Jorge Drexler apeló al silencio para dar forma a un concierto notable
Jorge Drexler presenta Silente. Jorge Drexler: voz y guitarra. Carlos "Campi" Campón: técnico de sonido. Andrés Conesa: técnico de luces. Maxi Gilbert: diseño de luces y escenografía. Funciones: 26, 27, 28 y 29 de septiembre. Sala: teatro Gran Rex. Nuestra opinión: excelente.
Un estudiante de arquitectura tiene una epifanía en pleno viaje a la universidad. Está en el colectivo cuando empieza a sonar una canción nueva, una que cambiará su vida y la historia de la música brasileña. El impulso lo lleva a bajar del transporte y desechar la idea de seguir con la carrera. La canción es "Chega de saudade"; el año, 1959; el estudiante, Chico Buarque, el autor, que Jorge Drexler homenajea en el primero de sus cuatro conciertos porteños, es João Gilberto.
El hombre que fue un asceta del silencio y que nos dejó el 6 de junio pasado regresa al Gran Rex en el cuerpo de Drexler. Guitarra y voz ("voz e violao" dirían en portugués) también. Y silencios. Y una veintena de canciones que no se asemeja en nada a ese recuerdo que su público tiene de ellas. Podría ser Bob Dylan o Luis Alberto Spinetta (de quien confiesa su admiración a la hora de interpretar "La aparecida", la primera canción que escribió, 30 años atrás). Podría ser David Byrne o Caetano Veloso. Pero es Jorge Drexler en estado puro. Un Hamlet exponiendo su obra al interrogante crucial.
"Muchas gracias por aguantarse estas versiones curiosas", dirá hacia el final, ya cuando esa "alegría que linda con los nervios" -como describe al comienzo- empieza a desaparecer. Su saco blanco, sus pantalones negros; las luces que iluminan lo poco o lo mucho que se quiere mostrar, la voz pequeña o proyectada; las palabras recitadas, habladas, cantadas o apenas cantadas. La timidez de una audiencia fiel que quiere interpretar el concepto lo más rápido posible para disfrutar el viaje lo más intensamente posible. El silencio, ese concepto fundamental que rige el concierto; ese concepto que no nos mencionaron en la escuela, cuando nos dijeron que la música era "el arte de combinar los sonidos".
Para Jorge Drexler la música es una ciencia que nada tiene que ver con aquella a la que pensó que iba a dedicarse el resto de su vida, la medicina; pero por momentos la encara de la misma manera. Con conceptos de la física, un péndulo de Newton en escena y la mención del "hombre de la manzana", de Galileo y de Antoine Lavoisier. Pero, ojo, no lo intenten en sus escenarios, músicos. Sólo él puede tornar apasionantes este tipo de relatos que tienen como objetivo enlazar canciones.
En el comienzo es un poema y es "Transporte", una canción de Eco que ya cumplió quince años. Una guitarra eléctrica lo acompaña y suena como nunca antes sonaron sus guitarras. Casi surfer, como intentando domar lo indomable. El aire de La Paloma puede respirarse en plena calle Corrientes; las olas de La Balconada pueden sentirse en plena calle Corrientes.
Siguen "Eco" y "Estalacticas". Sigue el plan de desarmar las canciones, desarticularlas, hacer que las palabras resuenen de un modo inusual. No son las versiones primigenias de las canciones, son sus versiones espaciales, que flotan en el cosmos desprovistas de todo sentido. Llegan "Deseo" y "Guitarra y vos", llega el fin de la primera parte y el momento de "pasar al living": con acústica y con muchas historias, desde esa primera canción que tocó poco pero ama mucho, que es "La aparecida", pasando por "Salvapantallas", la mencionada "Chega de saudade" (desde el público un brasileño pide por la libertad de Lula y Drexler se hace eco), "Abracadabras" y "Todo se transforma".
Concepto, experimento. El concierto que encierra Silente no tiene igual en la trayectoria del cancionista. Desde ese punto de partida que fue "La aparecida" la casa "se llenó de canciones", como muy bien describe Jorge para mencionar que no fue el único en la familia Drexler que se dedicó a este arte, a pesar de que no había antecedentes en la materia: sus hermanos Paula, Daniel y Diego; su prima Ana Prada, y vaya uno a saber cuántos hijos sigan el mismo camino.
"Todo se transforma" y en eso andan estas canciones. "Soledad", "La edad del cielo" con la voz procesada de J.D. y "Pongamos que hablo de Martínez", el homenaje a Sabina, el hombre que en una noche montevideana en la que "anduvieron cerrando bares", le cambió la vida con un consejo. "Sea", "Movimiento", "Silencio", claro está, y "Telefonía". Una yapa, muchos aplausos y esas canciones que, como aquellos 12 segundos de oscuridad que el faro dejaba librados a su suerte, hoy encuentran lo más preciado: su viaje definitivo por el universo.
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