"¿Qué nos pasó?", pregunta Pablo "Oso" Broire un viernes de mayo en el camarín de La Delio Valdez en el Club Tucumán de Quilmes, donde la banda va a dar el primero de los dos shows de este fin de semana, ambos sold out. Está frente a una mesa larga con frutas, agua, café, té, gaseosas y algunas cervezas, una visión opulenta del presente del grupo. Entonces el Oso, un gigante de rulos, barba y ojos claros que toca el saxo tenor y parece un vikingo amistoso, agarra una manzana y se responde: "Diez años, nos pasaron".
A lo largo de esa década, La Delio, una orquesta de cumbia clásica pero moderna conformada por más de una docena de músicos, construyó un presente de shows agotados, giras por el interior, un premio Gardel a Mejor Álbum de Música Tropical por Sonido subtropical (2018), presencia en festivales y aumento de fans, un ascenso vertiginoso que se coronó en agosto pasado, cuando tocaron por primera vez en el Gran Rex.
El show de hoy en Quilmes está pautado para las dos de la madrugada, pero ahora, durante la prueba de sonido, unas cinco personas chequean que todo esté bien con los micrófonos e intrumentos, otras acomodan luces y ultiman detalles como el horario de apertura de puertas, la venta de merchandising, la cena de la banda. "Hay como 30 personas que forman parte del grupo, más allá de nosotros", dice el Oso, mientras le alcanzan su juego de auriculares. Esto incluye sonidistas, stages, productores, fotógrafos, filmmakers, DJ, manager, prensa y más. "Somos detallistas con algunas cosas, porque queremos que la experiencia funcione bien... para nosotros y para la gente".
"¡Salsa brava, rumba, punky!", grita Pedro Rodríguez, el timbaletero, mientras la banda toca una cumbia caribeña en la prueba. De alguna manera, está definiendo la personalidad del grupo. "Escuchamos desde Aniceto Molina hasta Lee Perry y Led Zeppelin", dice más tarde. "Muchos venimos del palo del ska y el reggae". En ese sentido, La Delio es una síntesis suburbana de cumbia folclórica con potencia de rock. Esa identidad, que emergió como un intento de reinterpretación de los clásicos colombianos, encontró su primer gen propio al meter bombo y bajo eléctrico en la banda, dos instrumentos que en el formato tradicional de orquesta no encajan. "Al principio fue tocar cumbia colombiana con vientos", dice Santiago Moldovan, clarinetista y uno de los fundadores de la banda. "Con el tiempo, el grupo adquirió oficio para agarrar una canción y hacerla propia. La contundencia de nuestro sonido se volvió una marca".
Así llegaron a Sonido subtropical, su primer disco compuesto enteramente por canciones propias, que funciona como la apertura definitiva a una sonoridad más amplia. En las once canciones del álbum –y también en el vivo– la mixtura entre potencia rítmica, espesura del swing, profundidad orquestal y melodías pop se expande en modo experimental. "Vamos, naturalmente, hacia una música más global", dice Santiago. "Pero siempre con una impronta bailable".
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Ahora Santiago está en su bar preferido de Villa Crespo, un negocio con mesas en la entrada y una arcada que se abre hacia un salón amplio detrás. "El lugar donde tocamos por primera vez se parecía a este", dice. "Era un local peruano: adelante servían comida y en el fondo había un escenario".
Santiago, de 30 años (la edad promedio de LDV), empezó con el saxo –que aprendió a tocar en clases particulares– y estuvo en bandas de covers de rock nacional, reggae, ska y swing, donde descubrió el clarinete. En medio de todo eso, en Almagro, a unas cuadras del bar en el que estamos ahora, conoció a Tomás Arístide (güiro) y a Manuel Cibrián (guitarrista), con quienes formaría La Delio después de una fallida banda de reggae que dio apenas un show en un cumpleaños familiar. Fue en esa época cuando, mientras investigaban sonidos latinoamericanos descargando canciones de blogs, Tomás llegó a "Navidad negra", el clásico del colombiano José Barros y la canción que cambió las cosas para ellos. "Cuando la escuché, me enloquecí", recuerda Santiago, que a partir de ese momento se sumergió en la cumbia de las orquestas colombianas. "Ahí torcimos el rumbo. Pensá que nosotros nos criamos con Volcán, Sombras, Green, Red y Rodrigo".
Empezaron a tocar hits de cumbia colombiana y peruana, armaron la primera formación de La Delio –de la que hoy quedan ellos tres, León Podolsky en bajo y Pablo Reyna en trompeta– con "amigos de amigos" y salieron a tocar en clubes, cenas de jubilados y fiestas universitarias. En ese proceso se sumó Pedro –heredero de una familia de músicos dedicada a los ritmos latinos y la salsa–, que tocaba en la calle Florida con Culo de Mandril, una banda de ska, y hoy es una pieza clave: lleva el pulso de cada canción y es el showman de agite desde los timbales, en el fondo del escenario.
Al tiempo se sumó el Oso, un saxofonista que había estudiado en la Escuela de Música Popular de Avellaneda y también venía de una banda de ska. Era fines de 2011, la época del primer disco homónimo, y el verano se convirtió en el momento ideal para terminar de consolidarse. Se fueron a El Bolsón por tres semanas, donde tocaron tres veces al día: en los campings –para pagar el hospedaje–, en la plaza y en bares. "Fue un momento de organización", dice Pedro. "De convivencia, compromiso y asumir que todos queríamos hacer eso".
El viaje sentó las bases del grupo más allá de lo musical. Consolidó, por ejemplo, la idea de autogestión, que llevaron a otro nivel al formar una cooperativa. "Esa forma de trabajo estuvo siempre", dice el Oso a un costado del escenario del Club Tucumán, mientras una productora pasa a su lado y le pregunta por unas listas de invitados, que aparentemente él se olvidó de traer. "¿Ves?", dice. "Estas cosas más administrativas son parte del laburo de la cooperativa y nos ayudan a trabajar mejor".
La cooperativa en cuestión se llama Delio y desde hace unos días tiene la matrícula que la oficializa. "En general, la industria de la música trabaja en muy malas condiciones", dice el Oso. "Así que esta es una forma de trabajar en condiciones razonables: podemos generar laburo, protegernos y organizarnos". También es el método que encontraron para dividir los ingresos y vivir de esto.
Antes de Sonido subtropical y el inicio del proceso de expansión, La Delio tuvo que reconfigurarse. En 2014, después de grabar La rueda del cumbión, Gladys "Negra" Sarabia, la cantante desde 2011, se bajó del proyecto. "Se fue, creo, por sensibilidad con cosas del grupo. Siempre fuimos una cooperativa, pero al principio lo éramos a las trompadas. Nos juntábamos una vez por semana y nos sacábamos la mierda: canalizábamos frustraciones", recuerda Santiago sobre una salida que se dio "intempestivamente", de un día para otro. "A la distancia, me parece que salió como pudo".
En medio de esa crisis, la banda tuvo que presentar su nuevo disco sin la voz que se escuchaba en las canciones. "Hubo mucho runrún ahí: que no éramos lo mismo sin la Negra, esas cosas", sigue Santiago. "Fue difícil, pero nos acomodamos". Para volver a establecerse, cambiaron su lógica. En palabras de Pedro: "Ahora la orquesta le da el espacio al cantante y no al revés, como era antes".
Se incorporaron –primero como invitados y luego como cantantes estables– Black Rodríguez Méndez, un cantor de tango con incursiones en la cumbia clásica y la salsa (que es el padre de Pedro y el trombonista Milton) e Ivonne Guzmán, la ex Bandana, que llegó sugerida por Sergio Pappi, sonidista de La Delio y ex Todos Tus Muertos y Actitud María Marta. "No pensaba cantar cumbia profesionalmente", dice ella desde Colombia, donde pasa unos días de visita familiar. "Pero, cuando me contactaron y me dijeron que querían que hiciera ‘Amargo y dulce’, una de las primeras canciones que grabé de niña, lo tomé como una señal".
La Delio creó sus propios espacios por fuera del circuito de la movida tropical. Mientras que la cumbia sigue con su lógica de años con giras de cuatro o cinco shows exprés por noche, ellos gestaron su universo de fiestas propias (El Cumbión) y ajenas (La Mágica) en salas de conciertos, y shows más extensos. Son noches que atraen a un público diverso y que, en muchos casos, no va a los bailes. Es la gestión de otra cumbia.
"La bailanta tiene su propia lógica y eso significaba cambiar nuestra esencia", dice Santiago, recordando los intentos fallidos del grupo por ingresar en el circuito. Cuando les ofrecieron ir a Pasión, el programa de TV de la movida tropical, se negaron. "Siempre tuvimos una manera de pensar y militar algunas cosas", dice. "Y en Pasión hay minas bailando en culo".
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Son las nueve de la noche del viernes 16 de agosto y adentro del Gran Rex las 3.000 personas que agotaron los tickets del show están de pie. Los acomodadores van de una fila a la otra intentando que la gente se siente, pero parece un batalla perdida: todos aplauden, filman y bailan entre las butacas. También cantan: "Deliooo Valdeeez, Deliooo Valdeeez", como invocando a un dios. "No recuerdo ningún show donde la gente no bailara", decía Santiago hace unas semanas. No será esta la noche que resetee ese recuerdo.
Cuando la banda aparece, suena una intro con percusiones de ritual que antecede a "El niño", uno de los hits de Sonido subtropical. El clarinete de Santiago se carga la canción con una secuencia de acordes suaves que tienen un efecto encantador. Después, la melodía parece estacionarse hasta que entra el canto de Ivonne Guzmán con su característico registro ancestral. Por detrás se acopla el resto de los instrumentos de la orquesta. La canción se agranda y la cumbia vuelve a encenderse. Abajo del escenario, se canta como si se tratara de un clásico. Ivonne –los rulos moviéndose, la figura contoneándose entre sombras– repite la misma estrofa una, dos, tres veces y baila como si hubiera nacido para esto. Con una body claro y botas por encima de la rodilla, la ex Bandana pisa firma y comienza a girar sobre su eje y el resto del grupo la imita en una coreo de sincronía perfecta. Con ella en escena, LDV se completa. Después, el timbal de Pedro marca un corte con un golpe seco. El güiro acompaña, aparecen los vientos, la guitarra caribeña, el bajo pulsando, los tambores. En la primera repetición todo es leve y en la segunda todo crece: la fuerza, el sonido, la energía.
"Ivonne trajo algo muy contudente", explica Santiago al recordar el ingreso de la colombiana. "Nuestro crecimiento fue muy gradual y sostenido, nunca paró, y nuestra voluntad siempre fue hacer un show mejor. Sumar a Ivonne fue una decisión que iba en esa misma dirección. Ella la clavaba siempre y la banda tenía que responder. Nos cambió un poco el perfil".
Ahora, cuando Pedro avanza al frente del escenario, ya pasó la primera de las tres horas que va a durar el show. Detrás suyo, la pantalla con forma de pirámide se vuelve multicolor, como su camisa: cumbia y psicodelia. La guitarra empieza con una melodía dulce, entre típica y pop. "La cancioncita" crece. Se carga de ritmo y sustancia latina con una percusión andina y el registro grave de Pedro, que lo hace parecer un chamán. Cuando el tema se llena de voces, los tambores se cruzan con los vientos y la guitarra se funde con el clarinete. Hay un aire encantador a la par del crescendo, un momento perfecto de comunión en el que la cumbia explota, la gente explota y La Delio explota.
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