Jessico: qué tiene el gran disco de Babasónicos que 20 años después lo seguimos escuchando
Bebe Contepomi, Daniel Melero y Alberto Moles, de Popart Discos, entre otros, repasan la trastienda del gran disco de la banda liderada por Adrián Dárgelos; en 2001, la banda formada en Lanús aún era “de culto”, se había quedado sin discográfica y, como todos los argentinos, atravesaba un año muy complejo
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Muy en sintonía con su costumbre de no hacer lo que se espera que hagan, Babasónicos lanzó su disco más exitoso en medio del desastre: Jessico. En julio de 2001 la industria musical no era excepción en un país devastado, y el grupo tomó una decisión osada: aprovechar el fin de su contrato con la multinacional Sony para fichar con Popart, sello fundado por Roberto Costa (productor que se había formado con Daniel Grinbank).
Después de cinco discos de estilo indomable en los que no se privaron ni de bordear el heavy metal (Babasónica de 1997 ofrece su versión del género), encontraron un sonido diferencial en Jessico, que figura en cuanta encuesta para elegir los mejores álbumes de la historia del rock argentino se haya hecho de allí en más. El disco dejó por lo menos cinco hits (“Los calientes”, “Fizz”, “Deléctrico”, “El loco” y “Rubí”) y marcó una bisagra en la carrera de la banda: la masividad que vino después hizo que sus obras de los 90 se resignificaran en el imaginario rockero (siempre desconfiado de las grandes convocatorias) como las más “auténticas”.
El contexto, decíamos, era lo contrario a favorable. “A mediados de 2000 nos fuimos de gira con ellos por casi todo el país, en micro. Ya se estaba empezando a avizorar una malaria de aquellas”, dice Leo de Cecco, baterista de Attaque 77. Hasta ese momento Babasónicos era un arsenal de influencias a la que se nombraba -por falta de un adjetivo más preciso- como “alternativo” o “sónico”. “Ellos estaban presentando Miami y Babasónica. Me acuerdo de que tocaban temas que por ahí no eran los más radiables. Hasta ese momento cada disco era re distinto, y hablábamos de eso en la gira: la diferencia entre Trance Zomba hasta llegar a Babasónica, que es un disco re oscuro. Hablábamos de eso: del poder de Babasónica y el mix con Miami”.
Justamente este último trabajo había sido el último con Sony, que los acogió desde Pasto, del 92. Liberados del contrato, encontraron nueva casa. “Me acuerdo de que la compañía había hecho el Buenos Aires Hot Festival y me dice Roberto Costa ‘vamos a contratar a los Babasónicos que se les venció el contrato con Sony’. Nosotros veníamos de sacar Ratones Paranoicos, Rata Blanca, La Mancha de Rolando, Los Tipitos... Éramos de un rock más argentino. Cuando me dice de Babasónicos, yo los conocía que sonaban en Rock & Pop, en Day Tripper, el programa de Juan Di Natale, y me gustaban porque les tenía simpatía: habíamos jugado a la pelota y todo. Dije: ‘qué bueno Rober, si a vos te gustan vamos para adelante’”, cuenta Alberto Moles, director del sello.
No había en la industria musical (y en la economía del país en general) indicadores de que Jessico pudiera ser el éxito que fue, pero ya en la cocina se adivinaba un trabajo rupturista. “Cuando me dice Roberto ‘vamos a escuchar lo que están haciendo los Babasónicos’, vamos al estudio y escucho un disco totalmente atípico a lo que estábamos acostumbrados a escuchar en la Argentina. Además yo me imaginaba algo mucho más alternativo y de repente empezamos a ver distintos sonidos. Rock, por supuesto, pero también sintetizadores por todos lados, y con un sabor a sorpresa. Había unas canciones que tenían algo raro que nunca se había escuchado en las radios argentinas”, dice Moles. Lo mismo veía venir Costa, y así se lo hacía saber a los amigos de la prensa: “Me acuerdo de escuchar Jessico por primera vez en la oficina de Roberto Costa. Fue varios meses antes de que salga. Roberto me mostraba las canciones emocionado. Ya se veía venir que iba a ser un disco disruptivo y popular en todo sentido. Cuando salió, no hice más que confirmarlo”, cuenta Bebe Contepomi.
Lo de “disruptivo y popular” es clave: es esa combinación de búsqueda profunda y entrega contagiosa la que define el encanto de Jessico. “La impresión que me causó fue la de estar escuchando algo que iba a ser muy importante. Todos los temas pasaban y yo sentía que ya los conocía de antes. Había algo en el inconsciente colectivo que estaba funcionando y me di cuenta de eso. Me sentía como parte de un experimento”, dice Maikel De Luna Campos, guitarrista de Kapanga, amigo del grupo.
Algo similar opina Daniel Melero, uno de los artistas que más los conoce desde su misma fundación: “Nunca los he observado desde la situación de decir ‘esto es de vanguardia’ o ‘cita cosas de antes’. A mí me parece que un artista no necesita ni siquiera conocer lo que está en boga para después crear algo que después lo esté. Y lo puede llegar a hacer a partir de la información más pueril. Creo que la construcción de Jessico y varios discos de Babasónicos podría ser a través de elementos anteriores, convirtiéndolos en algo nuevo. Una transformación química”. El disco sería, entonces, el desbloqueo de un nuevo nivel de profesionalismo y autoconciencia artística, pero al fin lo que termina importando siempre son las canciones y su encastre con la vida del oyente: “Estoy seguro de que ellos llegaron a un grado de producción, de poder realizar las ideas, tener una cierta manera de utilizar el estudio de grabación y la post producción. Pero no creo que sea interesante Jessico por eso. Al final ahí hay un puñado de melodías, con sonidos que reflejaron la época y tuvieron resonancia”.
El 25 de julio de 2001 el álbum salió a la venta y no tardaron en posarse sobre él los reflectores. “Estalló rápido porque pateó la puerta en las radios”, dice Moles. La crisis ponía obstáculos pero Jessico se los salteaba: “En ese momento Musimundo entra en una especie de quiebra y no compra más discos, así que no sabíamos qué hacer para vender los discos: nos demandaban discos pero no estaban en las disquerías. Tuvimos que hacer unos contactos con Lee Chi y Locuras. No esperaban que fuera a ser una explosión tan grande de repente”.
Esa difusión tampoco demoró en convertirse en convocatoria: “Empezó a sonar en horarios muy buenos y enganchó a mucho público nuevo, curioso. Salían de Cemento y fueron a tocar al Teatro de Lacroze, hoy el Vorterix, y en vez de hacer uno se tuvieron que hacer dos, repleto hasta las manos”, recuerda el presidente de Popart Discos. Atraídas a un sonido que desafiaba y encantaba a la vez, las masas se fueron congregando: “Creo que Jessico para Babasónicos fue la confirmación de lo que habían empezado con Miami: se transformaron definitivamente en banda de estadios y festivales. Como se suele decir: entraron al mainstream sin perder la esencia”, opina Contepomi.
Por ese cambio de paisaje (que -tiempo después lo sabríamos- sería permanente) se habla de Jessico como un punto de inflexión para Babasónicos: el disco sedujo a un sector de la audiencia al que el grupo no solía llegarle. “Al ser más masivos, cambia totalmente el público. Me acuerdo de un show en el Abasto en 2001, donde ya había salido Jessico, y era un público totalmente distinto al que los iba a ver a Cemento o a la gira con nosotros”, dice De Cecco, y Maikel apoya: “Para mí Babasónicos antes y después de Jessico son exactamente lo mismo: una gran banda. Sí hay una diferencia: antes quizás eran una banda de culto, unos pocos asistíamos a sus recitales, y a partir de Jessico se transforman en una banda muchísimo más mainstream, y gente que no los tenía en su órbita los comienza a escuchar”.
El nuevo status en lo industrial es indiscutible, pero cabe preguntarse si vino acompañado de una nueva propuesta en lo artístico. “Hasta Jessico cada disco fue sorpresa. Luego se ha establecido un estilo que no es criticable, porque solo ellos lo tienen. Vos podés escuchar los primeros cuatro compases de una canción, y si son ellos te das cuenta inevitablemente. En eso yo no veo una consolidación: veo una afirmación de una manera de decir”, explica Melero.
Esta especie de exploración satisfecha (traducida en un sonido “estable”) y el mencionado ascenso de convocatoria lograron lo impensable: que a unos pibes de Lanús se los rotule de high class. “Lo que pasó fue que cuando salió Jessico estaba empezando a imponerse lo que conocemos como ‘rock barrial’. Entonces, en la comparación, ellos estaban en la otra punta. Pero el barrio está en todos lados, solo que hay diferentes maneras de retratarlo”, conjetura Bebe. La misma explicación de etiquetado más por contraste que por descripción real ensaya Maikel: “El aura de ‘chetos’ que les puede haber quedado a los chicos, creo que tiene que ver con un momento sociocultural de esa época, de lo que se estaba escuchando acá. Ellos siempre fueron muy elegantes, muy sutiles con la música. Siempre estuvieron a la moda. Me parece que fue más por envidia que por otra cosa. Yo los conozco, son unos divinos, los quiero mucho, son tipos muy sencillos y, claro, son grandes artistas. Pero nada más lejos de la realidad porque los conozco y sé que son bastante forajidos, je”.
Sin panfletos, clisés combativos ni canciones compuestas con el diario en la mano, Jessico es -a su manera- un disco de crisis, uno que se enfoca en la mirada optimista del disfrute para hacerle frente al incendio. Así lo define Daniel Melero: “Yo no recuerdo una época que haya sido favorable en la Argentina, sinceramente. Tal vez todo el arte argentino tenga que ver con la dificultad y la desgracia y los vaivenes de este país. Pero de ninguna manera creo que sea un estandarte haberlo logrado, porque también hay una gran negación de lo que ocurre a favor de un glamour personal por el que cualquiera podría decir ‘estos están perdiendo el tiempo’, y sin embargo están haciendo la mejor inversión. O tal vez no es la mejor, pero es tan bella de ver desde adentro…”.
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