Portarretratos donde se los puede ver a él y a su esposa posando junto a Jorge Luis Borges o Julio Cortázar. Familiaridad que Jairo supo cosechar con dos de los máximos exponentes de nuestras letras. Esas dos imágenes, en buena medida, lo definen. Hizo amigos aquí y allá. Ilustres que, con solo nombrarlos, inspiran respeto. Él los trató. Hablará de Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa o Astor Piazzolla con una naturalidad que le permite abordar esos recuerdos como si se tratasen de historias familiares, aunque no por ello, les resta honores a esas figuras que se cruzaron en su vida y en su carrera. Al contrario, los siente referentes.
Influencia ineludible que dialoga con su arte, con esa vocación de la cual jamás dudó y que, el sábado, a las 19.30, lo llevará a festejar sus 50 años de trayectoria en el escenario del Teatro Colón, en el marco del Festival Únicos. "Este festival es fantástico porque ha encontrado la manera de llevar una gran variedad de estilos, y a la música popular, al Colón. Además, la gente responde muy bien porque quiere ir al Colón, lo que sucede es que, a veces, le da miedo. El Colón es una sala que impone respeto", confiesa el cantante nacido en Cruz del Eje, que ha vivido 25 años en Europa, y que hoy es un vecino de Vicente López que disfruta de su calle arbolada a más no poder y de una casa que es un refugio que inspira, rodeada de naturaleza y con instrumentos y referencias musicales en cada rincón.
–No será la primera vez que te recibe el escenario del Teatro Colón.
–Así es. Mi primer recuerdo del Colón está asociado al festejo de Ariel Ramírez cuando cumplió 50 con la música. Me llamó a París para invitarme a cantar esa noche. Por supuesto, acepté inmediatamente y me vine especialmente. Hicimos "Indio Toba", "Alfonsina y el mar", "Juana Azurduy". Se generó un clima impresionante, de otro tiempo. En mi segunda oportunidad en el Colón pensé muy bien en aprovechar la acústica del lugar. Fue en un evento en el que nos reunieron a varios artistas cuando se cumplieron los 50 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Lo hice acústico, sin sonorización, para disfrutar de los beneficios del teatro, aunque no tengo la potencia de un cantante lírico, lo máximo que he llegado a cantar es música de cámara, algo de Robert Schumann o Franz Schubert. Recuerdo que la gente del Colón me asesoraba dónde pararme. Los trabajadores quieren tanto al teatro, tienen una relación muy fuerte con él.
Además, Jairo compartió el icónico escenario con Ariel Ardit y entonó el "Ave María" junto a la soprano Virginia Tola. En el marco del Festival Únicos, volverá sobre algunos de sus ineludibles: "Interpretaré canciones muy conocidas, el espectáculo estará basado en el repertorio. Haré un paso por el universo de Atahualpa Yupanqui, allí estará Juan Falú, será el momento más acústico de la noche". Exquisito a la hora de escoger material, Jairo es uno de esos artistas que puede pasear su arte por espacios íntimos, teatros de proporciones y festivales populares, como aconteció, hace pocos días, cuando volvió a pisar el escenario de Cosquín: "Es muy interesante lo que sucede con los festivales. Y es muy útil para los artistas nóveles, les da mucha difusión".
–Es interesante como los públicos se fusionan en festivales como el de Cosquín.
–Eso es maravilloso, porque los argentinos somos muy sectarios. Siempre estamos encasillando. Todos somos así, tenemos esa mentalidad.
Antes de salir al escenario es como si estuviera ante un precipicio. Esa angustia que tiene el artista
–En tu caso, es complejo encasillarte porque tu repertorio es muy amplio.
–Desordenado...
–No diría eso...
–En realidad, tiene que ver con la amplitud y el deseo de cantar todo. Esencialmente, a mí me gusta cantar. A veces me meto en camisa de once varas, pero ahí está el desafío. De todos modos, siempre con un nivel de exigencia tremendo. Antes de salir al escenario es como si estuviera ante un precipicio. Esa angustia que tiene el artista, la concentración, se nota en la platea.
–Celebrás 50 años de carrera, ¿aún hay angustia antes de enfrentar a los espectadores?
–Sí, me pongo nervioso ensayando si algo no me sale bien.
–Cuanto más consagrado se es, más responsabilidad existe. De alguna manera hay que estar a la altura de uno mismo...
–Es un estrés que se instala antes de subir a cantar. Es algo intangible, pero tenés que sentir que alguien te lleva al centro del escenario. Quien fuera dueño del Olympia de París durante muchos años, Bruno Coquatrix, tenía una costumbre fantástica, que a mí me encantaba: en la premiere, te empujaba antes de salir. El público conocía ese rito. Cuando Coquatrix murió, Yves Montand salió a escena trastabillando, como un homenaje. Además, en los estrenos en el Olympia te encontrabas en la primera fila con Sophia Loren o Georges Brassens. Es muy fuerte salir al escenario y ver a toda esa gente allí.
Profeta en varias tierras
–En 1977, el Olympia fue tu puerta de entrada a Francia.
–La primera vez que canté allí fue junto a Susana Rinaldi. Luego, llegué a hacer 18 días seguidos de funciones, pero artistas como Gilbert Bécaud se podían quedar a vivir allí, para él era como el living de su casa.
–Viviste un cuarto de siglo en Europa. Sos un artista consagrado en España y Francia. ¿Alguna vez sentiste que no eras profeta en tu tierra?
–No, nunca. De todos modos, tanto tiempo allá hizo que se pierda la cotidianeidad que uno entabla con el público al vivir en el mismo lugar. La familiaridad con el artista se da conviviendo en el mismo espacio.
–A diferencia de muchos artistas, en tu caso, la partida no fue provocada por un exilio de razones políticas.
–No. Me fui en el 70 porque me ofrecieron un contrato en España. Tenía un perfil antidictadura, pero no fui un exiliado político sino artístico. Piazzolla decía que era un exiliado artístico. En su caso, porque era un gran innovador y eso, a veces, genera resistencia en los puristas.
–Vos también fuiste y sos un innovador. En tu voz, el folklore suena con estilo propio.
–Sí, algo de eso hay, pero también mi origen es folklórico y eso se puede percibir cuando canto. Nadie me tuvo qué explicar cómo se decía una chacarera porque eso lo mamé, conocía las acentuaciones, lo sentía rítmicamente. Por otra parte, lo que dice el folklore tiene mucho que ver conmigo, soy un provinciano del norte de Córdoba. Cuando Yupanqui me vino a ver al Olympia, me esperó en la puerta y me dijo: "Lo vine a ver porque usted es del norte de Córdoba y yo tengo una gran querencia por ese lugar". Y me habló de gente de Cruz del Eje, y de esa zona que va rumbo al Cerro Colorado.
–¿Volvés seguido a tus pagos?
–Sí, aunque menos de lo que me gustaría. Tengo un problema familiar muy grande y eso me tiene un poco atado.
–¿Te referís a los problemas de salud de Teresa, tu mujer?
–Sí, está muy enferma desde hace muchos años, así que no puedo, ni quiero, alejarme mucho de ella. Está muy lúcida y eso, a veces, juega en contra de un enfermo. Montamos una internación domiciliaria desde hace muchos años, así que la casa es un desfile de médicos y especialistas. Pero no es una carga para mí, no lo siento así. Ella hubiera hecho lo mismo por mí.
–¿Cuánto tiempo llevan juntos?
–48 años.
–Ella es española. ¿Cómo se produjo el encuentro?
–Es madrileña. Nos conocimos a los pocos meses de mi llegada a España. Nos presentó una amiga, un 25 de diciembre.
–Para ustedes, una Navidad histórica e inolvidable.
–Nevaba mucho. Yo tenía veinte años y en esa cena no hablé ni una palabra porque soy muy parco, tímido. Me cuesta mucho arrancar.
–Algo habrás dicho, porque hace 48 años que están juntos.
–Cuando se levantó para irse, le dije: "Te acompaño".
–La frase precisa.
–Caminamos bajo la nieve, la acompañé hasta su casa que quedaba a seis cuadras. Al día siguiente, yo tenía que cantar en un programa de la Radio Nacional en el Teatro Madrid, el más antiguo de la ciudad. Le dije que me gustaría que me acompañase. Su respuesta fue lo que nos unió.
–¿Accedió inmediatamente?
–Lo pensó, no dijo nada, se alejó y, cuando abrió la puerta, me preguntó: "¿A qué hora es lo de mañana?" A partir de esa noche, no nos dejamos de ver un solo día, salvo cuando me voy de gira.
–Tus hijos viven fuera de la Argentina, ¿cómo es el vínculo con ellos?
–Excelente. Viajan muy seguido para estar con su madre. Yaco la ve más seguido porque vive acá. Son todos muy unidos. Y la tecnología ayuda a que, cuando están en Buenos Aires, puedan seguir atendiendo sus actividades.
Cruz del Eje y París
–Hacé pocos días te volvió a ovacionar el público del Festival de Cosquín. Vas a cantar nuevamente en el Teatro Colón. En Francia, jugás de local. Y en buena parte de Europa sos una figura muy reconocida. A la hora de subir a un escenario, ¿aparece en tu retina aquel Marito González que salió de Cruz del Eje para cumplir el sueño de ser cantor?
–Inevitablemente, porque ése soy yo. Hay un proceso evolutivo que no se debe impedir, pero yo soy Marito. El cambiar de nombre me dio la posibilidad de ser otro, y esa es una fantasía que tenemos todos. Cuando uno es joven tiene ansiedad y piensa que las oportunidades son únicas. Cuando a mí me proponen el nombre de Jairo, jugaba con esa fantasía de ser otro.
–Había un deseo de transformación.
–De ser otra persona que tomaría otras decisiones.
–Con un conocimiento tan profundo de la dinámica de la sociedad francesa, ¿cómo evaluás el movimiento de protesta encarnado por los llamados "chalecos amarillos"?
–Francia siempre tuvo ese perfil contestatario, de protesta en las calles, les viene de los tiempos de la Revolución Francesa. Es un pueblo que, históricamente, ha sabido manifestarse y hacerse oír cuando algo no les gusta. He visto a gobiernos retroceder y cambiar leyes a partir de manifestaciones de la gente. Recuerdo una reunión de lo que, en ese entonces, era el G7. Muchos franceses salieron a protestar, había mucha gente que no estaba de acuerdo con ese tipo de organizaciones. Se juntaron 600 mil personas en la Bastilla. El impulsor fue un cantante que se llama Renaud. Ante ese acontecimiento, le preguntaron al presidente François Mitterrand que pensaba de la manifestación en contra la reunión del G7 y respondió: "Si yo tuviese veinte años, hubiera ido a la manifestación". Los franceses son así. Cuando se insinuó una pequeña sombra sobre la educación laica salió un millón de personas a manifestar en las calles de París. Finalmente, el Ministerio de Educación tuvo que retroceder. Siempre se negocia. Francia sabe cuándo tiene que protestar y cuándo no. No se hacen manifestaciones banales, siempre hay razones de peso para que la gente salga a la calle. La protesta está muy prestigiada.
–Volviendo a la música y mirando hacia adelante. ¿Hay nuevos retos en el repertorio por venir?
–A mí me gusta cantar, soy cantante. Canto todo y eso me puede llevar a meterme en camisa de once varas. Piazzolla me traía partituras y yo le decía: "Es muy difícil". Y él me respondía: "Sos cantante, lo tenés que cantar"
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