Joan Manuel Serrat: “No me gustó sentirme despedido por una plaga”
El cantautor catalán confirma que pasará por América latina con su última gira, que comenzará en abril próximo; en esta entrevista explica las razones y repasa su vida: “me he sentido un hombre bien querido y bien vivido”, dice
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A los 77 años, empujado por la pandemia que durante un buen tiempo lo alejó de los escenarios, Joan Manuel Serrat decidió que se retirará después de una gira que comenzará en abril de 2022 en Nueva York y acabará a fin del próximo año en Barcelona, la ciudad en la que nació. En su casa de Barcelona, el que fue Noi del Poble Sec cuenta a EL PAÍS las razones de su retirada después de 65 años de una carrera cuyos éxitos se cuentan por canciones y cuyo Mediterráneo ha sido el himno de su vida y de los numerosos seguidores que lo tienen como uno de los más importantes músicos de las últimas décadas, como compositor, poeta y cantante. En esta entrevista explica la razón principal de su adiós y los detalles de la que será su última gira: “He decidido despedirme en persona. No me gustó sentirme despedido por una plaga”.
-¿Por qué ha decidido retirarse de los escenarios?
-Primero, porque el encierro al que nos llevó esta pandemia que aún dura provocó la imposibilidad de continuar el oficio de cantar en público. Y, también, por la necesidad de recuperar la vida familiar, cumplir con cuestiones íntimas y necesarias. Siguiendo las normas del Eclesiastés: hay un tiempo para cada cosa. Ah, y yo no decidí dejarlo. Han sido los hechos que fueron ocurriendo después de aquella caída de Joaquín Sabina [en 12 de febrero de 2020] que nos obligó a abandonar una gira. Luego vino la covid… Las dificultades fueron distanciándome. Estaba cada vez más lejos de la actividad que hacía, y aunque no desde el sentimiento, lo cierto es que también estaba inevitablemente alejado de la gente. Lo que he decidido es despedirme en persona. No me gustó sentirme despedido por una plaga. Por eso me planteé ir al lugar más natural para hacerlo, con el público enfrente, lleno de gratitud y alegría.
-¿Qué recuerdo se llevará de todo esto?
-La memoria es algo que habita en uno, aquí dentro está. Tuve suerte, nací en la mejor casa en la que podía haber nacido. Me crié con cariño y con buenos maestros. Dediqué tiempo a lo que me gustaba hacer, a lo que quería hacer y a lo que creía que debía haber. Vivo, hasta la fecha, una época gloriosa, en la que lo peor pasó en mi infancia y en la adolescencia. Y la infancia hace buena cualquier cosa. Mis hijos no han ido a la guerra y yo pude ver morir a mis padres. He tenido un oficio que me ha permitido conocer el mundo y conocer a gente magnífica y me ha hecho una persona querida por mucha gente. Dijéramos que hasta la fecha me he sentido un hombre bien querido y bien vivido. El amor me ha tratado muy bien, mis hijos están sanos y tengo cinco nietos que me aman y yo los amo. Ah, y Yuta [Tiffón, su mujer].
-¿Cómo será la gira de su adiós?
-Una de las cosas más importantes que me ha dado mi oficio es la posibilidad de viajar. Y la de viajar, la posibilidad de tener amigos en muchos lugares que me han ayudado a descubrir y valorar las cosas. Por eso la gira la planteo de forma que los lugares comunes, los amigos que quedan y los que se fueron, las comidas, las bebidas, los paisajes y los recuerdos tienen un gran peso. Sobre todo, quiero despedirme personalmente de ellos.
-¿Alguna melancolía?
-La va a representar aquello que pase a medida que me la vaya encontrando. Yo me despediré el 23 de diciembre en Barcelona. Pero hasta llegar ahí quiero recorrer muchos caminos.
-¿América Latina?
-¡También! ¡Qué sería de mí sin América Latina!... Quiero hacer un espectáculo durante el cual no se le caiga a la gente la sonrisa de los labios… Habrá 20, 30 canciones, y no sé cuáles van a ser. Iré acompañado de mi equipo de siempre. Técnicos, músicos, iluminadores, los mismos de siempre… ¡Hasta yo voy a ser el mismo! ¿Colegas? No lo sé. Se podrían hacer muchas cosas. Ya veremos.
-¿El principio de la despedida?
-En el Beacon Theatre de Nueva York, el 25 o el 27 de abril. Ahí he estado otras veces, muy neoyorquino… Luego Sudamérica. En verano estaremos en España. Mi propósito no es solo despedirme de todos aquellos que me han tratado bien a lo largo de los años, sino hacerlo en los sitios donde están. Me despediré, y ya no volveré a tocar. Volveré a los sitios, saludaré, comeré, pero ya no volveré a los escenarios. Tocaré y compondré en casa, es posible que grabe un disco. Pero no volveré a los escenarios. Hay que hacerlo en algún momento. En el confinamiento me fijé en los árboles, en los pájaros. Y sobre todo leí mucho. Lo estaba dejando. Y me despediré no a la francesa, sino como corresponde.
Sereno, como si estuviera frente al mar de sus mejores canciones, ante el jardín donde ha escuchado, durante la pandemia, el canto de los pájaros de su barrio en la parte alta de Barcelona, Serrat cuenta sus planes ya irrevocables de despedida. El cantante del Mediterráneo, de la infancia y la alegría, el músico que compuso para Antonio Machado, Miguel Hernández y Mario Benedetti, el hombre que se opuso al régimen de Franco y que acompañó con decisión y esperanza la democracia española y se comprometió con las luchas de los pueblos americanos contra las dictaduras, tendrá 79 años cuando deje de actuar en público. El autor de Mediterráneo deja discos y grabaciones que siguen y seguirán escuchando quienes sucesivamente podrían haber sido sus abuelos, sus hermanos, sus hijos, sus nietos e incluso sus bisnietos.
Buscaba en las personas lo mismo que en su música y por eso sus canciones, desde las que hizo él mismo hasta las que le vinieron de fuentes ajenas y de poetas que él ha admirado, son un homenaje a la honestidad y a la valentía, a las cosas “sencillas y tiernas” que marcan su vida desde que era un muchacho en el Poble Sec de Barcelona. Hijo de padres humildes, la madre era una mujer de cuna republicana, de familiares represaliados en la guerra y después, y el padre fue lampista. Serrat no permitió nunca que lo que aprendió en casa se evaporara a lo largo de su camino, que a veces se hizo cuesta arriba aunque él se empeñara en hacerlo a pie… Aspiró siempre, dijo en este periódico cuando cumplió los 60, “a haber sido capaz de conservar a aquel que fui, lo que aprendí en mi casa”. Tuvo, además, “la suerte de tener buenos maestros” y de haber complementado lo que fue asimilando con todo aquello que le ha ido ocurriendo.
Desde el principio de su trayectoria como músico cantó ese pasado que sigue siendo materia de sus evocaciones y de sus convicciones, pues las cosas que le conmueven resultaron ser las cosas por las que se mueve, las que le empujan, desde el mar Mediterráneo, al que dedicó la más potente, sencilla y exitosa de sus canciones, hasta aquella mujer de Belchite, su madre, cuya historia es un símbolo dramático de la Guerra Civil. “Se muere el novio antes de la boda, sale del pueblo para trabajar en Barcelona, estalla la guerra cuando está en Barcelona, fusilan a su padre y a su madre, 30 miembros de su familia son ejecutados, asesinados en el pueblo; ella se dedica durante la guerra a recoger niños y a viajar con ellos por toda España, de arriba abajo; vuelve a Barcelona, se casa con mi padre, vive la tragedia de todos los años de la posguerra, la escasez, el miedo, la persecución”.
Esa memoria no es ajena a la que luego abraza poniendo música a impresionantes biografías de los vencidos republicanos, Antonio Machado y Miguel Hernández, ni a los que representan los dramas del sur de América, cuando le pone música a El Sur también existe, de su amigo (”mi maestro) Mario Benedetti. Sutil en lo que compone, de amor, de la vida cotidiana, de los paisajes que lo convirtieron en un poeta de todas las generaciones que lo completan, ha huido de la demagogia y el grito, pero su modo de ser, su impronta, es el de un hombre cuyos compromisos son nítidos, limpios, como la voz poética que lo habita.
A aquella historia de la peripecia de su madre en la guerra se unió la de su padre, “salido de un campo de concentración”, que se casa con la madre, tienen un hijo que “es un buen estudiante” pero se busca “complicaciones” en el franquismo y pronto empieza a ser para la historia este Joan Manuel Serrat que a lo largo de 65 años no ha dejado de cantar a la naturaleza de sus orígenes. Dentro de esa autobiografía que se transparenta en sus canciones está, en el ámbito de sus relaciones, su celebración de la amistad, que viene desde que era un muchacho aspirante a la nova cançó hasta que, en los años de su madurez artística y personal, se relacionó en privado y en público con grandes amigos de su vida, como Joaquín Sabina, Ana Belén, Víctor Manuel y Miguel Ríos. Fuera de ese ámbito musical, fueron grandes pérdidas de la geografía sentimental de la amistad Juan Marsé y Manuel Vázquez Montalbán, así como Luis Eduardo Aute, con quien compartió magisterio. Amigo desde el escenario y también cuando se ha bajado de él, se ha ganado en la lengua española un sitio que comparte con Kim de la India, el personaje al que Rudyard Kipling llamó “el amigo de todo el mundo”.
En Cançó de bressol (Canción de cuna), en concreto, trató de “dar un beso a esa mujer que, a pesar de todo lo que había ocurrido, seguía soñando con su pueblo”, porque “acaso no hacemos otra cosa que soñar con la niñez, que debe ser el único tiempo feliz de nuestra vida”. Ese es el arranque de su vida como cantautor pero, en todos sus extremos, es también la explicación de una hoja de ruta que ha convertido sus canciones, todas sus canciones, en un himno general de la alegría, el compromiso, la infancia y la amistad. Cuando llegó a Mediterráneo (1971) ya lo hizo sabiendo que la raíz era también el mar que lo bañó, y emprendió el camino de ese homenaje que tantos premios, y oyentes, ha tenido con materiales que parecen inspirados por algunos de los poetas que fueron luego parte de su cancionero más sentimental, más sentido. Es una gran composición y un gran poema, una obra redonda elegida muchas veces la mejor canción del siglo XX y su mejor canción en 50 años.
Jamás pensó Joan Manuel Serrat, mientras estudiaba y cultivaba la guitarra y la voz, que sería cantante. El padre lo ponía a cantar en Navidad La zarzamora… “Escribí canciones porque me gustaba cantar”, y después de grabar Cançó de matinada (1968) “empecé a descubrir el oficio, y a quererlo”. El camí fa pujadas, el camino se hace difícil, vino a decir en aquella despedida de la adolescencia, pero nunca dejó de mirar atrás, al Poble Sec, a la madre, al padre, a los amigos. De ahí nacen también sus canciones de amor o despedida. Ahí nació el poeta Serrat, al tiempo que prosperaban en Barcelona las canciones de Raimon o Setze Jutges, que le abrieron caminos en catalán y en castellano. Jamás se planteó que una lengua u otra fueran especies en lucha sino modos de expresión complementarias. El choque que se produjo cuando el régimen le prohibió cantar en catalán el La, la, la compuesto por el Dúo Dinámico “no fue una anécdota, fue algo muy duro”, le prohibieron cantar en represalia por negarse a hacerlo en castellano ante las cámaras de Eurovisión, y la fuerza que le quedaba a los que representaban a Franco se cernió sobre él como un enemigo de la patria. Diría a los 60 años que aquello quedaba en la historia de sus choques con el poder franquista como mucho más que una anécdota que alcanzó la categoría de enfrentamiento político cuando él decidió exiliarse en México por unos meses, hasta que, muerto el general Franco, España se abrió a la Transición que dio de sí la democracia.
La Transición que lo vio nacer adulto a la canción y a la política ha sido su punto de referencia como ciudadano. La amistad ha sido la esencia de sus aspiraciones como ser humano. La memoria es su modo de ejercer la gratitud a quienes lo han acompañado, y los escenarios en los que ha discurrido su vida pública serán desde el fin de 2022 una nostalgia activa, pues lo que ha cantado y lo que ha grabado seguirán dando memoria del legado que le deja a la cultura que él ha contribuido a agrandar en los dos idiomas y en los muchos países que han cantado con él en los mejores y en los peores momentos de sus vidas. Joan Manuel Serrat se despide de ustedes, se va, como diría Miguel Hernández de sí mismo, pero se queda. Para siempre.
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