Conduce los domingos al mediodía La cocina de los Calamaro, por el nueve; abre las puertas de su casa para cocinar y cantar con diferentes invitados, como L-Gante y Coti, presentes en los dos primeros programas
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El de Javier Calamaro es un programa de cultos: culto a la buena comida, culto a la charla amistosa, culto a la complicidad del entorno familiar, culto a la música compartida. En pleno auge de la gastronomía como insumo básico de la televisión -hoy la gama de alternativas va de las clásicas mesas de Mirtha Legrand heredadas por su nieta Juana Viale hasta La Peña de Morfi de Gerardo Rozín, pasando por PH Podemos Hablar de Andy Kusnetzoff y el boom de MasterChef Celebrity-, La cocina de los Calamaro llegó a la pantalla de elnueve para ganarse un espacio los domingos a las 13.30, la hora ideal para compartir un almuerzo con la audiencia que decida acompañar a este ciclo que nació después de una reveladora experiencia que Javier hizo en Rock n’ foodball, programa que hasta no hace mucho conducía Maxi Pardo en América. “Ahí probé cocinar en cámara por primera vez y la verdad es que me encantó. Lo hice en ocho programas y me di cuenta de que me resultaba muy divertido. Me propuse replicar la satisfacción que siento cada vez que con Paola, mi mujer, cocinamos para amigos que vienen a visitarnos -cuenta Calamaro-. Lo que hacemos es honrar esos encuentros, celebrar la amistad, que es algo en lo que estuvimos durante más de diez años y ahora recreamos para el programa”.
Javier recuerda hoy que su interés por la cocina apareció cuando tenía apenas 11 ó 12 años y le pidió a su mamá Esther que le enseñara a preparar ese guiso de lentejas del que él era fanático. “Era un plato complejo para aprenderlo a esa edad, pero lo logré y de ahí no paré más hasta hoy.
¿-Cocinás habitualmente?
-Cocino mucho para agasajar a los amigos y la idea de este programa es reproducir esa dinámica con la mayor fidelidad posible.
-¿Cómo se dio la participación de tu familia?
-Es que de entrada supe que tenían que estar La Pochi, mi mujer, y mi hijo Romeo, que no vive con nosotros pero viene a casa tres veces por semana y de vez en cuando se pone a cocinar. También sumamos a Rodrigo Aguirre, un chef de confianza, con una gran carrera y más de 1.500 recetas en la cabeza, y al maestro Leandro Chiappe para el segmento musical. En el cuarto episodio que grabamos, Paola se acordó de que José Luis Gioia le había pedido, en un encuentro que tuvimos antes de la pandemia, que le prepare un plato tradicional de Cuba, el país donde nació ella. Entonces le hizo el puerco al horno con una receta familiar ancestral, y quedó bárbaro. La verdad es que es algo muy natural para nosotros, y creo que eso al final se nota.
Más que la novedad en un formato muy transitado últimamente, lo que fortalece al ciclo televisivo es la calidez de Javier como anfitrión: se lo nota suelto, es cortés sin ser zalamero y sus conversaciones suelen girar en torno a temas que domina, como la cocina y la música. “Diría incluso que me siento más seguro con la cocina que con la música”, reflexiona.
-¿Te asusta cocinar en televisión?
-No le tengo miedo a nada, y me sale bien un plato de cada latitud: hago comida india, china, japonesa, turca, árabe... También todo tipo de carnes, recetas criollas, pastas y adaptaciones argentinas de platos españoles o italianos. Cuando tengo dudas, me arreglo con algún tutorial de Internet o preguntándole a un amigo que sepa. Me sale muy bien el goulash húngaro. Es un plato que me enseñó Mario Breuer (conocido ingeniero de sonido argentino), y no paré hasta superar al maestro (risas).
-¿Alguna receta familiar?
-El guiso de lentejas de mi vieja. Estuve más de treinta años mejorándolo y ahora me sale exquisito. Cuando estuve en Valencia, donde vivía mi mujer hace unos años, aprendí a hacer una buena paella. Le tengo más respeto a la parrilla o el asador, por eso esa parte se la dejo a Rodrigo.
En los primeros dos episodios del ciclo estuvieron L-Gante, el joven intérprete de música urbana al que hace unas semanas la vicepresidenta Cristina Kirchner hizo referencia en un discurso, y Coti, el popular músico rosarino. “Quedamos muy contentos con el programa en el que estuvo Elián (el nombre de pila de L-Gante). Es un tremendo crack, un pibe inteligente, sensible y con un gran encanto. Lo quería conocer porque las letras que escribe son súper densas y me gustaba la idea de indagar por ese lado. Y resultó que el chico que escribe esas historias tan heavies es un fenómeno, un artista muy lúcido y un tipo divino, pura sonrisa y carisma. Es evidente que tiene ángel”.
A partir de la experiencia que supone haber estado seis veces en la famosa mesa de Mirtha Legrand, Javier fue delineando un estilo propio para su programa: “Me parece que por el peso y la rigidez que suele tener ese ciclo, muchas veces el invitado puede sentirse intimidado. Mi idea fue lograr justamente lo contrario: vienen amigos, nos relajamos, nos olvidamos de la cámara y fluimos a lo largo de siete horas. Después queda una edición de cuarenta minutos, con la parte musical incluida. Grabamos mucho y hacemos un laburo de selección importante”.
Más allá de la afición por la gastronomía, Calamaro tiene también planes relacionados con su carrera musical. Aprovechó la cuarentena para componer en el estudio que tiene montado en su casa las doce canciones inéditas de un disco que saldrá antes de fin de año y que también incluirá una nueva versión del ya conocido tema “Quitapenas”, de su álbum homónimo del año 2000. “No será un disco de tango, como Villavicio (2006) o La vida es afano (2014) -adelanta el músico-. Hay pinceladas de rock en todas las canciones, salvo en la versión de ‘Quitapenas’ que grabé con Ulises Bueno, que tiene una base de cumbia, aunque las guitarras también son muy rockeras. Está Coco Sily haciendo un recitado en medio de un tema y hay aires de música latina o de milonga, en la línea de lo que ya trabajé desde mi primer disco, 10 de corazones, que aunque parezca mentira cumplió veintitrés años. Yo nunca planifiqué nada, me dediqué a la música gracias al estímulo de mi padre, que era un gran melómano y un tipo muy ilustrado que nos ponía discos de música clásica, tango y folklore a Andrés y a mí. Con él fuimos a ver a Carlos Santana al Luna Park en el 71. También nos llevó a ver a Piazzolla, a Joao Gilberto, a Vinicius de Moraes. Era amigo de Julio De Caro, lo conocía a Cátulo Castillo... Y mi hermana también estaba muy metida en el palo del folklore, por eso conocimos a Mercedes Sosa y a Atahualpa Yupanqui. Todo eso quedó impregnado en Andrés y en mí: el amor, el gusto por la música que nos mostró mi viejo, el respeto por todos los estilos, aun cuando cada uno pueda tener más afinidad por ciertas cosas. Yo escuché mucho a Rubén Blades, a Willy Colón, a los venezolanos de La Dimensión Latina, entonces era clavado que iba a querer hacer algo que tenga la clave cubana, arreglos de brasses y percusión latina”.
-Y tus comienzos fueron bien rockeros, con Los Guarros...
-Cuando armamos Los Guarros, el Gitano Herrera quería hacer puro Deep Purple, rock and roll duro, pero yo le empecé a meter el componente latino y el funk que había escuchado vía James Brown. Era un grupo y había que negociar, pero una vez que me hice solista me propuse permitirme todo, explorar los géneros que me gustan mucho y ponerles mi sello a las canciones.
La otra gran noticia en la vida de Javier es su reciente paternidad: en noviembre del año pasado nació Sacha, la hija que tuvo con Paola Montes de Oca, después de una larga búsqueda. “La paternidad no fue para nada experimental, fue muy planificada -remarca-. Llevamos doce años de pareja y estuvimos once en eso… Probamos de todo, y como tantas cosas maravillosas que pasaron durante la cuarentena, al margen de muchísimos dramas que son conocidos, sucedió inesperadamente, cuando estábamos encerrados. No me pregunté mucho por qué se dio así, pero lo cierto es que sucedió justo cuando nos relajamos y nos olvidamos de todo. Estábamos en casa tranquilos, dedicados a la creación, Paola con la pintura yo con la música, y al final creamos una vida”.
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