El cantante Rolo Sartorio habla sobre la llegada del grupo al Estadio Único, su fe y el amor por la banda liderada por Mick Jagger
En una tarde de lluvia en los estudios el pie de Villa Urquiza, donde La Beriso está ensayando, Rolo Sartorio hace una pausa. Fuma un cigarrillo mientras mira el techo y revisa números en su cabeza. "Creo que son sólo nueve bandas las que llegaron a un estadio en el rock nacional", dice. "Son re poquitas." A los 42 años, el líder del grupo formado en Avellaneda en 1998 experimentó su máxima proeza: el 12 de diciembre, él y su grupo ofrecieron un show en el Estadio Ciudad de La Plata, una marca sólo alcanzada por artistas nacionales de la talla de La Renga o el Indio Solari. Así, a dos años de su primer show en el Luna Park, registrado en el CD + DVD Vivo por la gloria, La Beriso se posiciona como uno de los grupos más convocantes de la escena argentina: "La primera vez que entramos al Único nos quedamos helados", dice Sartorio. "Están todos en pedo, la posta es esa."
¿Por qué creés que pasa esto con La Beriso?
Yo creo que porque nuestra música le gusta a la gente: se identifica con las letras, no mucho más. Tenemos un público muy amplio, mucho padre con sus pibes que en los temas tristes lloran y en los temas más alegres saltan, y está buenísimo. Entienden el mensaje que se da en las letras al 100 por 100.
Arriba del escenario te emocionás mucho: en el primer Luna Park rompiste en llanto. ¿Cómo vivís eso?
Ese día estaba cargado de emociones: era nuestro primer Luna Park, algo gigante para nosotros. Y justo en ese tema para los viejos ["Canción para mamá y papá"], mientras cantaba me acordé de mis hermanas que fallecieron, pensaba en el dolor de mis viejos, y quebré. Yo me doy el gusto de llorar si me emociono arriba del escenario.
¿Creés que la muerte de tus hermanas terminó de teñir de nostalgia las canciones de La Beriso?
Sí, y a toda mi carrera. Empecé a escribir mucho sobre eso y la gente se siente identificada, porque todos perdieron a alguien. Nos escriben por eso, nos agradecen... Uno los acompaña de algún modo para pasar un momento horrible. Mientras se pueda transmitir algo, está buenísimo.
La Beriso contuvo a un público que después de Cromañón quedó huérfano, ¿por qué creés que pasó eso?
Y, lo que pasa es que no sé cuántos levantaron esa bandera [la de la inocencia de Callejeros] como yo. Y ahí me le planto a cualquiera.
Siempre hablás con tu público y lo aconsejás. ¿Sigue siendo peligroso ir a ver un show de rock?
Esa es la educación que traigo de mi casa, y la misma que le quiero dar a mis hijos. Yo creo que por lo menos en nuestros shows nadie nos puede tocar, con lo peligrosa que está la calle. Así que ahí podemos arrancar a cambiar de a poco: que sea una epidemia pero al revés. Yo siempre digo que me quedo con los boludos de la mañana y no con los vivos de la noche. Basta de esa locura, basta del reviente. Vos podés ser recontra rockero y tomar mate en el camarín. Igual, a mí también me encanta el Legui y tomo todo lo que se me canta el orto, pero no daño a nadie. Podemos cambiar la sociedad: es el mayor objetivo que tenemos que tener todos.
En el último Cosquín Rock conociste a Andrés Calamaro. ¿Cómo fue ese encuentro?
Yo a Calamaro lo descubrí en el año 88, cuando un cuñado mío me regaló un casete de Por mirarte, y flasheé. Desde el día en que lo conocí, me enamoré de sus canciones. Y cuando me enteré de que este año tocaba en Cosquín le tiré la onda a [José] Palazzo para que pusiera a La Beriso el mismo día y nos dio el gusto. Esa fue mi noche. Me acuerdo de que me agarré una cerveza y me mandé caminando para su camarín, me dejaron pasar, y lo tenía a cuatro metros. En un momento el chabón gira, me mira y hace así [hace el gesto de una amplia reverencia con las dos manos]. Después vino y me abrazó y me quedé sin palabras. Le dije: "Cuando pienso en la muerte, siempre pienso en que me reciba Dios, pero sobre un escenario me gustaría que me recibas vos". Fue mágico.
¿Qué relación tenés con Dios y con la fe?
Yo soy un tipo muy creyente, de hecho mirá [muestra un tatuaje de la Virgen María en su hombro derecho]. Recé muchísimo en mi vida, siempre pidiendo salud para alguien. He ido a Luján caminando cinco veces. En un momento horrible de mi vida hasta me arrodillé frente a una Virgen y me puse a llorar como si me estuviera tocando la cabeza. Yo estaba muy mal por lo de mis hermanas.
¿Qué música escuchás?
Me gusta todo lo nacional. Ahora venía escuchando Bohemio, de Calamaro, y me gusta mucho el disco en vivo de Ciro. Pero me decís cuál es el mejor disco del rock nacional y por ahí te digo El amor después del amor [de Fito Páez].
¿Fantaseabas con llegar hasta acá con La Beriso?
Nunca soñé ni siquiera con tocar en lugares para 2000 personas. Yo siempre fui como un burro de carga: agachaba la cabeza y salía a laburar para la banda. ¿Llegaste a 2000 personas? Seguimos. ¿Llegaste a 5000? Seguimos. ¿Llegaste al Estadio Unico? Seguimos...
Y ahora son candidatos para telonear a los Rolling Stones. ¿Qué te produce eso?
Yo creo que ver de cerca a cualquiera de ellos sería... Nosotros en el barrio éramos la verdadera Generación Stone. Cuando en el año 95 los vi por primera vez, me saqué una platea lo más cerca del escenario que pudiera y cuando se acercaba Jagger adonde yo estaba, yo ni cantaba, yo directamente lo miraba al chabón. Ese sí es un sueño, porque es el sueño de todos. ¡Si le doy la mano a Keith Richards, me la corto y la pongo en un cuadro!
Por Juan Barberis
LA NACION
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