La cantante de jazz que no lo es
Editado por Blue Note, el primer disco de Norah Jones ofrece una propuesta ecléctica
Norah Jones
Come away with me
Don´t know why, Seven years, Cold cold heart, Feelin´ the same way, Come away with me, Shoot the moon, Turn me on, Lonestar, I´ve got to see you again, Painter song, One flight down, Nightingale y otros (Blue Note).
Podría ser la gran esperanza blanca del jazz. La industria musical, la gente que comenzó a comprar sus discos y la prensa especializada norteamericana la tratan como tal, pero he aquí una pequeña dificultad: Norah Jones no es una cantante de jazz.
No es un dato menor al hablar de esta joven norteamericana de apenas 23 años que acaba de lanzar su primer álbum, "Come away with me", en el sello discográfico jazzero por antonomasia, Blue Note.
Norah, en rigor, más allá de su bella voz, ha logrado estructurar un álbum que enloquecerá la fría lógica de las bateas de las disquerías: suenan cercanas a Carole King, por ejemplo, pero con espíritu jazzero, o como si, sencillamente, formaran parte de algún CD del guitarrista Bill Frisell y su fusión de estilos que suena country o folk hasta la médula.
Quizás ahí radique uno de los méritos de la señorita Jones, que su sonido, despojado, austero, nos remita a otras voces, a otras armonías para, desde allí, construir su propio lenguaje. No estamos hablando de Cassandra Wilson, de todas formas, y de su audaz forma de concebir el jazz vocal.
Sí, al menos, de una muy buena cantante y pianista que eligió desprenderse de la valija cargada de standards (siempre presente en las cantantes del género) y acercarse a la sencillez del pop desde una concepción jazzera, inclusive con temas compuestos por ella misma.
Pero, ¿quién es Norah? Su historia es de aquellas que les encantan a los productores de películas norteamericanas: la chica sufrida que llega a la fama, la joven talentosa que se sobrepone al desamor de su padre. Es la chica que nació en Nueva York y que creció en Dallas escuchando a Aretha Franklin y Ray Charles en el equipo de música de su madre, pero sin la presencia de su padre, Ravi Shankar, de 81 años, el más célebre músico indio, la leyenda del sitar que encandiló nada menos que a los Beatles hace treinta años.
Esta es la parte de la película de Norah en la que todos lloran: sólo tuvo relación con su padre en los últimos cuatro años y no le reconoce mérito alguno en su amor por la música. Inclusive, el nombre de Ravi ni figura entre los agradecimientos del disco debut de esta cantante.
La chica que estudió música en el Booker T. Washington High School for the Performing and Visual Arts (que también tuvo como alumnos a la cantante Erykah Badu y el trompetista Roy Hargrove). La chica que trabajaba de moza por la tarde en bares neoyorquinos mientras por la noche cantaba en clubes de jazz del Greenwich Village. Y que, justo la noche en que cumplía 21 años, cambió su destino de anonimato cuando deslumbró a una ejecutiva de la industria musical, que la animó a grabar una cinta que terminó en manos del responsable de Blue Note, Bruce Lundvall.
¿Cómo siguió el cuento de esta jovencita? Lundvall, deslumbrado por su voz, preguntándole si quería convertirse en cantante pop o de jazz.
Ella eligió la segunda opción, pero no tardó demasiado en sentir que lo suyo excedía la frontera de los rígidos rótulos musicales. Y Lundvall, rápido para los negocios, convirtió a Jones en un producto musical apto para casi todo público. En el resultado tuvo mucho que ver un productor como Arif Mardin, que fue el responsable de los mejores momentos de Aretha Franklin, Roberta Flack, Dusty Springfield y Willie Nelson.
Así eligió, para su debut discográfico, catorce temas que van desde "Cold cold heart", del ícono country Hank Williams, hasta "The nearness of you", standard jazzero de Hoagy Carmichael, pasando por temas propios y hasta un blues, "Turn me on", que hizo célebre Nina Simone.
En el CD la acompañan, entre otros, músicos como Frisell (en "The long day is over") y el bajista Lee Alexander, que tiene el mérito de haber compuesto algunos temas y, además, de ser el novio de Norah.
Sin prejuicios
En el balance, probablemente "Come away with me" requiera más de una sola audición para convencer a los oídos más acostumbrados al jazz, pero, sin prejuicios, puede disfrutarse de una cálida voz y de un buen repertorio que no exige demasiada concentración para escucharlo (podría ser el acompañante ideal de un largo viaje en ruta o de un happy hour en algún bar de Palermo Hollywood).
A la edad en que la mayoría de las cantantes quieren ser como Britney Spears, Norah eligió otro camino (inclusive reniega de la imagen ingenuamente sexy que su sello quiere explotar en las fotos del booklet). Tampoco eligió, es cierto, la senda de Diana Krall o de cantantes de jazz de su generación, como Jane Monheit (ver aparte), que se aferran obsesivamente a los standards del género.
Pero lo que eleva el puntaje de este disco, y de la apuesta de Norah, es el hecho de que se trata de un primer disco. Inclasificable, cálido, lleno de matices. Quizá no podría decirse que con Jones no nace una estrella. Y probablemente tampoco se lo proponga: en su voz resuenan ecos de esa chica bohemia que cantaba por las noches en clubes de jazz. Aún, por suerte, parece estar en la edad de la inocencia, esa en que primero se sueña en hacer lo mejor posible de lo que a uno le gusta.
Podría ser la gran esperanza blanca del jazz. La industria musical, la gente que comenzó a comprar sus discos y la prensa especializada norteamericana la tratan como tal, pero he aquí una pequeña dificultad: Norah Jones no es una cantante de jazz.
No es un dato menor al hablar de esta joven norteamericana de apenas 23 años que acaba de lanzar su primer álbut, "Come away with me", bajo el sello discográfico jazzero por antonomasia, Blue Note.
Norah, en rigor, más allá de su bella voz, ha logrado estructurar un álbum que enloquecerá la fría lógica de las bateas de las disquerías: suenan cercanas a Carole King, por ejemplo, pero con espíritu jazzero, o como si, sencillamente, formaran parte de algún CD del guitarrista Bill Frisell y su fusión de estilos que suena country o folk hasta la médula.
Quizá ahí radique uno de los méritos de la señorita Jones, que su sonido, despojado, austero, nos remita a otras voces, a otras armonías para, desde allí, construir su propio lenguaje. No estamos hablando de Cassandra Wilson, de todas formas, y de su audaz forma de concebir el jazz vocal.
Sí, al menos, de una muy buena cantante y pianista que eligió desprenderse de la valija cargada de standards (siempre presente en las cantantes del género) y acercarse a la sencillez del pop desde una concepción jazzera, inclusive con temas compuestos por ella misma.
Pero, ¿quién es Norah? Su historia es de aquellas que les encantan a los productores de películas norteamericanas: la chica sufrida que llega a la fama, la joven talentosa que se sobrepone al desamor de su padre. Es la chica que nació en Nueva York y que creció en Dallas escuchando a Aretha Franklin y Ray Charles en el equipo de música de su madre, pero sin la presencia de su padre, Ravi Shankar, de 81 años, el más célebre músico indio, la leyenda del sitar que encandiló nada menos que a los Beatles hace treinta años.
Esta es la parte de la película de Norah en la que todos lloran: sólo tuvo relación con su padre en los últimos cuatro años y no le reconoce mérito alguno en su amor por la música. Inclusive, el nombre de Ravi ni figura entre los agradecimientos del disco debut de esta cantante.
La chica que estudió música en el Booker T. Washington High School for the Perfoming and Visual Arts (que también tuvo como alumnos a la cantante Erykah Badu y el trompetista Roy Hargrove). La chica que trabajaba de moza por la tarde en bares neoyorquinos mientras por la noche cantaba en clubes de jazz del Greenwich Villge. Y que, justo la noche en que cumplía 21 años, cambió su destino de anonimato cuando deslumbró a una ejecutiva de la industria musical, que la animó a grabar una cinta que terminó en manos del responsable de Blue Note, Bruce Lundvall.
¿Cómo siguió el cuento de esta jovencita? Lundvall, deslumbrado por su voz, preguntándole si quería convertirse en cantante pop o de jazz.
Ella eligió la segunda opción, pero no tardó demasiado en sentir que lo suyo excedía la frontera de los rígidos rótulos musicales. Y Lundvall, rápido para los negocios, convirtió a Jones en un producto musical apto para casi todo público. En el resultado tuvo mucho que ver un productor como Arif Mardin, que fue el responsable de los mejores momentos de Aretha Franklin, Roberta Flack, Dusty Springfield y Willie Nelson.
Así eligió, para su debut discográfico, catorce temas que van desde "Cold cold heart", del ícono country Hank Williams, hasta "The nearness of you", standard jazzero de Hoagy Carmichael, pasando por temas propios y hasta un blues, "Turn me on", que hizo célebre Nina Simone.
En el CD la acompañan, entre otros, músicos como Frisell (en "The long day is over") y el bajista Lee Alexander, que tiene el mérito de haber compuesto algunos temas y, además, de ser el novio de Norah.
Sin prejuicios
En el balance, probablemente "Come away with me" requiera más de una sola audición para convencer a los oídos más acostumbrados al jazz, pero, sin prejuicios, puede disfrutarse de una cálida voz y de un buen repertorio que no exige demasiada concentración para escucharlo (podría ser el acompañante ideal de un largo viaje en ruta o de un happy hour en algún bar de Palermo Hollywood).
A la edad en que la mayoría de las cantantes quieren ser como Britney Spears, Norah eligió otro camino (inclusive reniega de la imagen ingenuamente sexy que su sello quiere explotar en las fotos del booklet). Tampoco eligió, es cierto, la senda de Diana Krall o de cantantes de jazz de su generación, como Jane Monheit (ver aparte), que se aferran obsesivamente a los standards del género.
Pero lo que eleva el puntaje de este disco, y de la apuesta de Norah, es el hecho de que se trata de un primer disco. Inclasificable, cálido, lleno de matices. Quizá no podría decirse que con Jones no nace una estrella. Y probablemente tampoco se lo proponga: en su voz resuenan ecos de esa chica bohemia que cantaba por las noches en clubes de jazz. Aún, por suerte, parece estar en la edad de la inocencia, ésa en que primero se sueña en hacer lo mejor posible lo que le a uno le gusta.
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