Hiperactivo, generó tres discos durante la pandemia y ahora presentará su álbum Subversiones en vivo en La Trastienda; en simultáneo continúa con su programa en elnueve y está al frente de una línea gastronómica que no para de crecer
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A los 58 años, a Javier Calamaro se lo percibe entusiasmado por el concierto que dará el 18 de noviembre en La Trastienda, presentando Subversiones -un álbum con diez temas grabados durante la pandemia y que forman parte de un acervo imprescindible- y cerrando la gira de El regalo, otro de sus últimos materiales; pero también está eufórico con la línea de aceite de oliva y aceto balsámico premium que lleva su apellido como rótulo. Entre la música y la gastronomía se define su vida hoy, fusión que también se plasma en su programa La cocina de los Calamaro, que sale los domingos a las 13 por elnueve.
“La cuarentena fue un tiempo corto en relación a la cantidad de cosas que generamos”, dice de movida el músico, quien ha tenido una mirada muy crítica de la génesis y el manejo de la pandemia, tema que también abordará con LA NACION, al igual que el recuerdo de aquellos años de duras adicciones y tránsito por las márgenes sociales y la posterior epifanía que lo rescató. Hoy se pone a prueba con duros desafíos físicos -como ir en busca de la cima de las montañas- que cuenta con orgullo inocultable.
Adicciones, espiritualidad y desafíos
“Mi filosofía es ´Dios soy yo´ y quien está leyendo estas líneas en LA NACION también es Dios. Cada cual es su propio Dios. No es exactamente ser agnóstico y tampoco ateo, pero vulgarmente sería eso. No tengo equipo de fútbol y tampoco religión, ¿para qué?, si tengo la música, la familia y los amigos. ¿Sabés dónde lo vi a Dios? Durante el 2018 abandoné prácticamente todo para hacer montañismo y autosuperarme”.
Javier Calamaro se desafía en el ascenso de montañas. Su logro más trascendente fue subir el cerro Aconcagua, en la Cordillera de los Andes, a la altura de Mendoza. En alguna cumbre tocó su música, al igual que en las profundidades del océano. Una búsqueda que va más allá de lo físico en esa comunión con la inmensidad sobrecogedora que propone la naturaleza. “Cuando llegué a más de tres mil metros, estaba hipóxico, tenía el mal de montaña. Me faltaba el oxígeno, me tenía que aclimatar. Esa adversidad lo convierte en un viaje muy personal”.
-¿Ascendés solo?
-No, siempre acompañado por amigos con más experiencia que yo. El Aconcagua lo hice con Facundo Arana y Dani Oroño.
-¿Qué experimentás en esos ascensos?
-Cuando subís la montaña y te empieza a doler hasta el alma, se te revuelve el estómago y descubrís la cantidad de dolores de cabeza que podés tener simultáneamente, pero seguís subiendo. Cuando llegás a la cumbre, es lo más parecido a Dios que conocí en mi vida.
-¿Por qué lo hiciste? ¿Qué buscabas?
-Autosuperación, ser una mejor versión de mí mismo. Tan simple como eso. Tuve treinta años de…
-De rock and roll...
-Sí, y vi cómo llegan los tipos a mi edad, si no la cortan. Primero la corté, después lo revertí y cambié automáticamente mi alimentación. El 6 de abril de 2018 lo fui a ver a Facundo Arana y le dije: “Vos escalaste el Everest y el Aconcagua, yo quiero subir al Aconcagua y lo quiero hacer con vos para que me pongas fichas, porque tengo treinta años de fumar, drogarme, no dormir y estar encorvado frente a una computadora”.
-¿Qué te respondió?
-Aceptó rápidamente y me mandó a consultar a una médica especializada en montañismo y a entrenar.
-¿Cómo fue ese entrenamiento?
-Para subir el Aconcagua hay que entrenar, por lo menos, dos horas por día durante un año. Antes de ese cerro tenés que hacer un montón de otras montañas, ir in crescendo en el dolor. Hay que aprender a no dormir por el malestar. Todo ese entrenamiento físico y el cambio de alimentación es el treinta por ciento del éxito para hacer cumbre.
-¿Cuál es el setenta por ciento restante?
-La cabeza. Imaginate lo que pasa por tu cabeza para lograr un imposible.
-¿Por qué imposible?
-Porque no hay forma de éxito en un tipo que estuvo treinta años tomando cocaína, fumando, durmiendo mal y pensando cualquier barbaridad. Una persona así no puede escalar ni el cerro más bajo de Vallecitos. Yo no le rezaba a Dios, me decía: “un paso más, un paso más”.
-¿Cuándo subiste el Aconcagua?
-El 28 de noviembre de 2018, a menos de un año de haber recurrido a Facundo Arana por primera vez.
-¿Qué fue lo peor que te tocó atravesar en el ascenso al Aconcagua?
-La suma de malestares físicos te bajonea. Al Bertrand, que es un volcán de Catamarca donde hice mucho entrenamiento, llegué arrastrándome y llorando por el malestar. Sentís que la cabeza te va a volver loco.
-En algún momento, ¿se pierde el conocimiento?
-No, el estado es de lucidez absoluta, pero la falta de oxígeno te afecta mucho el cuerpo.
Si bien Javier Calamaro estaba preparado para hacer cumbre en el Aconcagua, una tormenta de nieve, que lo sepultó hasta la cintura, hizo que el desafío finalizara en los 5400 metros, una altura extrema a la que pocos llegan.
-Luego de aquellos treinta años de consumo de drogas, ¿qué te llevó a cambiar?
-No vivía drogándome todos los días.
-No dije “todos los días”, sino que retomé algo que vos comentaste hace un momento.
-Digamos que vivía como un bohemio, a veces un poco al margen y extremadamente, de lo contrario estaría muerto.
-Ahí apareció el “Dios Calamaro”.
-El encomendarme a nadie más que a mí mismo. ¿Se entiende?
-Sí.
-Tampoco soy mi propio Dios.
-No me respondiste qué te llevó a cambiar.
-Visualicé el futuro que podía tener, había dos caminos y uno no me gustó. Y pensé en mis padres, longevos y sanos.
-¿Qué es lo que se modificó en vos?
-Todo, tuve una hija a los 55 años y puedo decir que soy un gran padre. Compuse canciones cada vez más lindas, mis conciertos son mejores; antes salía de gira y en el tercer show estaba afónico. Vengo de grabar un montón de programas de televisión, buceé en lugares sin visibilidad y con el agua a seis grados y esa noche pude cantar. Antes tomaba cocaína y ahora voy a nadar todos los días a una pileta semiolímpica.
La charla deriva en otros temas. Cuando se le recuerda que hace poco cumplió años Charly García, toma su teléfono y le envía un cariñoso saludo. “Hola mi vida, sabés que te quiero mucho y que te llevo siempre en mi corazón”, le dice en un mensaje que llegará al número de Mecha, la pareja del astro del rock.
-Alguien que vivió tanto como vos, ¿qué desea para sus hijos?
-Sólo me gustaría que tengan los ojos suficientemente abiertos para que ningún engaño les pase por delante y que sepan que la vida es un regalo maravilloso y que se vive a fondo cuando las reglas las pone cada uno. Tampoco estoy en contra de todo, cuando tuve a Romeo, no quería que fuera a la escuela, pero ahora Sacha va a la sala de dos y está muy contenta.
Secuelas del confinamiento
Acaso esa sensación de abismo y de inconformidad ante ciertos manejos de uno de los períodos más controvertidos de la historia contemporánea de la humanidad lo llevó a involucrarse en varios proyectos en simultáneo. “Durante la pandemia hice tres álbumes”, enumera con aire de orgullo. A Subversiones y El regalo se le suma Cuarentennial, el registro audiovisual de un concierto que dio por streaming en aquellos meses aciagos en los que la presencialidad era una quimera.
Cada tanto dirá “cuando estábamos encerrados”, claramente con una mirada crítica ante lo que las mayorías del mundo reconocieron como la única vía posible y efectiva para prevenir contagios, sobre todo antes de la aparición de las vacunas. Sobre la vacunación también su ojo crítico se pondrá de manifiesto.
Calamaro es un outsider. Una buena razón para haberse radicado en Don Torcuato, en una casa con un parque pletórico de vegetación. Casi un autoaislamiento, justo él que se rebeló ante aquel otro provocado por el Covid.
Durante el tiempo más duro de la pandemia, junto a su banda realizó las primeras grabaciones a distancia, hasta que uno de los músicos golpeó la puerta de su casa: “Cuando le pregunté cómo había hecho para llegar, me respondió: ‘Cuando vi dónde estaban los gendarmes, pegué la vuelta a la manzana, me escapé´. De ahí el nombre del disco, éramos subversivos por juntarnos a hacer música”.
Luego, con un confinamiento más flexible y con permisos de circulación, Calamaro se unió a la banda de Ricardo Soulé para grabar una nueva versión de “Génesis”, de Vox Dei, en la localidad de Carlos Keen. “Imaginate cómo estábamos nosotros en un encierro arbitrario, acostumbrados a estar de gira siempre, por eso nos reencontramos para grabar un hito de la canción que habla, justamente, sobre el origen de la vida, en un momento donde todos hablaban de morirse”.
-Subversiones también cuenta con una versión de “Mariposas de madera”, ¿por qué elegiste el tema?
-Estuve muchas veces con Miguel Abuelo. Uno de esos encuentros se dio en su casa, con los dos solos conversando. Allí me contó la historia del tema.
-¿Se puede conocer ese relato?
-Una vez, el Flaco Spinetta le dijo que “Muchacha ojos de papel” lo había hecho inspirado en “Mariposas de madera”. Plagio. Esa historia me quedó picando y en ese encierro cuarentenario surgió grabar el tema que yo nunca había cantado.
En Subversiones también figuran “Borrachos de carnaval”, “El fantasma de Canterville”, “El último tango”, “Garúa”, “Mátame suavemente” y “Promesas sobre el bidet”, entre otros clásicos de la música argentina.
La mayoría no quiere recordarlo, pero pareciera ser que Javier Calamaro -a pesar de haber trabajado creativamente- no puede desprenderse de aquellos meses en los que todo estaba en riesgo por la peste universal. “En cuarentena, el 2 de noviembre de 2020, nació mi hija Sacha”. La beba llegó al mundo justo cuando su padre se disponía a brindar su primer concierto presencial, pero bajo las leyes del distanciamiento; la platea eran automóviles estacionados en un gran predio y el pogo se establecía con bocinazos. “Aquel show fue en un autocine de Escobar. Recuerdo que, mientras probaba sonido, mi mujer rompió bolsa”. También es padre de Romeo, de 21 años, fruto de una pareja anterior.
-Tu mirada sobre la pandemia y el manejo que se hizo de la cuarentena en nuestro país ha sido y es muy crítica.
-Yo diría realista.
-¿Qué considerás que sucedió con ese virus que afectó a toda la humanidad?
-Sospecho que el Covid fue creado en un laboratorio.
-¿Un virus de diseño?
-Sí, claro.
-¿Circuló accidentalmente o fue algo programado?
-Que salió espontáneamente de una sopa de murciélago en un mercado de Wuhan ni en ped… Tal vez, sí, pero no accidentalmente. Ni siquiera creo que haya salido de allí, tengo la sospecha que fue una cosa de Estados Unidos para, digamos, joder a los estadounidenses, sacarles la plata...
-¿Con qué finalidad?
-Para demostrarles a los ciudadanos que son frágiles y endebles y que la sociedad es fácil de dominar.
-¿Salió de Estados Unidos?
-Obviamente, y se amplió a todo el mundo, razones sobran. El negocio de las vacunas era para los rusos, chinos, indios y para todos los gobiernos del mundo. El sueño de un déspota, un tirano, un Hitler encubierto, es dominar a la gente, y ese instinto de dominación nunca paró. Desde que existe el ser humano, el hombre quiere dominar al hombre, nunca va a dejar de pasar. Qué nos hace creer que ahora se transformó en guerras por cuestiones territoriales o religiosas. ¿Desde cuándo? ¿Qué cambió de la especie humana para que eso dejara de existir? Nada.
-Entonces, decís que el Covid fue lanzado desde Estados Unidos...
-Creo que la mecha la prendieron los norteamericanos -es una sospecha personal-, porque el negocio era mayor. En Estados Unidos, para que ganara la pulseada la Pfizer, hablaban de cuatrillones de dólares; no sé escribir ese número. Ese es el negocio que hicieron a costa de la plata de la gente, arruinando economías y gobiernos y que todo dependa de una vacuna. Así que no salió de un mercado de Wuhan ni fue accidental. Sospecho que fue un gran negocio.
-También fuiste muy crítico del confinamiento impuesto en nuestro país.
-Sólo que, para mí, el confinamiento fue vida y amor, porque la creación es eso. De ese tiempo salieron una hija, tres discos y un programa de televisión.
Televisión en casa
“En cuarentena estábamos endeudadísimos, sólo teníamos para morfar, así que acepté la propuesta de un amigo para hacer un programa en América, donde él iba a conducir y yo cocinar”. Javier Calamaro cocina desde los once años, una afición que pocos conocían.
Aquel amigo fue el músico Maxi Pardo, uno de los que sí sabía sobre las habilidades del cantante frente a las hornallas. “Eso me significó poder salir de mi casa y ganar buena guita”. El artista, quien desde 1988 -y durante una década- estuvo al frente de Los Guarros, convocó a Rodrigo Aguirre, un amigo chef, para que lo acompañara en el desafío. Cuando aquellos ocho episodios previstos de Rock & Fútbol llegaron a su fin, Calamaro quiso seguir adelante con un proyecto de cocina televisado. “Volvíamos de grabar por la Panamericana vacía y sentíamos que no queríamos terminar con ese trabajo tan lindo”.
-Así nació tu propio programa en elnueve.
-Sí, de hecho lo nombré La cocina de los Calamaro, porque todavía estaba esa cosa del encierro, el miedo a que nos volviesen a encerrar. Pensé que sí eso volvía a suceder, quería estar en mi casa con mi mujer y mis hijos.
Desde comienzos de julio de 2021, el programa, que fusiona música y gastronomía, se realiza en la casa que el músico y su familia habitan en la localidad de Don Torcuato. La cocina de los Calamaro -que sale los domingos al mediodía por elnueve- en su última emisión cosechó un promedio de rating de 1,6, superando con comodidad a América y ganándole a Carburando, el clásico del automovilismo que se ve por eltrece.
-Los invitados del programa son el otro plato fuerte.
-El primero que vino fue Peteco Carabajal y luego llegó L-Gante. También hice un programa con los mejores del tango, el Chino Laborde, Cucuza Castiello y Cardenal Domínguez.
También menciona a Las Pastillas del Abuelo, Willy Quiroga, Los Twist y Fabiana Cantilo, entre tantos referentes que pasaron por su casa. “Fui mil veces a la televisión a tocar o presentar discos, pero nunca nadie me recibió en su casa y con una rica comida”, argumenta, dejando en claro que de la falencia nació su idea.
-¿Cocinás desde los once años?
-Era chico y mi vieja me preguntó si me gustaba su guiso de lentejas y yo le respondí: “Algún día lo voy a hacer más rico que vos” y lo logré. ¿Sabés cuánto me llevó superar a mi mamá? Cuarenta años, porque su guiso era la perfección. Amo cocinar, es un acto creativo, como cantar, y es una terapia.
Emprendedor
Pareciera ser que Javier Calamaro tiene más ganas de hablar de su línea de aceite que de música o televisión. Está orgulloso de su emprendimiento y no duda en contar el proceso que logra que el producto sea premium y gourmet. “Nuestra tirada actual es de 16.000 unidades, cifra a la que llegamos con seis productos diferentes de aceite de oliva y aceto balsámico”.
Comienza a enumerar las virtudes de sus productos -que se consiguen en 250 locales del país y a través de algunas plataformas de venta online- y se envalentona tanto como cuando describe su última composición. Su hijo Romeo es el responsable del e-commerce del emprendimiento. “Quien lo compra, al día siguiente lo tiene, viva donde viva”.
El músico habla de plantaciones de aceitunas y cosechas y de las virtudes de cada producto, todo alejado de la elaboración industrial y en grandes proporciones. “En términos de salud, es el mejor aceite de oliva”. Habla de polifenoles y de alta concentración que tienen sus aceites y acetos con convencimiento de erudito.
-¿Cómo imaginás tu vejez?
-Cantando tango y rock, buceando, nadando y haciendo el amor. Y haciendo menos, porque ahora trabajo mucho.
Agradecimiento: Arena Café (Costa Rica 5954, Palermo).
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