No hay en el mundo un rapero capaz de combinar forma y contenido como lo hace Kendrick Lamar. A la hora de rimar, el estadounidense es a la vez un atleta y un intelectual, como se desprende de sus dos sobrenombres del último tiempo, que aparecieron en las pantallas antes de que él saliera a escena para cerrar la tercera jornada del Lollapalooza : "Kung Fu Kenny", el alter ego que adoptó para DAMN. (2017), su disco menos complejo desde lo musical pero más filoso desde lo lírico; y "Pullitzer Kenny", adoptado después de ganar el premio Pullitzer por los relatos tan crudos como precisos sobre lo que significa pertenecer a la comunidad negra en Estados Unidos en el presente. (El hecho de que Kendrick haya visitado la Bombonera y el Teatro Colón durante su paso por Buenos Aires no parece casual; lo dicho, el atleta y el intelectual conviven en él naturalmente).
El set estuvo construido alrededor de DAMN., su álbum más reciente, en el que Kendrick lleva su faceta de rapero ultra técnico a un nuevo nivel de grandeza, en oposición a To Pimp a Butterfly, su multipremiado disco de 2015, en el que se mostraba en éxtasis musical acercándose al jazz. Su banda es pequeña y durante buena parte del show casi invisible, dejándole a él todo el espacio para llenar. Canciones como "DNA", "ELEMENT", "LOYALTY" y "LUST" tienen beats sencillos pero agresivos, a partir de los cuales Kendrick demuestra que se puede tejer un relato complejo sobre la violencia social sin perder la fluidez para rimar.
No estamos ante un rapero de hits (algo evidente en la cantidad de público que se acercó al Main Stage, notablemente menor a la de las noches anteriores), por más que hayan sondado algunas de sus colaboraciones con artistas como Travis Scott ("Big Shot", "Goosebumps") o el remix de "Bitch Don’t Kill My VIbe", lo más cercano a un tema radiable que se puede encontrar en sus discos.
En medio del set, Kendrick homenajeó a un rapero amigo de Los Angeles, Nipsey (nominado a un Grammy), que fue asesinado a balazos el domingo en su ciudad. Durante unos minutos, Kendrick detuvo la música y se acuclilló en el escenario, visiblemente conmovido, y le pidió al público que repitiera sus palabras: "We love you, Nipsey", antes de cantar "LOVE".
Esa escena sirve para entender también la conexión del artista con el público y la de su obra con los conflictos de su país, algo a veces difícil de trasladar a otras partes del mundo. Sin embargo, la fluidez y el carisma de Kendrick en escena lo vuelven un músico universal. El show del Lolla tuvo un momento de comunión en "Humble", en la que el rapero guió al público hasta el clímax del estribillo, y luego se corrió del centro para que miles de personas corearan su mensaje de humildad. Nadie puede soltar la catarata de sílabas del tema como lo hace el rapero más técnico del mundo, pero por un momento la multiplicidad de voces fue igual de avasallante. El final no fue menos conmovedor: "All the Stars", el tema de la película Black Panther que grabó con SZA, sonó con una carga sentimental fuerte en el cierre del festival.
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