La gala del presidente Javier Milei en el Teatro Colón: las claves del repertorio que eligió
Arias de Nabucco, Carmen y el Intermezzo de Cavalleria Rusticana fueron especialmente seleccionadas por el líder libertario para su gala de asunción
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No parece una tentativa muy segura la de confiarle “mensajes” a la música, porque lo propio de ella, aquello que la distingue de las demás artes, es que ese mensaje no tiene el correlato verbal que se espera del “mensaje”. Esto pasa aunque la música tenga palabras cantadas. Da lo mismo. El esteta Eduard Hanslick dejó una página famosa sobre la no menos famosa aria “J’ai perdu mon Eurydice…”, del Orfeo, de Gluck. Decía Hanslick que la misma música tendría sentido si el texto dijera lo contrario “J’ai trouvé mon Eurydice...”. Por ejemplo, en la gala del 10 de diciembre de 1983, los asistentes al Teatro Colón, si los registros y la memoria son exactos, escucharon el movimiento coral de la Novena sinfonía, de Beethoven. ¿Qué se habrá querido decir entonces más allá o más acá de la evidente alegría edificante en una música que sabemos todos? Esto podría preguntarse de la gala del 10 de diciembre de 2023.
El centón de highlights operísticos de esta nueva gala sufrió de la misma ambigüedad, y se sirvió de ella. Tal vez lo más sobrio sea presentar las piezas. En el principio está Nabucco, de Verdi. De esta ópera sobre la historia del Rey Nabucodonosor y el pueblo judío está el primer número, “Gli arredi festivi giù cadano infranti”, que tiene versos de contrición como los siguientes: “Di David la figlia ritorna al gioir!/ Peccammo!...Ma in cielo le nostre preghiere/ ottengan pietade, perdono al fallir!” Pero detrás de la historia del Antiguo Testamento, se recorta la independencia de la patria de la época de Verdi, que se declara en “Va, pensiero…”: “Oh mia patria sì bella e perduta!” (Patría mía, tan hermosa y perdida). Nabucco se entiende aquí como la alegoría de la liberación, lo que se merece, por la penitencia. La penitencia y el mérito, para decirlo con un título del poeta Alberto Girri.
Muy distinto es “Les voici, voici la quadrille!” de Carmen, de Georges Bizet. Antes, en la gala, se escuchó el coro de niños del primer acto de la ópera, pero en esta marcha de la Escena II del Tercer Acto, vuelve el mismo coro. Es la escena de la cuadrilla de toreros con Escamillo.
Según parece, Verdi, ya viejo, le pidió con curiosidad a Arrigo Boito que tocara la partitura para piano de Cavalleria rusticana, de Pietro Mascagni. No pasaron de la tercera escena. “Basta, basta -dijo Verdi-. Ya entendí.” Le importaban poco las minucias anecdóticas, el drama secular del adulterio y la dentellada de Turiddo en la oreja derecha de Alfio para retarlo a duelo, según el protocolo de honor de Sicilia. Todo eso que entendió Verdi está cifrado en el “Intermezzo sinfonico”. La llamada “Marcha triunfal” de Aida, de Verdi, precede a las palabras del pueblo: “Gloria all ‘Egitto, ad Iside/ che il sacro suol protegge” (Gloria a Egipto, a Isis/ que protege el suelo sagrado). Sobre el estreno, dejó dicho el compositor en una carta: “El éxito de Aida fue honesto, decisivo y para nada envenenado por ‘peros’ y esas frases horribles sobre ‘wagnerismo’, ‘música del futuro’ y ‘melodía infinita’. El público se abandonó a sus sentimientos y aplaudió. Eso fue todo”.
Ya fuera por inclinación del gusto o por casualidad (o por gusto y casualidad, porque no hay exclusión entre uno y otro), el repertorio de anoche en el Colón estuvo alineado con el discurso del mediodía en la puerta del Congreso.
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