¿Mon Laferte está llorando? Mon Laferte está llorando.
Parada ahí sola frente a un Gran Rex completo que grita su nombre con histeria después de casi dos horas de show, Mon se cubre la cara con las dos manos como queriendo agarrar algo que inevitablemente se desborda, y corre hacia la salida del escenario. Es como un paso de telenovela tierno y emotivo que parece bastante real en este contexto, el día de su gran debut en calle Corrientes, en lo que supone su desembarco total en Argentina, el último país latino que le faltaba conquistar.
"¡Pues claro que lloro! Me emociono muy a menudo", dice Mon Laferte a unos días de distancia de sus dos Gran Rex, una tarde de septiembre en las oficinas de Universal Music, en el barrio de Palermo. Recostada sobre una silla como acurrucada, vestida con una campera de jean y una pollera larga de color blanco níveo, la cantante chilena se ve algo aplacada, más bien tímida, muy lejos de lo que ella llama "el personaje", la encarnación de esa mujer fatal de corte melodramático que sobre el escenario apabulla con su voz de soprano, baila con serpenteo sexy y, si da, también rompe en llanto. "A veces me gana el sentimiento, porque soy muy emocional", dice ella. "Pero otras quiero llorar y voy a llorar. Eso también es parte de mi personaje."
Esta, la primera gira argentina de Mon Laferte con shows en Córdoba, Mendoza, Rosario, La Plata y Buenos Aires –todos con entradas agotadas–, viene a confirmar su incipiente romance con una importante base de fans de perfil ATP que, como viene pasando desde hace varios años en gran parte del continente, cayó rendida ante la dulzura brava que emana Laferte, una rara avis del pop en castellano, mezcla de chica grunge y pin-up latina, que les canta a todas las formas del amor con emoción y gesto desesperado.
Después de ser invitada por Los Auténticos Decadentes a interpretar la canción "Amor", el primer corte del MTV Unplugged de la banda de Cucho y Serrano; acabade editar un nuevo disco, Norma, grabado con una orquesta en vivo en un estudio de Los Ángeles, sucesor del multipremiado La trenza; y mientras goza de su mayor pico de popularidad, con la nominación a los Grammy Latinos a Canción del Año por su tema "Antes de ti" y la confirmación de su participación en un disco navideño de Gwen Stefani, Mon Laferte es ahora una de las cantantes latinas más importantes de la industria. Aunque ella todavía no se lo crea del todo.
"Siempre supe que quería ser cantante, pero nunca fui de hacer planes o soñar mucho. Simplemente mi deseo fue cantar y cantar...", dice Laferte, de 35 años. "Pero todo esto ha crecido demasiado."
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La biografía de Norma Monserrat Bustamante Laferte no pide retoques para convertirse en un perfecto guion de cine: es la historia de la chica linda y pobre que arranca desde bien abajo, sobreponiéndose a todo con talento y tozudez, hasta convertirse en una estrella de la música latina. "Suena super cliché, pero yo quería eso", dice Laferte. "Quería ayudar a mi familia."
Cuando Mon Laferte nació en Viña del Mar, el 2 de mayo de 1983, Chile seguía bajo el control del gobierno de Augusto Pinochet, una larga dictadura militar que se extendería hasta 1990. Por aquel entonces, los Bustamante sobrevivían como podían: su padre, Francisco, pagaba las cuentas trabajando de albañil mientras su madre, Myriam, se abocaba al cuidado de sus dos hijas, Norma y Solange. En ese contexto, el arte era una de las principales distracciones de la familia: Francisco amaba la pintura, tocaba la guitarra, le gustaba el folclore y construía instrumentos, mientras que Myriam escribía poesía y escuchaba mucha música, sobre todo el rock clásico de los Beatles, Led Zeppelin, Janis Joplin, Deep Purple y Jimi Hendrix. Sin embargo, por el lado materno, la abuela Norma, era la principal artista de la familia: cantaba boleros, valses peruanos, tango y folclore, y componía sus propias canciones. Ella hizo que Laferte se enamorara verdaderamente de la música y fue ella quien la alentó para que le dedicara su vida al canto. "Se la pasaba tocando la guitarra y me enseñaba a hacer voces. Nos encerrábamos en su pieza y nos quedábamos tocando hasta las 3 de la mañana", dice Laferte, que le compuso dos canciones en su honor, "El cristal" y "La trenza". "Con ella íbamos por Valparaíso a los sitios con mucha gente mayor que bailaba. Ahí aprendí a bailar tango de muy chiquita con hombres oliendo a vino, esa cosa de Valparaíso muy bohemia."
Para cuando cumplió sus 9 años, Mon Laferte ya había descubierto que cargaba con un don infalible en la garganta. Después de ganar un festival de canto en la escuela y volverse la más popular entre los alumnos, Mon entendió que su voz era una herramienta de supervivencia que le otorgaba muchas ventajas a la hora de intentar forjarse un lugar en el mundo. "Ahí me empecé a dar cuenta que la vida se hacía más fácil sabiendo cantar", dice ella. "Como les gustaba cómo cantaba me ponían buenas notas, y si me gustaba alguien le cantaba y ya era mi novio. ¿Por qué iba a hacer otra cosa si esto se me daba tan fácil?"
Algunos años más tarde, cuando su padre abandonó la familia –le dedicaría la lapidaria canción "Pa’ dónde se fue" en el disco La trenza– y Myriam quedó a cargo de sus dos hijas, ayudada por la presencia protectora de la abuela Norma, Laferte dejó la escuela después de terminar el octavo básico y empezó a cantar en la calle para ayudar en la economía de la casa. "Tenía una amiga que tocaba mucho mejor que yo la guitarra, así que nos juntábamos en cualquier lado. Tocábamos la canción del momento que era ‘Mi historia entre tus dedos’ y alguna más, y compartíamos la plata que sacábamos", recuerda. "Éramos re hippies. Nos parábamos en la esquina, hacíamos algo de dinero y nos comprábamos un pan marraqueta chileno que comíamos protegidas del frío en un restaurante que nos dejaba entrar si pagábamos tan solo un té. Yo sentía un goce en eso, era mi vida: había cantado, me habían pagado y me podía tomar un té y comer un pan con mi amiga..."
Para ese entonces, en plena adolescencia, Mon Laferte era una chica un poco rebelde que no se sentía identificada con los estereotipos habituales que se estilaban en la época. Si bien le gustaban mucho Nirvana, Red Hot Chili Peppers y Alanis Morissette, o el éxito comercial de Shakira o Fey, ella también seguía conservando su amor por el folclore, los boleros y el tango, algo que no era muy bien visto por los chicos de su edad. "Chile era muy cerrado en ese entonces, después de tantos años de dictadura. Los ricos no se juntaban con los pobres y los que se vestían de una manera no se podían juntar con los otros; y en la música era igual, o te gustaba esto o te gustaba lo otro", cuenta Laferte. "Entonces había algo en mí que no se terminaba de sentir cómodo. Yo nunca entendí eso. A mí simplemente me gusta la música."
Apurada por las urgencias económicas de su familia, a finales de 2002, a sus 18 años, Mon Laferte decidió presentarse al casting de Rojo, un programa de talentos que se emitía de lunes a viernes por la señal TVN, donde cantó "New York, New York" de Frank Sinatra. "Es la historia de película. La niña de barrio a la que le dicen ‘anda a la tele...’", dice Mon, que con su gran voz y su difícil historia personal, caída en desgracia después del abandono de su padre, resultaba un cuadro perfecto para el programa. "Y en ese entonces la tele en Chile era todo."
Durante cuatro años, la rutina semanal de Mon Laferte consistía en perder las horas haciendo tiempo en los estudios del canal, hasta que 20 minutos antes de cada emisión en vivo del programa le avisaban qué canción debía interpretar. Esa fue su academia definitiva, en la que no solo empezó a pulir el oficio de intérprete, sino también –y sobre todo– a erguir su carácter y fortaleza para enfrentar las críticas despiadadas del jurado y poder sobrellevar la exposición que significaba salir en la TV de aire chilena.
"El primer año ya sabía que eso no era para mí", dice Mon, que ya componía canciones, pero debía conformarse con interpretar piezas a pedido y sin ensayo previo. "En un momento era: ‘Voy a hacer caso a lo que me dicen aquí porque yo quiero sacar a mi familia adelante’. Ese era mi único objetivo, y digamos que lo logré."
Para cuando pudo desprenderse de las ataduras contractuales con TVN y renunciar a Rojo en 2007, Laferte emigró a México. "Cuando yo llegué allá, no sabía ni a qué iba", recuerda. Apenas aterrizó en el D.F. consiguió trabajo cantando covers en un bar de Veracruz, a seis horas de distancia en colectivo de la Ciudad de México, hasta donde viajaba para cantar de jueves a domingo. Fue una rutina que repitió durante dos años, mientras conocía músicos locales, seguía componiendo canciones que filtraba a cuentagotas en sus shows, y se hacía de nuevos amigos. Todo eso hasta 2009, cuando se desató un suceso que Laferte llama "determinante" y "definitivo".
Después de someterse a una serie de controles médicos, fue diagnosticada con cáncer de tiroides, por lo que tuvo que ser operada en 2010. Se trata de una enfermedad que se cura en el 90 por ciento de los casos, pero es algo de lo que Mon Laferte nunca quiso hablar demasiado. "No me gusta eso de ‘ah, pobrecita’. Pero ahora siento que es importante hablar de eso porque a mí me marcó mucho: hubo un antes y un después artísticamente tras ese episodio", explica. "Cuando te pasan cosas tan traumáticas uno dice: ‘Qué estoy haciendo, tengo que hacer algo; me quede bien o me quede mal, tengo que hacerlo’. Lo peor que me podía pasar era realmente morirme y todos nos vamos a morir. Enfermarme fue importante para mí, me hizo animarme a hacer mi música. Al final siento que me hizo bien."
Ya recuperada en 2011, mientras seguía tocando en bares y dando clases de canto, Laferte finalmente logró lanzar con ayuda de amigos y colegas su primer disco, Desechable. Es un trabajo de pop-rock que recuerda a la Shakira en tiempos de ¿Dónde están los ladrones?, pero que al igual que su sucesor, Tornasol, de 2013, resultó tan solo un ejercicio de búsqueda bastante olvidable, que no logró llamar la atención dentro de la escena independiente mexicana. Sin embargo, el perfil de Laferte seguía en expansión: había compuesto la canción de la película peruana El buen Pedro, a través de la cual empezaría un intenso romance con ese país –que se reforzaría al año siguiente con su primer papel en cine en la película Japy ending, donde interpretaba a una cantante que ante el fin del mundo busca morir en el escenario–, y se había sumado como vocalista del grupo femenino de metal mexicano, Mystica Girls, para seguir tocando y ganar algo de plata.
Pero el verdadero giro en la carrera de Mon Laferte llegó con Vol. 1, editado en 2015: un disco grabado de forma incómoda, bajo una fuerte depresión, en invierno, en un departamento con luz prestada por falta de pago y la desesperación latente de seguir sin encontrar el rumbo de su propia obra. "Me había agarrado una depresión de mierda, ya no quería seguir tocando covers", dice Laferte, que por ese entonces dice haberse vuelto "super borracha". "Me acuerdo que me levantaba y me ponía a grabar. No me bañaba, no me lavaba los dientes, era un asco, fumaba mucho. Vivíamos en un piso entre varios, así que siempre alguien entraba distraído y yo tenía que empezar de nuevo, ‘¡estoy grabando!’"
Una vez terminado Mon Laferte Vol.1, lo subió a Internet y el efecto fue inmediato. De repente todos hablaban de ese disco que tan bien parecía representar el background y la historia de Mon, cargado de canciones románticas que brillan a través del peso movilizante de su voz, entre boleros, baladas y rancheras como "El cristal", una emotiva canción compuesta tras la muerte de su abuela Norma que ya es un clásico dentro de su repertorio. Así, en cuestión de semanas, Laferte pasó de tocar para 50 personas a tocar para mil, sin hacer promoción. Enterado de este nuevo fenómeno, el sello Universal decidió ficharla y relanzó el disco a nivel internacional impulsando una ola ascendente que continúa avanzando. "Son de esas cosas que no entiendes por qué pasan", dice ella, que a finales de 2015 recibió el disco de Oro por más de 90.000 unidades vendidas solamente en México. "A raíz de eso, se corrió la voz de que estaba funcionando lo mío y ya todos querían participar."
Mon Laferte ya era un número fuerte en cualquier festival del continente, sea el Vive Latino o Viña del Mar, cuando lanzó su cuarto disco en 2017 titulado La trenza. Pero este trabajo, de ritmos andinos y esencia pop, con invitados de renombre como Enrique Bunbury, Juanes y Manuel García, y hits incuestionables como "Pa’ dónde te fuiste", "Amárrame" y "Mi buen amor", sirvió para expandir su alcance y demoler fronteras dentro de la música del continente, capaz de hacer crossover entre públicos y géneros. Si hasta ese mismo año fue invitada por el tenor español Plácido Domingo para cantar con él junto a la Orquesta Filarmónica de Bogotá, al Estadio Nacional en Santiago de Chile, "Perfidia", "Frenesí", "La última noche" y "El día que me quieras".
"¿Ves? En esas ocasiones es donde funciona ese personaje del que te hablo", dice Laferte con una sonrisa serena. "Si no existiera ese personaje, ¿cómo hago para cantar con Plácido Domingo frente a todo un estadio?"
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‘Pasa, pasa... ¿te gusta cómo me queda?" Mon Laferte ahora está sentada frente al espejo de su camarín en el Teatro Coliseo Podestá de La Plata, viendo cómo su peinado cobra volumen en manos de uno de sus asistentes. Esta es la última parada de la gira, antes de volar a Uruguay y Perú para finalmente volver a casa, donde dejó a un perro y un gato que cada tanto ganan fama en su Instagram. Mientras toma vino –un ritual en todos sus shows–, Laferte suena agotada pero feliz al hablar de su nuevo disco, Norma. Se trata de un álbum algo anacrónico, grabado como en los años 50, con todos los músicos tocando al mismo tiempo, incluso con una gran orquesta de vientos y cuerdas, dentro de la misma sala. "En tiempos en donde todos piensan en los simples y hits rápidos, yo quería entregar una obra", dice Laferte. "En ese sentido también me siento diferente."
El recorrido del material, como el primer corte "El beso" –que tiene su video con el actor Diego Luna– está inspirado en todos los estadios de una relación, desde su nacimiento hasta su fin, algo que parece apasionarla por sobre todas las cosas. "Yo soy súper romántica. Hubo una etapa de mi vida en la que era adicta a los encuentros casuales y a tener relaciones cortitas. Me volví adicta a eso, me encantaba, y entonces cuando veía que la cosa se empezaba a poner seria, me alejaba", dice Laferte. "Ahora ya no, estoy más relajada, pero sí tuve una etapa con mucho de eso. Finalmente es como sentirse viva. ¿Cómo se llama este químico que sueltas cuando te enamoras? Dopamina. Me gustaba la dopamina."
En la actualidad, aunque Laferte cuida con recelo todos los aspectos de su vida íntima, un posteo de Instagram (una foto en blanco y negro, bastante desenfocada, con la leyenda "Gracias mi amor") indicaría que estuvo o está en pareja con el productor Gamaliel de Santiago Ruvalcaba, responsable de varios de sus videoclips. Sin embargo, cuando se le pregunta al respecto, Laferte se para tajante. "Nunca nadie me pregunta por eso, me parece raro que tú de la Rolling Stone me preguntes si tengo pareja", dice. "Mis asuntos personales son mis asuntos personales."
¿Cómo describirías a Norma Monserrat, la otra cara de ese personaje del que hablás?
No sé ni cómo soy yo... Digamos que soy trabajadora y muy detallista, y me gusta mucho esto que hago, me apasiona. Entonces estoy como en todos los detallitos y soy un poquito neurótica y un poco atormentada. Tengo mis días en los que me cuestiono todo, me cuestiono de repente por qué tengo que ser parte de una industria, si a lo mejor puedo estar tocando en mi casa y ser igual de feliz. Pero después estás arriba de la pelota y te dejas llevar como por la ola, sabes, por la masa.
¿Qué te gusta hacer cuando no hacés música?
Pinto un montón, casi que todo el tiempo. Te diría que hoy lo que más quisiera en la vida es pintar, incluso más que cantar. No me siento buena para nada, siento que soy mucho mejor cantante y compositora que pintora, pero me la paso tan bien, precisamente porque siento que no hay compromiso alguno, nadie me puede juzgar; puedo decir: ‘Oye, no soy pintora’.
El otro día en el Rex cantaste con el pañuelo verde. ¿Te sentís una referente del feminismo?
Sí, obvio, siento que hoy las mujeres que estén haciendo cosas relevantes, por ejemplo en la música, somos, no sé si decirlo... importantes. Igual seguimos siendo pocas, por lo menos en Latinoamérica, o por lo menos en México. Aunque hay cosas más importantes que eso: que el aborto sea legal, que haya educación sexual. Una vez acompañé a una amiga que casi se me muere en un aborto, y siempre pensé por qué tiene que ser así, oculto; por qué las mujeres siempre tenemos que ser señaladas... Si puedo hacer algo desde mi posición, siempre intento hacerlo. Aunque sea ponerme un pañuelo verde en un show, a alguien puedo hacerle cambiar de parecer.
Después de tantas cosas que pasaste, ¿a qué le tenés miedo ahora?
No me gustaría no estar dándome cuenta de toda esta bola de la que uno es parte y de pronto mire para atrás y diga "¿qué estoy haciendo?". Empecé con esto porque quería hacer música y tocar la guitarra en el barrio con los amigos, y ahora estoy acá. Sí hay como una fijación particular en eso, en no perder ese control de volverme algo que no me gustaría convertirme. Quiero tomar las decisiones correctas para tener una carrera longeva, de música, de canciones, no de modas pasajeras. Sobre todo, quiero ser consecuente.
Veinte minutos más tarde, sobre el escenario del Coliseo Podestá, Norma Monserrat, parada sobre unos zapatos transparentes de tacos altos y portando un vestido oscuro y largo de viuda negra, ya es Mon Laferte. Con su banda de nueve músicos, se carga un show más descontracturado que el del Gran Rex, a través de ese magnetismo natural que la caracteriza. Sobre la mitad del set, agarra su guitarra acústica para cantar "El cristal" y "La trenza", dos de sus canciones preferidas, dedicadas a la memoria de su abuela "Normita", la primera que creyó en ella, dice. Es una interpretación íntima y movilizante, con su voz proyectándose con dolor y fuerza a través de su boca de labios rojos. Cuando termina, todo el teatro que permanecía inmóvil y en silencio se detona en una ovación cerrada, marcando el pico emotivo de la noche.
Esta vez, Mon Laferte no llora. Pero casi.