La escritura con los ojos de mujer
Ellas son Patricia Suárez, María Rosa Pfeiffer, Soledad González y Susana Lage
Desde hace un par de años, una fuerte presencia femenina viene imponiéndose en el panorama de la nueva dramaturgia argentina. Desde distintas provincias, las mujeres aportan nuevas historias que cargan con valores, algunas veces, muy arraigados en sus lugares de origen. No hay exactamente pintoresquismo en esos textos, pero sí unos mundos personales muy cercanos a tradiciones muy diferentes de las que aparecen en Buenos Aires. Muchas de esas autoras tienen contacto con la Capital, en principio, a través de los maestros con los que eligieron formarse, luego, por integrar alguna antología conjunta o por el estreno de sus piezas.
El caso más destacado es el de la rosarina Patricia Suárez. La directora Laura Yusem, cuando era jurado de un concurso de obras teatrales, encontró una pieza de esta joven y decidió montarla. Convocó a otras dos directoras, Clara Pando y Elvira Onetto, y llevaron a escena la trilogía de "Las polacas". Desde entonces el nombre de Patricia Suárez se viene imponiendo con fuerza en el panorama local. Es más, después de esa experiencia, la autora se radicó en Buenos Aires y en esta temporada cinco de sus textos ocuparán la cartelera. Ya están sobre el escenario "Valhala", con dirección de Ariel Bonomi, y "El sueño de Cecilia", dirigida por Clara Pando; esta noche sube a escena "Rudolf", en el Teatro Cervantes, interpretada por Patricia Palmer y Lautaro Delgado, con dirección de Dora Milea. Y, a mediados de año, se darán a conocer "Las 20 y 25" y "El tapadito", dirigidas por Helena Tritek y Hugo Urquijo, respectivamente, en los teatros Payró y Del Pueblo.
Patricia Suárez es una mujer muy inquieta y divertida, a quien le gusta mucho fantasear sobre historias que le cuentan o lee en un diario. El germen de su teatro, hasta ahora, parece estar ahí. Su contacto con la dramaturgia fue singular. Un día llegó Mauricio Kartun a Rosario para dictar un taller y se anotó, porque quería relacionarse con otros géneros literarios -ya venía trabajando en narrativa y poesía-, y se deslumbró. Comenzó a concebir su primera obra, "Valhala" y, mientras la escritura le producía mucho placer, tardó meses en encontrar el final. Después de hallarlo, juró que nunca más escribiría teatro, pero a los pocos meses estaba nuevamente creando un mundo para el escenario. Nunca ha tenido relación con la actuación y tampoco con la dirección. "No sé nada de teatro -dice sin preocupación-. Pero eso está bueno porque para escribir una escena tengo que ver la escena, no el escenario. En este tiempo, he ido aprendiendo algunas cosas. Considero que el texto se termina de escribir en el escenario. Yo no sé corregir, con lo cual cuando una obra se va a poner en escena voy a la primera lectura de los actores y allí corrijo. Descanso mucho en el director."
Viendo la producción de esta autora podría decirse que sus personajes están anclados en una época histórica de la Argentina, entre los años 30 y 50. Sus piezas en general se ocupan de la prostitución de la década del 30 en Rosario (allí entra la trilogía de "Las polacas"), sobre la presencia de jerarcas nazis en nuestro país ("Valhala", "El sueño de Cecilia", "Rudolf", "El tapadito", "La caseta" y "Edgardo practica, Cosima hace magia"), luego hay una serie de textos sobre Juan Domingo Perón y Eva Duarte, escritos en colaboración con otro autor rosarino, Leonel Giacometto. Entre ellos se destaca "Las 20 y 25", que muestra la realidad de un grupo de sirvientes del ex presidente argentino y su esposa.
Cuando se le pregunta por qué ese interés por esas décadas responde. "Me gusta contar lo ya contado. Cuando leo algo pienso: «Y si no fue así; qué pasaría si vuelvo a contar eso desde otro punto de vista»." "Rudolf", por ejemplo, la pieza que estrenará esta noche, tiene ese punto de partida. En un viejo y gastado librito, leyó la historia de un joven que llega de Alemania en busca de datos sobre un jerarca nazi. El sabe que en la Argentina vive una mujer que, presumiblemente, fue su amante. Comienza a visitar a la mujer diariamente con el fin de sacarle información, hasta que ella termina mostrándole una foto. Cuenta Patricia Suárez: "Empecé a pensar, por qué va a verla todos los días, algo tiene que haber pasado entre ellos, no sé si es exactamente amor, pero algo más tiene que haber sucedido en esa relación. Y entonces jugué con esta historia, que no estoy segura de que haya sido real; creo que tiene mucho de mitología popular".
-¿Por qué creés que a los directores les interesa tanto poner tus obras?
-No sé muy bien qué les pasa a los demás. Desde mi lugar sólo puedo decir que tiene que ver con escribir historias de vida.
Hay otras autoras que también están destacándose fuera de la Capital y con una producción en crecimiento. Tres de ellas son María Rosa Pfeiffer (Santa Fe), Soledad González (Córdoba) y Susana Lage (San Juan). Ellas tienen estilos muy distintos pero búsquedas parecidas. En los tres casos el interés por la escritura asoma después de alguna experiencia actoral o de dirección. Todas se han formado con maestros porteños. Pfeiffer junto a Mauricio Kartun y Gastón Breyer, Lage también con Kartun, y González ha realizado pequeños talleres con diversos autores argentinos y españoles, aunque se ha detenido más tiempo a trabajar con Daniel Veronese.
María Rosa Pfeiffer vive en Humbolt, su pueblo natal, a 60 km de la ciudad de Santa Fe. Allí trabaja con un grupo con el que actualmente está montando "Club de caballeros", de Rafael Bruza, y sus días transcurren entre esa localidad y Buenos Aires. Aquí está dirigiendo una pieza de Laura Coton ("Antípodas") que estrenará en el ciclo Puentes en los próximos meses.
Pfeiffer produce tanto textos infantiles como para adultos y, en cuanto a sus temas, la misma autora los describe como "muy femeninos". Para los pequeños, trabaja personajes muy mágicos y para los mayores se imponen "la mujer, el amor y la muerte".
En el caso de Soledad González, su ligazón con el teatro se produjo en Córdoba con el despertar democrático de los 80, "cuando muchos artistas regresaban del exilio y comenzaban a dar clases", recuerda. Hizo alguna experiencia en teatro-danza y luego llegó a la escritura un poco obligada por su trabajo junto a un grupo. Para ellos realizó una versión de "Malone muere", la novela de Samuel Beckett, y desde ese momento fue ganada por la escritura. Su obra "Gilde" fue seleccionada y publicada en México y a partir de otro texto, "Sarco", comenzó a reconocer que en sus temas se impone "lo cotidiano, lo íntimo" y hasta los marcos familiares. "Me gusta mirar puertas adentro -dice-, ver qué pasa en las relaciones entre hermanos, entre parejas."
Susana Lage reside en San Juan pero su producción se ha estrenado en México, Buenos Aires y San Luis, y trabaja como docente de dramaturgia en la universidad sanjuanina. Ella dice que le interesan "las estéticas" y en lo teatral, específicamente, una conexión con lo poético, sobre todo en el lenguaje de los personajes. Afirma que es muy cuidadosa a la hora de buscar una buena proyección escénica.
A esta autora le gusta trabajar sobre los mitos, ya sean nacionales o universales. En el primer caso, se ocupó de la Difunta Correa para intentar develar el porqué de una mujer que sigue a un hombre. Y en cuanto a lo universal, el ejemplo más claro está en "Crónicas de Itaca", donde trabaja a partir de la "Odisea". Allí hace foco en Penélope, la mujer que espera, y en Calipso, la que sufre por un hombre que no es suyo.
Cuando se les consulta si creen en una dramaturgia de género, tanto Pfeiffer como González sostienen que en verdad hay algo en la mirada femenina que se impone en los textos. Lage, por su parte, es contundente: "No creo ni en la literatura, ni en el teatro femenino. Sí hay tonos, temas, pero no recursos, ni estrategias, ni estructuras de mujeres. Tanto un hombre como una mujer pueden abordar cualquier tema y no es sencillo, a través de la lectura, determinar el género".