Keane regresó a Buenos Aires con un show a la medida de sus fans
Puntualidad inglesa y un minimalismo estético que, quizá, poco tiene que ver con estas épocas en las que la música entra, en su mayor porcentaje, por los ojos. A tal punto que parece raro ver sobre el escenario a una banda mundialmente famosa como Keane sin una parafernalia tecnológica detrás que la asista. Pero así fue.
A las 21 de ayer Keane subió al escenario del Movistar Arena con la simpleza de una banda que habría tenido más ganas de ser vista que escuchada. A espaldas de los músicos había un cartel fijo con la palabra Keane y a los costados ocho columnas de luces; cuatro a cada lado. Eso era todo, sin videos ni puesta en escena. Hasta parecía mas colorido el grupo de fans que, amontonado de pie contra el proscenio, agitaba globos celestes y blancos.
Keane estuvo inactiva durante más de media década. Será porque el regreso no pretendió ser demasiado efusivo o porque la gira sudamericana apuntó al low cost que el cuarteto británico apostó a lo nuevo y lo viejo de su repertorio sin otra estrategia que la de sonar y ser escuchado. Nada mal en estos tiempos de saturación visual. No olvidemos que ni guitarras tienen (y lo bien que hacen porque gracias a la personalidad del cantante y a esa "omisión" instrumental construyeron una buena carrera).
Unas 25 canciones en algo más de dos horas de show fueron suficientes para reanudar el contacto con el público local y sentir que esa impasse no deterioró la relación. Todo lo contrario. Los chicos que saltaban amontonados muchas de las canciones del grupo hasta dedicaron cantitos para cada uno de los integrantes.Y no faltó demagogia en los parlamentos de su frontman, el señor Tom Chaplin, cuando mencionó lo felices que estaban de haber vuelto a Buenos Aires y que ese era el mejor concierto del tour. También aseguró que por la respuesta en el show o por el hecho de encontrar fans en el aeropuerto, en el hotel o en la puerta de una radio para pedir autógrafos, se sentían los Rolling Stones por unos pocos días.
Sin esas menciones el público habría respondido de la misma manera. Para el segundo tema de la noche, "Bend and Break" todos estaban saltando. De ahí en adelante, un show prolijo, bien ordenado y con los matices necesarios de toda banda pop que sabe alternar la balada con los temas de beats más penetrantes y pegadizos, siempre con la voz del cantante como guía. Luego de este regreso que trajo bajo el brazo un nuevo álbum, la banda suena en buena forma, aunque la conexión entre los integrantes, al menos sobre el escenario ( y a más de 20 años de la fundación del grupo) no parece un punto sobresaliente en el balance que se puede hacer al final del concierto.
Keane es una formación que nació como una banda de músicos en edad universitaria, a mediados de los noventa. Pero su primer disco es recién de 2004 y se podría decir que el sonido de la banda se forjó en esa década. Comparte, junto a otros de su generación y procedencia, como The Killers, una estética que actualiza ciertos gestos de la música pop de los ochenta, y subraya una manera de expresarse bien declamativa, a veces épica, en el rol del frontman, como alguna vez lo fue (sin que por esto haya que entrar en comparaciones) Freddie Mercury o Elton John. En el caso Keane hay que hablar de un sonido inglés sintetizado en este siglo, con algunas evocaciones, que se proyecta al final de la década actual y se refleja claramente en un disco como Cause and Effect, que el combo editó este año y le sirvió para salir de gira.
Apenas la mitad de las nuevas canciones se escuchan en los conciertos de esta gira. "Phases" fue la primera del concierto porteño. Luego se escucharon "Strange Room" y los nuevos hits "The Way a Feel" y "Love Too Much", intercalados con sus viejos éxitos, como "Somewhere Only We Know", "Crystal Ball" y "Sovereign Light Café", que sirvió para cerrar la actuación, ante unos 15 mil fans que cantaron y saltaron durante buena parte del concierto.
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