Joaquín Sabina y los nuevos himnos de un "perdedor"
Podría ser el testamento final de un cantautor como el que hizo Leonard Cohen en You Want it Darker, su disco póstumo. Pero Joaquín Sabina es un sobreviviente de la canción. Sobrevivió a los vicios, al aburguesamiento poético y a su propia leyenda maldita. Eso se refleja en el espíritu de su nuevo disco, Lo niego todo, donde el poeta madrileño no necesita reinventarse, sino que echa por tierra su propia leyenda noctámbula con el tono confesionalmente crudo que marcó su estilo. La diferencia con sus últimos discos es que ahora sólo tiene que sentarse a esperar que sus canciones terminen cantadas en bocas de multitudes, porque himnos hay de sobra. La canción réquiem "Lo niego todo", que da nombre al disco, ya valdría su nuevo álbum.
Si 19 días y 500 noches (1999) fue uno de sus últimos discos más logrados, Lo niego todo cierra simbólicamente esa etapa de su vida y abraza el presente de un Sabina en muy buena forma. El disco fue producido artísticamente por Leiva, del grupo español Pereza, que le inyectó otra energía musical. El cantautor se alinea a un registro estribillero con guiños a Andrés Calamaro, pero también a la verborragia poética de Bob Dylan y Leonard Cohen; a los paisajes ruteros de J. J. Cale, a las rumbitas con aire a Los Rodríguez (participa Ariel Rot), al reggae y al toque stone. Son doce canciones en colaboración con el poeta Benjamín Prado, algunas más poderosas y autorreferenciales, que se inscriben en el rubro de esos himnos clásicos, que sus seguidores cantarán por varios años como pasó con discos como Física y química (1992). Aquí está Joaquín Sabina, clavando el cuchillo al personaje que se inventó en sus canciones, con la mirada de un hombre que mira por el espejo retrovisor.
"Quién más quién menos" no sólo es la apertura perfecta para el disco, sino que anuncia uno de sus mejores trabajos en mucho tiempo. Es verdad, el tono confesional no difiere de canciones anteriores, sin embargo la claridad poética, la simbiosis perfecta entre el personaje y la fortaleza amarga de un hombre que no tiene nada que perder, le dan una energía nueva a cada uno de sus versos. En ese mismo registro se inscriben "Lo niego todo", "Las noches de domingo acaban mal" y, sobre todo, "Lágrimas de mármol", otra canción himno, donde canta en tono autobiográfico: Me duele más la muerte de un amigo, que la que a mí me ronda. Con la imaginación, cuando se atreve, sigo mordiendo manzanas amargas, pero el futuro es cada vez más breve, y la resaca más larga.
Ademas de ofrecer un catálogo de sus amores perdidos en "Posdata" y "Leningrado" (otra con destino de clásico), el letrista explora registros más contemplativos como en "No tan deprisa" y "Canción de primavera" (con música de Pablo Milanés), o pide la redención y se despoja de su personaje en "Sin pena ni gloria", donde demuestra esa capacidad intacta para escribir grandes versos: Mientras subo del abismo, mientras el miedo se enfría, mientras soy solo yo mismo con ficha en la policía. León atado a una noria, valiente a toro pasado, fugitivo enamorado, feliz sin pena ni gloria.
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