Joaquín Sabina en el Movistar Arena: lejos de sus grandes noches, clásicos como “19 días y 500 noches” y “Contigo” salieron en su apoyo
El cantautor español inició su serie de seis conciertos en el estadio de Villa Crespo, en el marco de la gira Contra Todo Pronóstico
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Gira: Contra Todo Pronóstico. Actuación de Joaquín Sabina (voz, guitarras). Músicos: Antonio García de Diego (teclados, guitarra, armónica, coros, voz), Jaime Asua Abasolo (guitarras, coros, voz), Borja Montenegro (guitarras), Josemi Sagasti (saxos), Pedro Barceló (batería), Laura Gómez Palma (bajo) y Tamara Barros (coros, voz). Lugar: Movistar Arena. Más funciones: 15, 21, 23, 25 y 27 de marzo. Nuestra calificación: bueno.
Será que faltó el espíritu propio de un recital de Joaquín Sabina o la chispa burbujeante del rockero a la española que siempre fue su marca registrada. A lo mejor es que sus huesos ya no lo acompañan del mejor modo y eso lo obliga a hacer todo el concierto sentado, pasando de un taburete a una silla y viceversa, o a descargar en algunos de sus compañeros algunos ratos del espectáculo. Quizá se trate de que la memoria ya no esté tan afilada como en sus mejores épocas y entonces prefiera siempre refugiarse en la pantalla de su monitor para evitar antipáticos olvidos o equivocaciones. O que en la banda se extraña la presencia del antes siempre presente Pancho Varona, que se alejó por desinteligencias que lamentablemente no tuvieron solución. O será que el repertorio no tuvo una orientación clara y un crescendo propio de este tipo de shows y las canciones algo más nuevas convivieron con las más viejas sin que se terminara de notar jamás un hilo conductor organizado. Fue, a lo mejor, que el excesivo volumen de los instrumentos y una ecualización algo desprolija convirtieron a una banda de excelentes solistas, por momentos, en una imponente y algo atronadora bola de sonido en la que faltó la sutileza y el medio tono.
Joaquín Sabina es uno de los españoles más queridos por aquí. Uno de los “primos” que sentimos como nuestro. Un artista que se ha metido en el corazón de todos a fuerza de visitas, canciones dedicadas, discos y escenarios compartidos con artistas de por acá y un aire tanguero que atraviesa muchas de sus canciones compuestas desde que empezara a venir a la Argentina ya desde finales de los años 80. Y no es para sorprenderse, entonces, que estén garantizadas las excelentes convocatorias para los seis Movistar Arena, el estadio Mario Kempes de Córdoba o el Autódromo de Rosario en lo que resta de marzo. Ni la euforia previa o la fiesta constante con la que lo acompañó un público fiel en el estadio de Villa Crespo, conocedor pleno de sus canciones y amante de cada una de sus palabras y sus melodías.
Por todo eso, es antipático tomar distancia y encontrarle los puntos flacos a un debut que estuvo a unos cuantos pasos del Sabina que hemos visto y escuchado tantas veces. De sus canciones más inspiradas no pueden expresarse sino elogios, con sus metáforas, sus frases para póster, sus pensamientos irónicos, sus alegorías sexuales, su racionalidad siempre inteligente. Qué sino aplausos podrían ofrecerse a composiciones como “Mentiras piadosas”, “Por el bulevar de los sueños rotos”, “A la orilla de la chimenea”, “Una canción para la Magdalena”, la brillante “19 días y 500 noches”, “Y sin embargo”, “Contigo”, “Noches de boda”, la inigualable ranchera “Y nos dieron las 10″ o la argentinísima “Con la frente marchita”. Es obvio que no estuvo allí el problema, pese a que otras de las canciones no tengan el mismo vuelo.
La garganta cascada del andaluz no es una novedad y es lo que se espera; porque es su mejor modo de decir esas canciones salidas de su cabeza. Y a lo mejor por eso quedó raro escuchar en la voz femenina de Tamara Barros, sin dudas más “profesional” y prolija, una versión de “Yo quiero ser una chica Almodóvar”. Sabina, además y como otras veces, le puso buen picante al espectáculo con sendos sonetos escritos y recitados por él mismo. Jaime Asua Abasolo es guitarrista y tomó la voz cantante para “El caso de la rubia platino”. Y Antonio García De Diego, otro muy antiguo socio de Joaquín, tocó el piano, la guitarra y la armónica, dirigió la batuta y se atrevió en un gran momento de cantante solista con “La canción más hermosa del mundo”. En lo individual, cada músico del grupo cumplió de sobra con lo que se necesita y en conjunto todos saben cómo respaldar a un Sabina que justamente necesita de ese apoyo.
Pero el debut de esta larga serie argentina tuvo un sabor extraño. Se mezclaron la emoción de escuchar a un artista con quien la admiración y el afecto se confunden, aún para los cronistas, con las irregularidades de una propuesta que dejó unos cuantos flancos débiles. Hubo felicidad por el reencuentro con un cantautor muy querido y cierta sensación amarga a una despedida que nadie está anunciando, como si lo hicieran otros colegas también españoles que anduvieron en los últimos meses por acá. Ojalá que no sea así y que haya muchos más conciertos de Sabina. Con toda su entrega de cantautor inspiradísimo, de rockero divertido, de animador de multitudes, de poeta irreverente y de militante de los amores locos y las causas no siempre triunfantes.
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