Juventus Lyrica: una versión muy eficaz de Don Giovanni, ideal para iniciarse en la ópera
El cierre de temporada de la asociación hizo honor a los múltiples matices de la obra maestra de Mozart, con logrados desempeños vocales de todo el elenco y una amena puesta en escena de María Jaunarena
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Don Giovanni ossia Il Dissoluto punito, de Wolfgang Amadeus Mozart con libreto de Lorenzo Da Ponte. Producción: Juventus Lyrica. Dirección musical: André Dos Santos. Dirección escénica y vestuario: María Jaunarena. Dirección del coro: Pablo Manzanelli. Escenografía e Iluminación: Gonzalo Córdova. Reparto: Alejo Álvarez Castillo (Don Giovanni) Juan Salvador Trupia (Leporello), Johanna Padula (Donna Elvira), Eugenia Coronel Bugnon (Donna Anna), Carlos Ullán (Don Ottavio), Natacha Nocetti (Zerlina), Antony Fagúndez (Masetto) y Mario De Salvo (Commendatore). Orquesta y Coro de Juventus Lyrica. Sala: Teatro Avenida. Próximas funciones: jueves 12 y sábado 14, a las 20. Nuestra opinión: muy bueno.
Si hay una obra de la literatura operística que puede ser considerada fuente de todo lo habido y por haber en el género, esa es el Don Giovanni de Mozart, una de las tres creaciones, junto al Così fan tutte y Las bodas de Fígaro, que integran la célebre trilogía que el genio de Salzburgo compuso en sociedad con el libretista Lorenzo Da Ponte, una obra maestra que constituye uno de los mayores dramas musicales de todos los tiempos, con composición, riqueza y belleza musical inigualables; profundidad dramática y emocional, complejidad psicológica de los personajes y una temática tan eterna como el ser humano.
Así, en el final de su temporada, Juventus Lyrica hizo honor a la poderosa historia de Don Juan, el libertino de la España del siglo XVII bajo la certera dirección de André Do Santos —convertido en el pilar musical de Juventus—, a cargo de una orquesta vigorosa, flexible y compacta que mostró un rendimiento creciente, sutiles los acompañamientos en clave para los recitativos y el solo de mandolina para la serenata de Giovanni, buen apoyo del coro conducido por Pablo Manzanelli.
En la dirección escénica, María Jaunarena dio muestra de profesionalismo dominando dúctilmente los pases de comedia a drama, con marcaciones expresivas y fluidas, coreografías bien delineadas y trabajadas, ofreciendo una lectura fiel, lineal y tradicional, lejos de las connotaciones y perspectivas contemporáneas con las que los regisseurs suelen recargar las tintas en lo trágico y violento a expensas de lo divertido: las agresiones sexuales y el asesinato a manos de Giovanni, el abuso de poder sobre Leporello, la violencia de género de Masetto, planteando giros teatrales que extraen del texto, más que una nota de diversión, liviandad o risa, la oscuridad, el morbo y la sordidez de la trama. Pues vale aclarar que Don Giovanni, justamente como dramma giocoso (algo así como un “drama alegre” que no es ópera puramente seria, ni puramente buffa, sino un género en su momento nuevo, producido por una genialidad exuberante), ofrece esa cierta plasticidad a la hora de escoger infinidad de matices en la interpretación textual y musical de la obra.
También a cargo de la directora ejecutiva de Juventus (promotora además de una loable obra de educación musical para escuelas primarias), el vestuario de Jaunarena caracterizó los estratos sociales a través de la selección de géneros, colores y diseños adecuados, resaltando por sobre el conjunto de los atuendos, los trajes del trío enmascarado al final del primer acto, en uno de los números musicales más prodigiosos y sublimes de la historia de la música.
La escenografía e iluminación de Gonzalo Córdova allanó el protagonismo de la acción con una extraordinaria economía y eficiencia de recursos: un bastidor fijo en forma de media luna con un arco central y cuatro laterales abiertos que dejaban entrever un fondo de estatuas haciendo omnipresente la naturaleza del desenlace —la figura del Commendatore de “marmorea testa”— y una serie de proyecciones que aportaron significado a la decoración insinuando el espacio en cada escena: el jardín nocturno, una calle cualquiera, el cementerio o el palacio de Giovanni, con un muy buen resultado visual.
Voces seguras y convincentes
Y la ópera, por supuesto, está hecha del canto y de la más exquisita musicalidad mozartiana. Un elenco de muy buenas voces, seguras y convincentes, fue encabezado por el barítono Alejo Álvarez Castillo en el rol protagónico. Su Giovanni enfatizó el perfil gracioso del personaje más que el costado sádico y perverso, respondiendo con oficio a las demandas vocales de un rol exigente. Carácter y articulación en la veloz Fin ch’han dal vino; seguridad y legato en el agudo durante la serenata Deh vieni alla finestra. Brillante, desenvuelto y con excelente proyección de sonido se distinguió el Leporello de Juan Salvador Trupia. Celebrado en una de las arias más populares del registro —Madamina! il catalogo è questo—, ese extenso pasaje donde el barítono debe hacer gala de su diversidad de colores e intención, Trupia se ganó la complicidad del público. Fue in crescendo la sonoridad y el desempeño escénico de Masetto en la voz del bajo Antony Fagúndez. Contundente presencia y autoridad del Commendatore encarnado por el bajo Mario De Salvo y, para terminar con las voces masculinas, toda la dignidad y dulzura de Ottavio en sus dos arias —Dalla sua pace e Il mio tesoro intanto—, vertidas con el bello fraseo, la elegancia y nobleza de la voz típicamente mozartiana, amable y transparente, del experimentado tenor Carlos Ullán.
Con relación al elenco femenino, el papel de la campesina Zerlina fue bien caracterizado en su frescura y agilidad por la soprano Natacha Nocetti, desplegando la picardía y astucia del rol en el Batti batti (lectores con miradas de género: abstenerse de la escena masoquista en que adula a su esposo esperando una paliza como cordero sumiso). Las dos figuras centrales, en cuanto a que sus motivaciones son el motor de la trama: la Donna Anna de Eugenia Coronel Bugnon y la Donna Elvira de Johanna Padula, brillaron ambas con el perfecto physique du rȏle, la prestancia aristocrática y la expresión de carácter de sus respectivos personajes de soprano. Bugnon demostró cualidades vocales en sus dos extensas arias (Or sai chi l’onore y Non mi dir): extensión de registro, control del aire y la línea en las frases largas, y capacidad dramática para transmitir dolor y sed de venganza. Padula, por su parte, en el rol psicológicamente más complejo del libreto por los contrastes emocionales que requiere su representación, oscilante entre la parodia y el melodrama, culminó en belleza y emoción cuando su Elvira, finalmente, se toma en serio a sí misma en Mi tradì quell’ alma ingrata, exponiendo en una intensa línea de canto, la verdad nada divertida sobre el abandono, la traición y el tormento de su infelicidad.
¿Por qué ir a ver el Don Giovanni de Juventus? Porque para quienes aman el género, esta producción ofrece la posibilidad de disfrutar de una puesta muy bien montada y cantada y, para quienes no lo han descubierto aún, el marco de una música perfecta para emprender el fascinante camino de la lírica. Pero, sobre todo, porque esta obra magistral que solo el genio de un niño divino como fue Wolfgang Amadeus ha sido capaz de legar a la humanidad, depara, en ese fino borde entre la risa y el llanto, uno de los placeres musicales más exquisitos y refinados que jamás hayan existido.
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