El catalán vino por primera vez al país a fines de 1969, cuando aún no tenía ni un disco editado; fue amor a primera vista, no exento de polémicas y de sinsabores; el 19 de noviembre de 2022, en el Movistar Arena, se despedirá de nuestros escenarios
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Muchos argentinos todavía estamos algo incómodos por esta decisión de Joan Manuel Serrat de iniciar su última gira de conciertos, la de la despedida, con un show en Nueva York y de terminarla, ya sobre finales de 2022, en Barcelona. ¡Qué atrevimiento! ¿Cómo es posible que no comience todo con una larga serie de shows en Buenos Aires y que termine con una gira nacional por los mayores estadios de fútbol de Argentina con un final espectacular en la cancha de Boca, club del que se ha manifestado hincha ferviente?
Es que este catalán nacido en el barrio de Poble Sec, quizá con algo de herencia judía por el lado de su madre Ángeles Teresa, se hizo argentino por adopción –aunque en verdad, sobre todo porteño- hace muchísimo tiempo. Él mismo se encargó muchas veces de manifestar su amor por nuestro país y nuestra ciudad y juguetear con que era el más español de los argentinos –”soy un porteño más”, ha dicho más de una vez-, o el más argentino de todos los ibéricos.
Lo cierto es este barcelonés que está a punto de cumplir sus 78 años de vida, sorteados inclusive con dificultades serias de salud que tuvo que atravesar hace unos años y que nos tuvieron a todos en vilo, tiene por acá una cercanía, una fila de fanáticos que cruzan generaciones, un conocimiento sobre su vida y su obra, que no es igualmente amplia que en otros países de América Latina. O eso preferimos creer. O, en tal caso, en este momento del último tour, no van a venir a contarnos que nos quiere como al resto y que somos uno más entre los países del continente. Nos imaginamos, con certeza de pariente con el que también pudimos pelearnos muchas veces y seguir queriéndolo, que somos sus preferidos, que acá se siente aún mejor que en su propia Barcelona, que Buenos Aires es prácticamente su primer hogar (el segundo sería Rosario, claro), que se hizo “burrero” en la capital argentina y hasta deducir que su amor por el principal club de fútbol de su ciudad es más por Lio Messi que por otra cosa, sin importarnos que lo era mucho antes de que la Pulga hubiera nacido.
El romance entre el Nano y la Argentina tiene muchísimos años, de cuando era un pelilargo veinteañero, flaco y de aspecto entre hippie y militante de izquierda, cuestionado en su región por los nacionalistas más radicales por abandonar la lengua catalana como la única para sus canciones mientras muchos coterráneos hacían bandera de eso, también para oponerse al régimen del dictador Francisco Franco.
Serrat vino por primera vez a la Argentina a muy poco de su debut profesional y todavía sin ningún álbum completo editado en castellano. Eran los últimos meses de 1969 y se presentó, por insistencia de su representante Alfredo Capalbo, en el programa Sábados de la bondad que conducía Héctor Coire en el canal 9 de la televisión porteña. Hubo que pedirle insistentemente a Alejandro Romay para que aceptara la presencia de este joven cantautor español en el show televisivo, pero resultó tan exitosa que su presencia en la Argentina se hizo habitual por esas épocas. Hubo enseguida una primera entrevista, la primera en el país, por el peruano Hugo Guerrero Marthineitz también para la TV. Pero en muy pocos años se sucedieron otra charla televisiva con Oscar “Pipo” Mancera para sus Sábados Circulares de canal 11, actuaciones en Buenos Aires y todo el Conurbano durante los populosos carnavales de entonces –compartiendo cartel, por igual, con rockeros, tangueros y artistas pop-; también una participación en una actuación de Aníbal Troilo en Caño 14 –”vení galleguito, subí”, lo invitó Pichuco, ya en 1970-, temporadas veraniegas en Mar del Plata, notas –e inclusive muchas tapas- en diarios y revistas por entonces masivas como Gente, Radiolandia o Siete Días. Todo en poco tiempo. Todo entre aquel primer contacto de finales de los ‘60 y la primera mitad de la década del ‘70. En tiempos de explosión cultural, artística, política y social para los que el talento, el estilo y la personalidad de Serrat vinieron como anillo al dedo.
Sin dudas, “el tío” era distinto. No solamente hacía canciones de una inspiración poética profunda muy por encima de la media y musicalizaba a grandes poetas, sino que tenía una belleza física que enloquecía a las mujeres cual estrella de rock, cantaba con un ceceo sumamente seductor y, por si fuera poco, tenía cosas para decir cuando se entregaba a la charla. Mostraba posturas políticas que sabía defender aún a riesgo de caerle antipático al entrevistador. Y se hizo definitivamente partícipe de la historia argentina cuando escribió “La montonera”, una canción de 1973 que siempre prefirió evitar por acá, dedicada a una militante del peronismo revolucionario de los 70 cuyo nombre jamás quiso revelar –más allá de las especulaciones de varios serratólogos-.
“Mi relación no fue nunca con Montoneros” –dijo para un diario de Buenos Aires en un reportaje de 1996-. Fue con alguna gente que estaba en Montoneros, con alguna gente que estaba en el ERP y con gente que no militaba políticamente en ningún partido concreto. Es más: con ninguno de los dirigentes que haya podido tener esa organización, yo he tenido más que alguna conversación clandestina. Pero no han pasado nunca de ahí esas cosas. Y cuando he ido a ver presos políticos, lo hice con independencia del cartelito que llevaran colgado”. Estas palabras fueron rescatadas por Tamara Smerling para un excelente libro que habla precisamente de esta relación del catalán con nuestro país: Serrat en Argentina. 20 años de amor y aventuras, publicado por Planeta poco antes de los confinamientos de la pandemia.
La dictadura argentina de los 70 fue, como para la actividad cultural en general, un freno para las visitas del catalán. Estuvo mucho tiempo sin poder venir, aunque aparecieran comentarios en algunas notas desde fuera del país. Y muchos recordamos aquel emotivo retorno en 1983 para una serie de conciertos en el teatro Gran Rex y en el Luna Park, pocos meses antes de la caída de la dictadura, en los que se escucharon temas ya clásicos de su repertorio y canciones de su más recientes discos En tránsito y Cada loco con su tema. Vistos en perspectiva, quizá podamos decir –aunque todo es materia opinable- que ése no era ya el Serrat más virtuoso, sobre todo si lo comparamos con el de Mediterráneo, su álbum de 1971 que es para muchos –y para este escriba- lo mejor que ha hecho jamás. Pero quién iba a tomar nota –ni los críticos- sobre cuestiones estéticas cuando el catalán había vuelto, después de casi nueve años de ausencia, a patear el hormiguero del gobierno militar saliente.
A través de las décadas posteriores, pasaron álbumes, centenas de recitales en toda la Argentina y expresiones sobre nosotros respecto de un montón de aspectos. Lo escuchamos opinar sobre muchos asuntos de nuestro país, con respeto pero sin regalar posturas; de política pero también de fútbol o de temas aún más frívolos. Vimos también sus distintos ciclos artísticos, algunos de ellos compartidos con nuestro otro pariente español, el andaluz Joaquín Sabina. Fuimos testigos de sus grabaciones y sus conciertos más brillantes y de algunos cuantos olvidables, para incomodidad de algunos críticos que nos hicimos acreedores de muchas palabras soeces de sus fans. Supimos de sus escapadas “clandestinas” para pasar tiempo por acá de puras vacaciones sin ser molestado por la prensa. Vimos cambiar a su público, de uno más joven y politizado de los 70 a uno de mayor edad y más aburguesado a medida que pasaron los años. Supimos de su cercanía y de su apoyo elocuente a las Madres y a las Abuelas de Plaza de Mayo, pero también de su enojo explícitamente manifiesto con Hebe de Bonafini cuando marchó contra los atentados de la ETA mientras la presidenta de las Madres apoyaba a la organización terrorista vasca.
Curiosamente, quien le puso música a las poesías de varios escritores, aún en obras integrales –Antonio Machado, Miguel Hernández, Mario Benedetti-, nunca lo hizo con poetas argentinos. En tal caso, su relación artística con esta, su patria sudamericana, quedó en las piezas que interpretó de Alberto Cortez –uno de los más españoles de los argentinos- y en su adaptación de “Se equivocó la paloma”, el coral del santafecino Carlos Guastavino sobre texto de Rafael Alberti. O en algunas presencias en conciertos y en grabaciones compartidas como invitado, la más significativa de las cuales fue, seguramente, la del doble álbum Cantora, donde cantó su muy inspirada “Aquellas pequeñas cosas” con la tucumana Mercedes Sosa.
Serrat cosechó y construyó amistades profundas y duraderas por aquí. Del periodista Alejandro Vignati y el productor Abraham “Chiche” Aisenberg, que fue su socio y su manager durante muchísimo tiempo, a una extensa lista de personalidades de la música, la cultura y el deporte cuya cercanía siguió cultivando a través del tiempo. Los integrantes de Les Luthiers, Roberto Fontanarrosa, César Luis Menotti, Caloi, Quino, Alejandro Dolina, Rodolfo Mederos, Víctor Heredia, su actual representante en estas tierras, Claudio Gelemur son solamente algunos de quienes hicieron y hacen su círculo argentino íntimo. Otra vez, nos gusta suponer que solamente aquí tiene tantos y tan duraderos amigos. Probablemente no sea cierto, pero en este momento tan especial en el que está anunciando un larguísimo año de retiro de los escenarios, con la desazón que significa para tantos, nadie logrará convencernos de lo contrario.
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