La artista chilena habla de su nuevo disco marcado por la meditación
‘Estoy descubriendo lo que es viajar a Buenos Aires solo para hacer promo”, dice la chilena Javiera Mena una tarde de mayo en las oficinas de Sony Music, mientras disfruta las comodidades de pertenecer a un sello multinacional por primera vez en más de diez años de carrera. Está acá para presentar Espejo, un disco de baladas bailables que significa algo así como un descanso después del explosivo Otra era (2014), el álbum que la llevó a tocar en el Festival de Viña del Mar de 2016 y la instaló definitivamente como una improbable figura del pop independiente en el corazón del mainstream de Chile. “Yo sé que no tengo la super voz, tipo The Voice”, dice ella. “Pero cada vez se valora más lo auténtico, y creo que la trascendencia de un artista está mucho más ahí que en el éxito inmediato.”
A dos años de tu show en Viña del Mar, ¿qué recordás de esa noche consagratoria?
Que teníamos todo para que nos abuchearan, pero no nos abuchearon. Fue un triunfo. Eran como las dos de la mañana, y tocamos entre Wisin y Don Omar, dos reggaetoneros. El 90% del público había ido a verlos a ellos. Además, la noche anterior, yo había cantado de invitada de Alejandro Sanz y me había equivocado la letra de “Corazón partío”. Fue como el tema del festival. Era todo bastante hostil. Pero yo tenía un show que me defendió, que fue como un escudo.
Era un show super discotequero, basado en el sonido de Otra era (2014), el álbum que te terminó de instalar como una figura pop en Chile.
Sí, ese fue mi momento de querer ser más pop. La noche de Viña era como la culminación de todo eso, y me topé con un mundo completamente diferente, en el que la música pasa a un segundo plano. Importa más el conflicto, y yo caí como anillo al dedo porque nadie más en todo el festival se había equivocado. Fui como la niña símbolo de la burla, pero al otro día me dieron las Gaviotas de Oro y de Plata. Fue muy simbólico para mí, que hice mi camino muy en paralelo al mainstream. Y me sirvió para darme cuenta de qué lugar quiero ocupar.
¿Por eso en Espejo bajaste un cambio? Volviste a las baladas bailables de Mena (2010).
Sí, Otra era funciona bien a las cuatro de la mañana, y este es más para las doce de la noche. Me reencontré con el midtempo, que me parece muy rico. A mí me apasionan el funky y la música disco: Guilty, el disco de Barbra Streisand & Barry Gibb, lo escucho casi todos los días. Me pasó que, mientras hacía los temas de Espejo, de repente iba subiendo el bpm para que no quedaran tan lentos, pero al final lo volvía a bajar.
Es tu primer disco sin canciones de amor...
Fue un permiso que me di. Llevaba cuatro discos hablando de cosas muy románticas, de deseo, de pasión y de enamoramiento. Quería expandirme como letrista, porque yo también admiro los discos de Mecano, por ejemplo, que pueden hablar de una fábrica, de una perra...
Pero los temas de Espejo no tratan asuntos tan cotidianos. Son tus letras más profundas.
Es más deep, sí. Había algo que venía buscando desde hacía mucho, y que siempre terminaba dejando de lado porque pensaba que no respondía a mi estilo de canción, que tiene que ver con la entereza. Y, sobre todo, con encontrar esa entereza dentro de mí misma, sin la necesidad de que me la dé otra persona.
Te iluminaste.
No, no me iluminé. Pero es cierto que hay una cosa medio new age.
¿Tiene que ver con la meditación?
Sí, tengo un largo camino recorrido como meditante. El budismo me ha inspirado mucho, incluso en discos anteriores. Pero recién ahora me animé a que eso se notara un poco más. La espiritualidad suele estar muy manoseada, no quería caer en eso.
¿Qué es específicamente lo que te atrae del budismo?
Yo practico una técnica que sigue el linaje del budismo shambhala, que fue adoptado por Chögyam Trungpa, uno de los monjes a los que echaron del Tíbet cuando invadió la China comunista. Lo que me llamó la atención fue que esta meditación no busca la perfección ni la felicidad, sino que es como muy Star Wars, de trabajar con el lado oscuro de la fuerza. Es muy incómodo estar presente en el momento, por eso siempre lo estamos tapando con un cafecito, con Instagram, con una serie. Y acá la idea es meter los pies en el barro y trabajar sobre eso hasta atravesarlo.
Hace poco, Natalia Lafourcade, que es de tu misma generación, anunció su retiro de la música por tiempo indefinido. ¿Entendés una decisión así?
Sí, pero Natalia tiene un nivel de exposición muy superior al mío. Es para colapsar. Ha estado muy exigida, y es una persona no exitista. Yo no llegué a ese colapso, y quizás no llegue nunca. A veces me pregunto qué pasaría si tuviera más éxito, y pienso que quizás no podría soportarlo. De alguna manera, estoy en el lugar que yo me he buscado.
¿Eso no se contradice con haber firmado tu primer contrato con un sello multinacional?
Sony se interesó en mí: me decían que mi música debería estar más expuesta. Y yo quería probar. Por otro lado, entienden el lugar que ocupo. En Chile soy super conocida, pero en otros países no me conoce nadie. Y a mí esa dinámica me gusta un montón.
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