La gran noche de Jamiroquai en Palermo
La banda de Jay Kay se presentó en el Hipódromo porteño; interpretó temas de su último disco, Automaton, y sus grandes éxitos
Hasta los hechos eventuales pueden generar cierta rutina. De mi gusto por la música sinfónica, cada vez que voy a un concierto en el Teatro Coliseo dejo el auto en el estacionamiento subterráneo de la plaza que está enfrente. Apenas termina el espectáculo, parto sin demoras, a paso rápido, para evitar largas colas en la caja donde se paga y en la rampa de salida. Recuerdo un día que no tuve demoras en la caja pero vi que ya había una fila de varios autos que apuntaba hacia la barrera. Subí al mío, avancé hasta donde pude, en dirección a la salida y esperé pacientemente. Encendí la radio (en mi coche la música siempre se escucha a buen volumen) y lo primero que sonó fue un hit de Jamiroquai. Y al ver que varios de los recién llegados a la fila para pagar en la caja golpeaban el piso con uno de sus pies siguiendo el ritmo, subí el volumen para que la espera de todos fuera más amena. Así fue: gente que minutos después de ver a una orquesta sinfónica de Europa del Este hacía leves movimientos con sus pies y con la cabeza, como si asintiera sutilmente, al ritmo de Jamiroquai.
Y más allá de que ahora elijo un taxi para el regreso a casa, durante el concierto de Jamiroquai, en el Hipódromo de Palermo, la sensación es similar. Hay algo en su música, en los viejos hits, y en las canciones del último CD, Automaton, que publicó este año, que provocan una gestualidad totalmente espontánea. Por supuesto que la de las miles de personas que vinieron a este recital es totalmente voluntaria. No hay aquí actos reflejos sino respuestas concretas hacia un artista por el que se pagó una entrada.
Además, casi siempre es muy cool lo que Jamiroquai produce. Ya desde el primer tema, “Shake It On”, hasta "Virtual Insanity" (último bis de la noche); ya sean los títulos de Automaton, o esos que fueron grandes hits a lo largo de su carrera. Todo forma parte de un baile continuo que, aun a riesgo de ser un poco monótono, en una noche como esta (al aire libre, con 21 grados y sin viento), ofrece el clima ideal para esas dos horas de concierto.
A propósito de esto: ¿Por qué si esta noche ideal viene de un día de 38 grados de térmica el cantante Jay Kay (ese que fundó la banda y al que, simplemente, llamamos Jamiroquai) sube al escenario con guantes y una campera deportiva cerrada hasta el cuello? Jay Kay es sin duda un artista singular. Tanto como el casco que estrenó para este disco. Eso sí que es una rareza. Parece una especie de actualización del clásico ornamento indígena iroquese de grandes plumas que popularizó este cantante, desde el comienzo de Jamiroquai, a principios de la década del noventa. Pero también se asemeja a la estatua de la libertad de los Estados Unidos. Además, tiene un arsenal de leds de colores diferentes y destellos, y aletas que se bajan y se levantan, como los flaps de un avión, o como las plumas de un pavo real del imaginario de Carlos Regazzoni, o como una sofisticada maquinaria de la escudería robótica de Daft Punk.
Me lo quedo mirando durante un tema completo y me pregunto quién manejará los cambios de luces y los movimientos de las aletas. ¿Será el operador de luces, por wifi o bluetooth? ¿Será el mismo Jay Kay? ¿Estará todo programado y sincronizado con la música, con anterioridad?
En toda la propuesta de Jamiroquai puede encontrarse una actualización. Los grandes éxitos “Cosmic Girl”, “Alright” y “Space Cowboy” suenan renovados, pero en su punto justo. Sin exageraciones. “Automanon”, que es la canción que dio título al último CD, suena entre lo más clásico de Jean Michel Jarré (sobre todo en la intro del tema) y el Capital Cities de In a Tidal Wave of Mystery.
La “Cosmic Girl” de hace dos décadas era pura seducción y de otra galaxia; y ponía al corazón del cantante "en gravedad cero". Aquella era mucho más finisecular que la “Summer Girl” del último disco de esta banda inglesa. Vale contar (aunque el tema "Summer Girl" no es parte del repertorio del recital porteño) que ésta es la que lo vuelve a enamorar y la que le genera una necesidad obsesiva; al mismo tiempo, es la que nada deja pasar por alto y hasta le gusta hablar de política.
Jamiroquai se actualiza y va a la electrónica, pero, en el fondo, sigue poniendo a trasluz su esencia: esa manera de leer y mixturar la música disco, el funk y el soul, como lo hacía en los noventa; y esa capacidad para hacer que la gente baile –nunca de manera frenética, tampoco lenta ni forzada ni antinatural- durante dos horas, como aquellos zapatos caros que, veinte años atrás, luego de un concierto de música clásica, taconeaban el piso de un estacionamiento subterráneo, al ritmo de “Space Cowboy”.
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