La historia de Latin Vox, la orquesta de inmigrantes venezolanos

Existe una canción popular que emociona hasta las lágrimas a cualquier venezolano que la escuche. Quizás hasta más que su himno nacional o la muy conocida "Alma llanera". Se llama "Venezuela", y desde su primera frase –"llevo tu luz y tu aroma en mi ser y el cuatro en el corazón"– deja muy en claro la importancia que la música tiene para todos ellos. No conciben pensar en su país sin recordar el sonido de ese pequeño instrumento que acompaña casi todas sus creaciones musicales.
Precisamente ha sido este amor por la música lo que hizo posible la reunión de más de ochenta jóvenes –todos inmigrantes– que llegaron a la Argentina para buscar el futuro que les niega la situación que atraviesa su país, alrededor de un proyecto que les ofrece volver a hacer aquello que más aman. Un proyecto que nació en la cabeza del también venezolano Omar Zambrano cuando, el año pasado, escuchó en el subte el sonido de un corno francés y supuso que ese músico tenía que ser venezolano. No se equivocó. Desde ese momento, la idea de hacer algo para que esos talentos encuentren la forma de llegar a otros y brillar como se merecen no lo ha abandonado ni un minuto.

Zambrano es un auténtico maracucho (Maracaibo es la única ciudad de Venezuela en la que se utiliza el voseo), que trabajó muchos años como realizador audiovisual documentando las actividades del renombrado Sistema de Orquestas Venezolano, razón por la cual conoce a fondo su historia. El gobierno de Maduro tomó como bandera los logros de ese proyecto musical, que comenzó en 1975, pero muchos de los músicos formados en sus filas son hoy protagonistas de la crisis migratoria más importante en toda la historia del continente.
Hace tres años, Zambrano tenía como único objetivo salir de su país, pero una vez que llegó a Buenos Aires comenzó una etapa muy dura. "Ese sonido del corno fue como una explosión en mi cerebro. Al pensar en este proyecto encontré un propósito para mi vida. Sé que va a requerir mucho trabajo".

Desde el principio supo que necesitaría la visión argentina, y para eso convocó a Boris Jerbic, un amigo publicista que aceptó compartir esta aventura. Realizaron una encuesta a través de las redes para ver cuántos músicos había en la Argentina y descubrir si estarían dispuestos a reunirse. Llegaron más de 120 respuestas. Algunos hasta creían que la orquesta ya estaba formada, pero la realidad era otra. Latin Vox, como decidieron llamar al proyecto, era apenas una idea, y el camino para concretarla fue largo y complicado.
"Quisimos ser honestos con nosotros mismos y con los muchachos. Está muy claro que el inicio iba a ser muy difícil. La orquesta todavía no es un ente estable y nuestro objetivo es poder formalizar la organización. Necesitamos toda la ayuda posible, pero dejando claro que no queremos nada de subvención, lo que queremos es poder tocar y trabajar", explica Jerbic.
Su nombre quiere decir "voz latina". Lo votaron junto a los músicos y busca que los identifiquen como algo fresco. En sus filas, a pesar de que la mayoría son venezolanos, también hay argentinos, chilenos y colombianos. "No queremos ser vistos como un gueto. Latin Vox no quiere ser solo una orquesta; la pensamos como una gran maquinaria integradora que pueda generar muchas agrupaciones, ensamble de cuerdas, ensamble de metales, orquestas para musicales y hasta atrevernos a soñar con una academia", afirma Zambrano.

El primer encuentro
Jooyong Ahn nació en Seúl, vivió en Singapur y después se mudó a los Estados Unidos, donde durante 34 años fue director musical y profesor. En 2016, convencido del gran potencial musical de la región y buscando nuevos retos, decidió mudarse a la Argentina. Apenas se instalaba aquí cuando, a través de Eduardo Ihidoype, coordinador de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles del Ministerio de Educación, escuchó hablar sobre Latin Vox.
El surcoreano quedó contagiado de la pasión que le transmitieron sus fundadores y de inmediato aceptó colaborar con ellos. Durante varios días revisaron las más de cien audiciones para la orquesta e hicieron una selección. Luego, consiguieron prestado el Salón Dorado de la Legislatura porteña y pudieron reunirse por primera vez. Ensayaron y grabaron un video para salir a promocionar el proyecto.
"Inmediatamente me di cuenta de su gran nivel: se les nota el entrenamiento que desde niños han tenido alrededor de lo que significa una orquesta. Con esa dedicación pienso que podemos convertirnos en una orquesta privada acá en la Argentina. Me gustaría que estos músicos puedan volver a tener la oportunidad de ser parte de una orquesta. A todos les digo que no se rindan, que siempre hay esperanza", dice Jooyong.

Son muchas las cosas que han sucedido desde ese primer concierto. Algunas muy duras, como una supuesta contratación por parte de una compañía de ópera que estaba por arrancar y terminó siendo un gran desencanto. Pero hubo otras que les dieron fuerzas para seguir en la lucha, como cuando participaron en una master class de dirección organizada por Yamaha y la escuela Julliard. Agradecen haberse encontrado con gente muy generosa, desde músicos que les han prestado instrumentos que de otra forma serían muy costosos de alquilar hasta la donación de atriles nuevos por parte de un melómano que los escuchó en acción. En este momento están en busca de un espacio fijo que les permita ensayar con regularidad.
Un concierto para celebrar
Su primer encuentro lo celebraron con Pasión sin fronteras, un concierto con el que mostraron quiénes son, qué los trajo hasta aquí y cuáles son sus sueños. Ensayaron los domingos (robándole descanso al único día libre que tienen en sus trabajos) en un salón que les fue cedido por unos días y que acomodó como pudo a los ochenta músicos. Pero valió la pena, porque lo que se vivió en el Teatro del Globo fue mágico. Se sentían en todos la emoción y los nervios de volver a presentarse frente a un público.
Numerosos voluntarios, encabezados por la directora de escena venezolana Gunilla Álvarez –cuya experiencia abarca años de trabajo en el Teatro Teresa Carreño, en Caracas, y en el Sodre, en Uruguay– ayudaron a crear una atmósfera en la que muchos de los presentes pudieron olvidar la difícil situación en su país y soñar con un futuro en el que es posible brillar de nuevo.

Alejandro Parra y Juan Pablo Correa, compositor y orquestador de varias de las piezas, se alternaron en la dirección de la primera parte del concierto, un recorrido por temas y ritmos latinoamericanos. "La pieza con la que comenzó el concierto simboliza lo que sucede en la mente y el corazón del inmigrante, la dificultad de sus luchas, pero también la energía que da esperar un futuro mejor. Cantantes de Ecuador, la Argentina y Venezuela fueron protagonistas de los temas siguientes, una manera de demostrar que estamos abiertos a todos", explicó Correa.
Jooyang seleccionó para la segunda parte la Sinfonía Nº 9 Del nuevo mundo, de Dvorák. "Cuando converso con los chicos, siempre me expresan que se sienten muy agradecidos con la Argentina. Así que pensé que esta era una sinfonía apropiada para tocarla durante la conmemoración del primer año de nuestro proyecto. Fue un gozo hacer música con ellos, cada uno dejó su alma en esta interpretación", afirma.

Para un país que no tenía ninguna experiencia sobre lo que significa ser inmigrante, es un verdadero milagro haber logrado reunirse en una orquesta. Justamente para transmitir esa experiencia, Zambrano fue invitado a participar del encuentro organizado con motivo de la visita a Buenos Aires del alto comisionado de la ONU para los refugiados. "¿Qué otro proyecto en el mundo ha logrado unir a ochenta venezolanos? Es algo para pensar, ya que fue la música la que logró esta conexión. Y que hayan sido jóvenes todavía más; jóvenes dando el ejemplo a los mayores. Y es que hay una filosofía detrás de esto. En Venezuela vivíamos en el miedo, y el miedo genera egoísmo. En cambio, si vives en el amor generas compasión, y compasión es ver al otro. Y la música es compasión pura", señala, emocionado.
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