Una vez que Jungle comenzó a trazar su camino de forma anónima a fines de 2013, los seis años que lo sucedieron fue pura ganancia. Desde el devenir del doble single "Platoon" y "The Heat", pasando por "Busy Earnin’", el primer disco homónimo fue recibido como una joya capaz de encapsular un nuevo advenimiento del R&B moderno inglés. Tanto así, que los medios británicos, siempre rápidos para los elogios, se refirieron a ellos como un nuevo Jamiroquai. Muy probablemente, ese empuje haya disparado "Busy Earnin’" al tope de los rankings, y que su amigable beat soleado sirviera de fondo en cuanta serie o publicidad de marca de consumo masivo (desde autos a cervezas) la necesitara. Para 2018, un segundo álbum For Ever expandió el vocabulario creativo, impulsado mayormente por varias crisis amorosas de sus dos compositores principales. Sin embargo, en su tercera visita porteña el martes pasado por la noche, el colectivo inglés vino a poner una buena cara y baile en un contexto de sold out al que ya están acostumbrados en el resto del mundo.
"¡Buenos Aires! ¿Are you ready to get fucked up?", exclamó Josh Lloyd-Watson con su voz grave al micrófono. Lo dijo sonriendo, alejando su brazo izquierdo del sintetizador mientras se echaba relajado hacia atrás. Y lo dijo también apenas pasado el inicio con el macumbero "Smile", que afirma con total simpleza: "Cuando sonreís, el mundo se siente mejor / Solo quiero verte sonreír". Al mismo tiempo, una nube espesa de humo salía del escenario, donde los Jungle suelen convivir con un cartel que lleva el nombre de la banda y un ejército de luces capaz de hipnotizar a un Vorterix repleto.
A lo largo de una hora y quince minutos, la propuesta se trató sobre eso: la arquitectura del placer. Ese placer forma la genética del post-disco soulero de anclaje ochentoso que Watson y su cohorte principal Tom McFarland construyeron desde sus teclados y las voces falseadas con filtros, pero es en vivo que alcanza otras dimensiones. Se expande en lujuria, y la naturaleza de su sonido en capas llega a los ojos a medio cerrar de los asistentes que apretados, se entregan en un microdancing de frecuencia fumona.
Canciones como "The Heat" lograron eso, y al mismo tiempo dieron cuenta de la poco perceptible diferencia entre la performance en vivo a la versión del estudio, que hace que el dúo -ampliado a septeto con la muy celebrada Rudi Salmon en coros- suene incuestionable. Lo mismo ocurre con los números de For Ever, de 2018. Ya sea en las secuencias del intimista "Cherry" y el psicodélico "Prey", el grupo respetó cada sonido como si se les fuera la vida, aunque hubo espacios para cierta humanidad. Hombres de pocas palabras, aprovecharon una pausa antes de "Lemonade Lake" para agradecer a quienes habían venido en esta y las otras oportunidades ("Levanten la mano los que estuvieron en Niceto y en Lollapalooza hace unos años", arengó el rubio McFarland).
Si bien el show mantuvo una marcha uniforme, sobre el final se transformó en un tímido in crescendo. Luego de bajar la cadencia con el muy James-Blakero "Drops", la apuesta emotiva fue con el house de "Time" y el funk animado de "Busy Earnin’", que puso a toda la gente a corear a los gritos su riff introductorio. Aún con las luces prendiéndose y los músicos abandonando las tablas, debajo, varios seguían entonando a capella esa porción del estribillo que dice, "No puedo tener suficiente".
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