Se desconocen sus orígenes pero sus versiones se cuentan de a miles; Jairo es, sin lugar a dudas, su mayor y mejor intérprete entre nosotros
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Debió pedir disculpas. La joven política colombiana Susana Boreal, miembro de la Cámara de Representantes de Colombia por Antioquia, y quien además es directora de orquesta, se animó a cantar el Ave María rompiendo los protocolos de un acto ceremonial en el Congreso. Fue en septiembre de este año. Mientras los presentes en la sala -la mayoría, empresarios- aplaudían su osadía, en redes sociales estallaron las burlas por considerarla desafinada. Ella se defendió por Twitter. “Cantar no es un insulto para mí. Puedo hacer política y cantar, estudiar y cantar. Hasta que nos incomode más la muerte, la intolerancia y la desigualdad que una mujer joven trabajando y haciendo política de forma diferente (y eficiente). Graciaaaaaas (léalo cantando)”.
Al poco tiempo, sin embargo, la política de 28 años cambió el tono de sus palabras. Las críticas también habían apuntado a su aparente falta de respeto con una canción sagrada. “Quiero pedir disculpas a la ciudadanía por cantar el Ave María en una tonalidad que no me favorecía y sin haber calentado. Prometo retomar mis prácticas y ofrecer una mejor interpretación en los futuros videos que viralicen cantando porque, eso sí, no pienso dejar de cantar”, dijo luego, algo avergonzada.
La enorme tradición católica en Colombia pesó sobre sus hombros: es tal el sentido reverencial de la melodía que Susana Boreal no pudo soportar el escarnio y solicitó piedad. Política y Ave María arman un vínculo estrecho, no siempre en tensión. El Ave María, en rigor, no nació como una partitura religiosa ni se corresponde con la famosa oración del rosario que tantos compositores musicalizaron. Además, ni se tituló Ave María, como todos los años se venera en cada Navidad: el culto mariano, en Latinoamérica, es uno de los más apasionados del mundo.
¡Ave María! ¡mansa doncella!/¡Escucha la oración de una doncella!/Tú puedes oír aunque sea de lo salvaje/Tú puedes salvar en medio de la desesperación/Seguros podemos dormir bajo tu cuidado, aunque exiliados, marginados e injuriados/¡Doncella! Oye la oración de una doncella/¡Madre, oye a una hija suplicante!/¡Ave María!
Schubert se basó en este célebre poema épico titulado La dama del lago, del británico Walter Scott, publicado en 1810. El compositor austríaco no la nombró como Ave María sino como “La tercera canción de Ellen” -opus 52 Nº 6-, en un lied perteneciente a un ciclo de siete canciones. Lo cierto es que quienes no entendían el idioma alemán sólo comprendieron las palabras Ave María que se repetían con frecuencia en una parte del poema: de allí que la melodía haya pasado a la inmortalidad como el famoso Ave María que hoy continúa sonando en todo el universo.
En el poema de Scott, Ellen canta a la Virgen María pidiendo ayuda para su exiliado padre, que huía al comienzo de una guerra contra el rey de Escocia. Schubert, que murió a los 31 años y compuso la canción en 1825, escribió por entonces a su padre y madrastra: “Mis nuevas canciones de la Dama del Lago, de Scott, tuvieron especialmente mucho éxito. Ellos también se maravillaron enormemente de mi piedad, que expresé en un himno a la Virgen Santa y que parece tomar cada alma y enfocarla a la devoción”.
Para el crítico musical Abel Gilbert, la figura de Schubert es la de uno de los grandes melodistas de la historia. Quizás por eso, cree Gilbert, su versión del Ave María siga siendo la hegemónica entre tantas adaptaciones. “Frente al ascetismo melódico de Beethoven, Schubert es la expansión en estado de gracia, como puede verse en los impromptus, los cuartetos, las sonatas para piano y algunas de sus sinfonías. A refinamiento constructivo y los hallazgos dentro de la forma sonata, el austríaco le añade un grado de lirismo de una profundidad que en parte la música desconocía y que lo coloca como uno de los gigantes de todos los tiempos”, señala Gilbert.
¿La música sirve al texto? ¿O el texto sirve a la música?
En la bula del Papa Pío IX denominada “Ineffabilis Deus”, del 8 de diciembre del año 1854, la Inmaculada Concepción de María fue consagrada como doctrina revelada por Dios y quedó instituido como día sagrado para los católicos. Pero, en lo estrictamente musical, la historia de la melodía está surcada por malentendidos, confusiones y desvíos que resisten la rigidez del dogma religioso.
Además de la versión de Schubert, la otra conocida mundialmente es la de Bach/Gounod. La pieza consiste fundamentalmente en una melodía del compositor romántico francés Charles Gounod, creada para ser superpuesta sobre el Preludio nº 1 en Do mayor, BWV 846, del Libro I de J. S. Bach, El clave bien temperado, que había sido escrito 137 años antes. En el aura inexacto de la historia del Ave María, Gounod sin embargo afirmó luego que él no había escrito esa pieza.
Al parecer, el suegro de Gounod -un tal Pierre Zimmermann- transcribió una improvisación del músico y en 1853 hizo él mismo un arreglo para violín, cello, piano y armonio, apareciendo ese mismo año la melodía con la letra del poema de Alphonse de Lamartine, El libro de la vida.
Seis años después, en 1859, Jacques Léopold Heugel publicó una nueva versión con la familiar letra del Ave María en latín, la que se eternizó en bodas, bautismos y celebraciones: Ave Maria, gratia plena/Dominus tecum/Benedicta tu in mulieribus/Et benedíctus fructus ventris tui, Iesus/Sancta Maria, Mater Dei/Ora pro nobis peccatoribus/Nunc et in hora mortis nostrae/Amén.
No hay nada más familiar para un argentino que Jairo interpretando el Ave María. La puede cantar en castellano o en francés, como lo hizo en el casamiento de Abel Pintos, en una quinta de Cañuelas, en el momento que su prometida apareció en el horizonte. O invitado por Lito Vitale, en 2018, en el concierto “Bajo la Magia de la Música”, donde Jairo cantó junto a Nahuel Pennisi una versión criolla, la que escribió el mismo Jairo con puño y letra:
Ave María, eras la madre del amor/Por ti hoy se eleva mi plegaria/Por ti mi canto es una oración/Eres la luz que brilla en la oscuridad/Y en tus ojos encuentro paz/Sin ti soy un niño indefenso/En medio de la tempestad/Y hoy aquí madre del alma/Rogamos por toda la humanidad/Ave María.
Canción paradigmática del canon de la música occidental, fuertemente ligada a la tradición cristiana, no sólo en la historia oficial se sigue desconociendo su verdadero origen sino la inmensa acumulación de versiones e interpretaciones por fuera de lo esperable. De Heitor Villa-Lobos a Franz Lizst, de Giacomo Puccini a Felix Mendelssohn, de Luciano Pavarotti a Plácido Domingo, no hay quien se haya rendido a su potencia lírica. Y allí están, también, las versiones “herejes”: del pop de David Bisbal a los recordados créditos de la película Viven, con la voz temblorosa de Aaron Neville; de la melindrosa del español Raphael a las operísticas María Callas, Bárbara Hendricks y Reneé Fleming; o de la versión andina de Raúl Olarte, en quena, a Stevie Wonder. Y en el medio, por si fuera poco, la increíble historia del ruso Vladimir Vavilov, quien la firmó como anónima para evitar la censura del gobierno comunista y que mucho tiempo después el tenor Andrea Bocelli hizo famosa mientras en las academias se creyó que se trataba de una composición de Giulio Caccini (1550-1618).
A la vez que en el mundo religioso su devoción aumenta en los tiempos de las fiestas -el propio Papa Francisco escribió un libro sobre ella-, el Ave María continúa entre equívocos, olvidos y readaptaciones, como la versión del músico santafesino Ariel Ramírez en honor a la vernácula Virgen del Valle, la que en estos tiempos se volvió a estrenar en Argentina con la participación solista del cantautor Rafael Toledo.
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