Este sábado, la artista abrirá su año de conciertos con un show en el Parador Konex; adelantará algunos temas reversionados de Rara, el álbum que grabó hace tres décadas y que próximamente tendrá una nueva edición
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La cita es este sábado 20 de enero desde las 19 en el Parador Konex, punto neurálgico y gravitante de la cultura en la zona del Abasto. El ámbito impone un concierto donde el público estará de pie y eso generará una conformación del acontecimiento convivial muy particular, algo que provoca en Juana Molina una predisposición en torno a lo que sucederá: “Siento que, cuando la gente participa sentada, está como medio apelmazada; cuando se está parado es más fácil pasar de la quietud al baile y se produce una retroalimentación mayor, todos vamos in crescendo en energías”.
La artista -música, cantante y compositora- se entusiasma con lo que será su primera presentación en vivo del año, donde estará acompañada por el baterista y percusionista Diego López de Arcaute. Valiosamente inclasificable en sus sonidos, en ella conviven lo electrónico, algo de folk, ambient y pop desde un entramado indie, fusión que confluirá en el próximo show donde Molina también recuperará parte de Rara, su primer álbum -editado en 1996-, prácticamente un incunable que quedó archivado en los anaqueles de un sello discográfico por una maraña de cuestiones ajenas a la artista. Este año, Rara volverá a ver la luz en formato de CD, vinilo y en plataformas digitales y será una excusa para reencontrarse con los eslabones perdidos de la creadora.
-Un show engloba un concepto, sostenido en un setlist diseñado previamente, ¿te permitís modificarlo durante el desarrollo del vivo?
-En general respeto lo que se decidió en el ensayo, aunque puedo sacar algún tema de acuerdo al deseo del momento; pero sí varía el contenido de los temas, ya que me gusta mucho improvisar.
Juana Molina desarrolla un modo sumamente complejo a la hora de plantarse frente al público, donde la creación va surgiendo desde la inspiración del instante: “He llegado a hacer shows completos improvisados. A veces sale bien, otras no tanto, hay que bancársela”.
-¿Conlleva algún otro riesgo?
-Puede suceder que la gente no soporte tanta música nueva y desconocida, pero, en general, se disfruta.
-Tu público es permeable a esa experimentación...
-Es una convención que compartimos, eso me alivia bastante.
-Lo que va surgiendo en esa improvisación en vivo, ¿se convierte en un nuevo material para repertorio?
-Si quedó algún registro, puedo desarrollarlo. A veces, es solo una pequeña parte y, en otros casos, si no se grabó, no hay manera de recuperarlo.
-Hay algo de lo efímero del montaje teatral en el planteo. En tu vida, ¿cómo entra en juego lo efímero?
-Es algo que aprendí cuando hice café concert con Juana y sus hermanas. Había hecho las tres primeras funciones muy bien y, antes de la cuarta, ya no soportaba seguir repitiendo lo mismo. A la semana, directamente tenía un ataque de angustia, pero me faltaban dos meses de funciones.
-¿Lograste superarlo?
-Con el público.
-¿Por qué?
-Al hacer participar a la gente, aparecía siempre algo distinto.
-Esa es la esencia del café concert.
-Eso es lo que me mantenía fresca, me oxigenaba. Incluso aparecían chistes que se conformaban con la gente y decidía dejarlos porque funcionaban muy bien.
Yo sola sé lo que me pasa
Hace treinta años, Juana Molina y su pareja, el artista plástico Federico Mayol, fueron padres de Francisca. Era el momento de mayor popularidad de Molina, gracias a la gran repercusión del ciclo televisivo de humor Juana y sus hermanas, hoy considerado de culto por sus fanáticos cautivos.
-¿Cómo congeniaste maternidad y música?
-Bastante bien, Fede (Mayol) era muy pro y quería que yo hiciera lo mío, así que siempre estuvo bancándome, al punto tal que terminó siendo mi manager. Cuando quedé embarazada tuve que hacer reposo, razón por la cual dejé el programa. En ese lapso le mostré las canciones de Rara y fue él quien me dijo: “Tenés que dejar de actuar y dedicarte a la música”. Era lo que yo quería, pero nadie me lo había dicho antes.
-¿Apoyo o permiso?
-Aliento.
-Desde ya, era válido si había dejado de interesarte hacer un programa de humor, pero, ¿no podían convivir la actuación y la música?
-Los personajes eran desde la piel hacia afuera y la música es desde la piel hacia adentro. Por supuesto, en los shows puedo hacer alguna “gracia”, aunque los conciertos que más me gustan son los que no hay nada que me distraiga, donde sólo hay música y no hablo. Si hablo y actúo es porque hay algo que me distrae.
-Hubo una época donde te incomodaba que te preguntaran por el programa.
-Ese mito te lo desarmo ya mismo.
-¿No necesitabas mostrar a la música y que la actriz no la opacara?
-Lo que sucedía era que hacía notas para promocionar mi primer disco y me hablaban del programa, entonces les decía que no quería hacer toda una entrevista refiriéndome a algo que ya había pasado.
-¿No renegabas?
-Para nada, decían “reniega de su pasado como actriz”. ¿Cómo voy a renegar de eso? Me encantó y, además, lo sigo haciendo.
-En tus redes sociales suelen aparecer los personajes.
-Y no me tengo que maquillar, pongo un filtro y ya está.
En Juana y sus hermanas desfilaba una galería de personajes muy reconocibles desde la caricatura. Una cajera de un supermercado chino, una cosmiatra, una modelo devenida en conductora de televisión. Basta mirar alrededor para encontrarlas.
En dos años y medio, tiempo que estuvo en el aire el formato, logró que Juana Molina se convirtiera en un referente del humor. Hoy, pensar en ese género en relación a la mujer es ubicarla en un listado de pocos nombres, donde también pueden figurar Niní Marshall, Nelly Láinez, Edda Díaz o Gabriela Acher. “En aquella época me preguntaban qué sentía al ser capocómica en un mundo de hombres, pero no me daba cuenta de eso, porque era lo que sabía hacer y lo hacía, había inconciencia. Con el tiempo fui haciendo un análisis del patriarcado en el humor, pero en el momento no lo sentía así. El mundo era como era y salí adelante igual, quizás, porque no me importó”.
-La mujer en el humor no era ni es lo frecuente...
-Me hablaban del mundo machista y no entendía, pero, además, siento que el arte no tiene nada que ver con el género. No hay humor ni música femenina, me pone de mal humor cuando en los premios separan los rubros por géneros.
Permear modelos
-¿Qué son las influencias para vos?
-Son despertadores de cosas que uno ya tiene.
-¿No es algo que se lega del otro?
-Son llamadas, es que te digan “despertate”. Mi hermana cuando hacía música -sobre todo como una gran arpista- no tenía nada que ver conmigo, a pesar de que habíamos escuchado lo mismo hasta los quince años; eso quiere decir que las influencias te despiertan algo que tenés dentro y es muy propio, muy distinto al del otro, más allá de congeniar en los orígenes.
Horacio Molina, su padre, cantante de tangos con fraseo muy propio, fue uno de esos “despertadores” de su vida: “Me enseñó a tocar la guitarra, era un admirador de las voces perfectas, la afinación y la técnica, pero eso a mí no me importó nunca”.
-Hace un tiempo posteaste algo muy conmovedor sobre tu mamá, Chunchuna Villafañe. ¿Cómo se encuentra?
-Más o menos, está muy viejita.
-¿Qué tipo de “despertador” fue ella?
-Tanto en un padre como en una madre también pueden despertarse cosas que no son muy buenas, que atrasan, que te disminuyen, que te hacen tener miedo. Mi canción “Sin dones” es una descripción de eso. Había una exigencia muy fuerte, una especie de obligación de entrar por la puerta grande, no hacer el camino necesario.
Más allá de aquella concepción familiar que enaltecía ingresar por la “puerta grande”, reconoce que hizo el escalafón correspondiente. Ante su histrionismo, un tío la impulsó. “¿Por qué no hacés varios personajes, algo así como Juana y sus hermanas?”. Grabó su osadía y se presentó en La noticia rebelde (ATC), un irreverente programa de la década del ochenta que se mofaba de la realidad. Ese extracto de cuatro minutos le abrió la puerta de la televisión, aunque, de movida, Nicolás Repetto, que formaba parte del staff del formato, la mandó a hacer notas en la calle: “algo que no sabía hacer y que me salió fatal”, recuerda.
Al poco tiempo de estar en el programa, Adolfo Castelo, uno de los conductores, la increpó por no haberle contado quiénes eran sus padres, pero Juana había querido ingresar por sus propios méritos. Y lo había logrado.
-¿Cómo es el vínculo con tu hermana Inés?
-Lindo, muy bueno.
-¿Qué hace actualmente?
-Está en otra, sigue tocando el piano, pero nada públicamente.
Argentinidad, ayer y hoy
-Durante la dictadura militar, tu familia se exilió en París durante más de seis años. ¿Cómo recordás eso?
-Era muy chica. El exilio para mí era la lucha por no ser una extranjera, una paria, fue muy difícil. Buscaba ser una francesa más, que nadie se diera cuenta que no lo éramos. A los trece años eso no era algo superficial, sino supervivencia pura. Eso me generó mucha reticencia con la política. Todos se reunían en casa para hablar sobre el Obelisco y el dulce de leche, era como un gueto argentino que se juntaba a conversar con nostalgia sobre tiempos pasados un poco inventados, más allá de lo que pasaba en ese presente que sí era cierto. Se caía en una idealización. En casa había fotos de Carlos Gardel. Me parecía una pose, ya que, en Argentina, escuchaban jazz.
-La huida forzada genera eso, es un anclaje con lo propio arrebatado.
-Entiendo, pero desde mi visión de adolescente lo sentía falso.
-¿Cómo ves la actualidad del país?
-El presente está a la vista de todos, no hace falta que lo describa. Argentina es una consecuencia de sus comienzos, de la época de la conquista. Se vino a saquear y no a construir, eso alcanza para entender nuestra identidad.
La cantante se muestra preocupada por los “desmontes y desastres ecológicos, algo irreversible. Una economía mala puede ser arreglada por un gobierno que llega después. La gente misma puede fluctuar del malestar al bienestar, pero los desastres ecológicos, desde que dejaron entrar la soja y el glifosato -algo que no para- no tiene vuelta atrás, salvo una reforestación. Pero, ¿quién va a reforestar? Nadie”.
Profeta en varias tierras
-¿Sentiste que tuviste que ser reconocida en el exterior para que validaran tu arte en Argentina?
-No lo sentí, pasó.
-Fue una nota publicada en The New York Times la que puso el seguidor sobre vos...
-Empezaron a llamar periodistas a las cinco de la mañana. Atendía Federico (Mayol) y les decía que estábamos durmiendo, hasta que uno le dijo: “Despiértense porque los va a llamar todo el mundo”. Cuando me levanté para atender un llamado, escucho del otro lado de la línea a cuatro periodistas ignotos que hablaban entre ellos. Decían: “bueno, habrá que escucharla, algo debe tener, porque si lo dice The New York Times”. Entonces les respondo: “Estoy oyendo lo que dicen, no tienen por qué escuchar el disco, pero no lo digan delante de mí”.
-Más allá de todo, aquella publicación fue un espaldarazo.
-No fue la forma ideal, pero fue una manera de hacerme conocida. Luego vino un show en el Centro Cultural San Martín para mil personas, con gente en todos lados.
Regresar a las fuentes
-Vuelve Rara.
-Es un disco que merecía volver, porque, en su época, se cajoneó y pasó por todo tipo de vicisitudes. Cuando lo hice tenía una estructura de “canción no canción”, un “choclo” de cosas que se iban sucediendo donde pasaba de todo.
Reconoce que, en un comienzo, el disco no le gustaba. “Aunque luego me amigué”. Y entiende que, al ser un álbum debut, hizo lo que pudo. “Me amparé en la producción de Gustavo Santaolalla, que hizo lo que le pareció y me pareció bárbaro que así fuera”. Si bien Rara fue grabado en 1995, sus canciones fueron compuestas una década antes. “Pertenecen a una adolescente, son temas que quedaron grabados en un casete durante diez años, coincidente con la vorágine de la aparición del programa”.
-¿Por qué el disco tuvo poca vida pública?
-Se cajoneó por un problema interno del sello. Iba a abrir la sucursal de un subsello alternativo de Universal en Latinoamérica, pero, de ser la bandera pasé al cajón.
-Hoy es un incunable...
-Absolutamente, pero, por suerte, el año pasado recuperé los derechos.
-Doloroso para vos.
-Muy difícil, pero eso me llevó a hacer todo lo posterior de manera diferente. Rara se grabó en una semana y Segundo, mi disco posterior, me tomó tres años.
-¿Producido por vos?
-Sí, nunca me metí con nadie más. Todos los discos que siguieron fueron producciones mías.
El concepto de rareza está amparado en el prisma con el que se mira. En el caso de Juana Molina, se la ha catalogado de esa forma, quizás porque ha sido siempre fiel a un arte con identidad muy propia, ecléctico y mutante, que no se ha sometido a leyes del mercado ni a las imposiciones de los sellos. Un camino más engorroso, de difícil tránsito y más compleja llegada al público, pero, sin dudas, auténtico: “Por eso Rara y Segundo son tan distintos. Iba con pie de plomo, me tomaba mi tiempo, como una costurerita que va bordeando un telón”.
-¿Tenés método?
-Mi manera de trabajar es disponer el tiempo que me lleva meterme de lleno en lo que estoy haciendo, porque, para que logre algo que me gusta o que considere valioso, necesito que desaparezca todo: los instrumentos, la computadora y hasta yo misma, hasta que sucede. Cuando lo logro, no salgo más del estudio. Me puedo quedar veintidós horas sin dormir tocando y componiendo.
-¿Alguna influencia fue epifanía?
-Sí, me sucedió a los siete años cuando escuché, por primera vez, a Ravi Shankar.
Etérea. De hablar pausado, pero firme. Convencida de lo que dice. Termina la charla y la espera un largo viaje hasta su residencia en General Pacheco, a varios kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Su prioridad está puesta en el concierto de este sábado en el Parador Konex, pero un deseo la desvela: “Este año quiero sacar Rara, es lo que más me importa”. Y se va.
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