicalizó imágenes de Hitler y tres países se disputaron su autoría
La icónica canción que conocimos por boca de los payasos españoles, Gaby, Fofó y Miliky, tiene una larga historia que incluye una previa con otra letra, una cantante argentina y un desenlace trágico en Brasil
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Dejando a un lado ámbitos rurales, gastronómicos o futbolísticos, la gallina más famosa de la historia es, sin lugar a dudas, la gallina Turuleca. Generaciones de abuelos, padres, hijos y nietos han repetido como un mantra durante años la cuenta de cuántos huevos puso el ave en una sentada, como también su magra condición física debido a la falta de alimentación: patas de alambre, desplumada, con imagen de sardina enlatada. Un desastre.
Pero detrás de su historia doméstica -inmortalizada por Gaby, Fofó y Miliki-, existe una mucho más interesante que relaciona, no ya al personaje pero sí a la canción, con hechos históricos y trágicos del siglo XX especialmente relacionados con la Segunda Guerra Mundial. Hubo una vez en que aquellos diez huevos fueron bombas lanzadas desde aviones de combate y la melodía un cable a tierra en momentos en los que no había ganas de cantar ni de reír. La gallina más famosa del mundo no se crio en un corral, sino en una trinchera de posguerra donde no había chicos. Había soldados.
Una gallina papanatas y una intérprete argentina
En el libro Cancionero general del franquismo (1939-1975), Manuel Vázquez Montalbán incluye en su listado a “La gallina papanatas”, que fue la primera versión del tema, editada originalmente en 1942 por el sello Odeón. Compuesta por los españoles Alfonso Jofre de Villegas y Genaro Monreal (destacado autor de la época), de la versión que conocemos hoy solo estaba el estribillo -es decir la enumeración-, el resto era una simpática y absurda historia al ritmo de un corrido mexicano: “Un gallito cuando sale pendenciero y es del rancho de San Luis de Potosí, pone paz si alborota el gallinero solamente con decir quiquiriquí”. Aunque en aquel disco simple fue interpretado por la cantante Marta Flores, quien le dio el primer espaldarazo a la composición fue una argentina, cuyo encuentro con la gallina fue fortuito pero imprescindible.
Inés Pena (para todos Inesita, cariñoso sobrenombre surgido de su baja estatura) fue una cantante argentina, cuya carrera comenzó en nuestro país y enseguida continuó en Europa. Aunque su especialidad era el tango, su repertorio también atravesaba otros géneros. Como aseguraba en uno de sus temas más recordados: “Yo quiero ser una cantante, si puede ser, muy elegante. Yo quiero ser una atracción, una atracción de la canción”. Su amplio registro interpretativo, que iba de lo trágico a lo humorístico, la llevó a sumar a “La gallina papanatas” a él, como también una versión muy exitosa de “Salud, dinero y amor”.
Los ecos de la Segunda Guerra Mundial le darían una nueva interpretación a la historia de la gallina (que seguía sin ser Turuleca). Porque los mismos compases que hoy son la banda de sonido de muchas fiestas infantiles y jardines de infantes fueron la música y la letra más apropiada para utilizar como metáfora del horror bélico y musicalizaron las acciones de Hitler y Mussolini. Para todo el planeta y en pantalla grande.
La banda de sonido del horror
En 1971, el director español Basilio Martín Patino comienza el esbozo de lo que sería la película Canciones para después de una guerra, “un imaginativo proyecto que comenzamos con un equipo mínimo de cinco o seis amigos, a base de recopilar recortes de películas viejas, NO-DOs (el noticiero cinematográfico español), materiales de archivo, anuncios y otros materiales baratos, retirados de circulación por inservibles”.
La idea era hacer un repaso en formato de collage sobre la España de posguerra a partir de documentos audiovisuales. No había voz en off que oficiara de conector, el montaje de imágenes y canciones populares transmitirían los hechos, y la historia terminaría de armarse en la cabeza de los espectadores. En ese contexto, la gallinita sería una de las grandes protagonistas.
En uno de los momentos mejor logrados del film, suena el tema en su versión original, mientras la pantalla intercala personajes de historietas, a Hitler, a Mussolini, bombas cayendo de los aviones (que coinciden con aquello de “ha puesto un huevo, ha puesto dos, ha puesto tres), campos de exterminio, titulares de diarios y, en contraposición, partidos de fútbol, estrenos de cine o peleas de cotillón. Dos caras de una misma realidad, que convivían “armoniosamente”.
La censura española llevó que Canciones para después de una guerra no pudiera ser estrenada hasta 1976, cuando fue recibida con mucho entusiasmo por el público. Papanatas había sido parte de una pintura de época, justo cuando su versión más popular estaba a punto de nacer.
Nace el éxito infantil y también una polémica sobre derechos de autor
En 1970, Gaby, Fofó y Miliki (con la presentación de Fofito) editaron en Argentina el disco A sus amiguitos. La placa abre con “La gallina Turuleca”, ya transformada en la canción que todos conocemos. De acuerdo a la discografía del grupo fue la primera vez que se registró el tema (llegaría a España dos años después), por lo que se puede afirmar que la gallina está en condiciones de entrar a tallar en debates nacionalistas a la par de Gardel, el colectivo o el dulce de leche.
Suma a la hora de la argumentación que el primer registro masivo audiovisual fue en la película Había una vez un circo, dirigida por Enrique Carreras en 1972. En una escena que se ha convertido en un clásico, los payasos sorprendían en su cuarto a una pequeña Andrea del Boca y le cantaban “La gallina Turuleca” con entusiasta acompañamiento de Jorge Barreiro, Mercedes Carreras y Olinda Bozán.
El cambio en el nombre del ave (que por entonces era más bien una descripción) trajo complicaciones en el país de origen de los artistas. Los chicos españoles la rebautizaron informalmente como “Turuleta” (quizás por el parecido con el adjetivo “Turulata”), y así la cantaron desde su estreno. La confusión continúa, con mayores de cuarenta que aún niegan su verdadera identidad y cantan la canción de “los payasos de la tele” como se les canta, valga la redundancia.
Con respecto a la nueva letra también hay una controversia que devino en una polémica internacional. Algunos se la atribuyen a Miliki y otros al compositor brasileño Edgard Poças, que durante décadas cantó e hizo cantar a los chicos de su país “A galinha magricela” (cuya traducción literal sería “la gallina flaca”). Como el tema es el mismo entonces cabe preguntarse: ¿quién llegó primero, Miliki o Poças? ¿El huevo o la gallina?
Siendo que “A galinha magricela” fue uno de los éxitos del primer disco de la banda infantil A Turma do Balão Mágico (creado por Poças a la sombra de Menudo, a comienzos de la década del 80), se refuerza la teoría sobre el origen español de la letra. Como apunte curioso hay que resaltar el trágico final que tuvo esta prima de Turuleca a comienzos de 2000.
La “prima” brasileña y su fatal desenlace
Eliana, cantante paulista que tuvo mucho éxito entre el público infantil desde finales de los 90, lanzó en 2001 una versión de “A galinha magricela”, que le dio un nuevo empuje a la canción y la convirtió otra vez en favorita de una generación que no sabía muy bien quiénes habían sido Gaby, Fofó y Miliki. Sin embargo, el estrellato de la “galinha” duró poco. Dos años después de aquel debut, la artista editó el tema “Mestre Coco”, que contaba la historia de un gato cocinero con cuestionables elecciones de ingredientes. En una de las estrofas se cuenta cómo el felino chef se comió a la pobre gallinita. Al menos en Brasil, la parienta de Turuleca tuvo un vuelo corto de fatal desenlace.
De Piñón Fijo a Topa, de La Mosca a Carlos Baute, Dread Mar I, Santiago Segura o Diego Torres (por iniciativa de Soy Rada), todos tienen su versión de Turuleca; también Miliki y Fofito, que la regrabaron años después en sus discos en solitario. Hasta el programa Todo x 2 pesos, aquella genialidad de Diego Capusotto y Fabio Alberti, reinterpretó la historia a la realidad del país ante la inminente crisis de 2001 con “El Hare Krishna está en la lleca”. La popularidad de “La gallina Turuleca” es incuestionable, incluso cuando su historia -que suma un nuevo capítulo con su debut en el cine- aún no se haya terminado de escribir.
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